sábado, 31 de octubre de 2009
MEMOrias del día de los muertos.
(Tumba de Enrico Massi, piloto italiano, pionero de la aviación en El Salvador, muerto en 1938).
El día de los difuntos era un día muy especial para mí, porque era el único día en todo el año que veía a toda mi familia, tanto del lado de mi padre como por el lado de mi madre. Era el único día en todo el año que nos veíamos todos juntos. Ni en navidad, ni año nuevo, ni en el cumpleaños de alguno de nosotros nos reuníamos todos. Solo en el día de los muertos.
Esto se debía porque mi abuela materna estaba enterrada casi enfrente a la tumba de mi abuelo paterno en el cementerio general de San Salvador, conocido comúnmente como cementerio de los Ilustres.
Cada primero de noviembre -o día de todos los santos-, mi madre nos llevaba a mi y a mi hermano al cementerio a limpiar la tumba de mi abuela. Llevábamos una cuma para chapodar la maleza, un balde con jabón y agua, un pincel pequeño y un botecito con pintura dorada para pintar los nombres de nuestros difuntos que se habían borrados por las inclemencias de la lluvia y el sol. Luego le colocábamos dos ramos de azucenas blancas y claveles rosados y una corona de ciprés con flores de mirto, cartuchos y azahares que la comprábamos en el extinto mercado Emporium, en el centro de San Salvador.
Después de limpiar la tumba nos íbamos a recorrer el cementerio para ver las demás tumbas y a admirar como las personas las habían arreglado y adornado.
El día de los muertos en San Salvador, al igual que todos los cementerios en el interior del país, eran muy alegres y animados. Por todos lados se veían vendedores de coronas y flores, de comida, de golosinas, de gaseosas y agua helada, habían mariachis y tríos que iban a cantarle su canción favorita a algún difunto; cipotes gritando "le limpiamos la sepultura", niños corriendo por todos lados, gente riendo o llorando por sus muertos, parientes acordandose de como eran sus allegados cuando estaban en vida, o contando chistes y anécdotas de los fallecidos, y más de alguno llevaba su pacha de guaro para echarse un trago a la memoria del fallecido.
Ese día el cementerio tomaba viva, se volvía un lugar alegre aunque fuera por solo un día al año.
(Tumba del Capitán Gerardo Barrios).
Al día siguiente dos de noviembre, el propio día de los muertos por la tarde, regresábamos junto con mis tías y todos mis primos para rezarle el rosario a nuestra abuela. Una de mis tías se encargaba de llevar el párroco de la iglesia del Calvario.
Después del rezo todos los primos nos dedicábamos a jugar escondedero en medio de las tumbas. Nuestros padres nos regañaban porque algunos de nosotros nos parábamos en las tumbas ajenas o nos escondíamos en los mausoleos y después se perdían y no los encontraban, y decían que teníamos que respetar a los difuntos o éstos nos iban a ir a jalar la cobija en la noche porque ese día los muertos revivían y salían a asustar a los vivos.
Mi padre, que era buen conocedor de la historia nacional, nos llevaba a visitar las tumbas de muchos personajes famosos de nuestro país, y nos daba una pequeña reseña de cada una de esas personalidades. Fue así como conocí por primera vez la historia del Capitán Gerardo Barrios, la muerte de Manuel Enrique Araujo, la vida de Francisco Morazán, la obra de Masferrer y la historia de muchas otras personas enterradas en el cementerio de Los Ilustres.
Ya casi a la hora de cerrar el cementerio, toda mi familia entera se iba a la casa de una de mis tías, que estaba cerca del parque Bolívar, a tres cuadras del cementerio, a comer torrejas en miel y cafecito caliente.
Con el correr de los años, y debido a los azares del destino, mis familiares dejaron de reunirse en el cementerio a enflorar a los abuelos. Casi todos mis tíos también fallecieron al igual que mis padres y fueron sepultados en diferentes lugares. Muchos de mis primos, al igual que yo, emigramos a los Estados Unidos, y los pocos que todavía viven en El Salvador no les inculcaron a sus hijos la tradición de ir a enflorar a nuestros antepasados. Otros se cambiaron de religión y dejaron de visitar el cementerio y enflorar a nuestros parientes occisos.
La última vez que fui al Cementerio General fue hace como cinco años en uno de mis viajes a nuestro país pues nos llegó la notificación de la alcaldía de San Salvador que si no pagábamos los impuestos atrasados de las tumbas se corría el peligro que sacaran a los abuelos del cementerio por falta de pago, porque ya no hay espacio para los nuevos muertos. Y el que no paga, lo sacan.
Y como casi siempre pasa, que nadie tiene pisto en El Salvador para esas cosas, mucho menos para muertos, me tocó pagar a mi la deuda, para que no sacaran los huesitos de la abuelita a la calle.
La tumba de mi abuela estaba semi destruida, sucia, descuidada y abandonada. La de mi abuelo no pude encontrarla. Se habían robado su cruz.
(Mausoleo de Francisco Morazán).
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
"¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!"
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:
"¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!"
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila,
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo;
allí la acostaron,
tapiáronla luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:
"¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!"
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan los huesos...!
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es, sin espíritu,
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
que al par nos infunde
repugnancia y duelo,
a dejar tan tristes,
tan solos los muertos.
Gustavo Adolfo Becker. (Mausoleo del Dr. Manuel Enrique Araujo).
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3 comentarios:
jejejeje...No se habran "gueviado" ese Avion tambien. No "friegue" Don Memo si yo lo leo siempre lo que pasa es que me da GUEVA, loguiar todo ese 25 caracteres de clave...jejeje.
Las primeras lineas de su post son exactamente como boy abrir el mio asi era mi 2 de Nobiembre en los 70.
Nos beiamos todos...Bueno saludos
Hola garrobo, gracias de nuevo por visitarme.
Si te fijas bien en la foto de la tumba del avión sin hélice te vas a dar cuenta que en la parte izquierda hay una especie de pilarillo con dos pernos.Pues allí estaba enpernado otro avioncito de metal, el cual, aparentemente se lo robaron también.
Los amigos de lo ajeno se han hueviado muchas cosas de las tumbas del cementerio para irlas a vender, especialmente el bronce de algunos bustos.
Un primo me contó que encontraron el busto de bronce de Don Alberto Masferrer cerca de una de las salidas del cementerio, y no lo pudieron sacar porque estaba muy pesado y decidieron dejarlo.
Me parece a mi que la tradición de ir a enflorar a los muertos se ha ido perdiendo con el tiempo.
Lástima porque tarde o temprano todos vamos a terminar en el cementerio.
Saludos.
Memo.
Este era un buen día de negocio para mí pues mi mama vivía en la colonia Ferrocarril en el pasaje Angulo y yo cuidaba los carros de la gente que iba al cementerio
Me pagaban mi peseta o mi tostón era un fiesta no que se celebraba bailando o algo por el estilo pues mirabas gentes que habías visto en años
Unos de mis hermanos se iba a limpiar las tumbas y a desyerbar y le iba muy bien que días esos yo aquí fui al cementerio a dejar flores para mi mama y papa y cada año es menos gente que lo celebra o recuerda salu tu chero Hugo
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