miércoles, 25 de agosto de 2010

El ZAZ II...Colaboración de Carlos Bautista.


EL ZAZ II

Para todos los bichos fue una conmoción, por dos razones: Una, que se apellidaba Mármol, como Pablo, y dos, que era luchador. No podíamos creer que teníamos ante nosotros a uno de esos seres increíbles que volaban desde la tercera cuerda, lanzaban patadas voladoras y salían en televisión.

Ramón Mármol se llamaba, Zas II su nombre de guerra, y era un albañil que iba a levantar unos muros en mi casa. Durante el tiempo que duró su trabajo, se convirtió en nuestro ídolo. Le hacíamos rueda para que nos contara acerca de peleas, nos enseñara “llaves” y nos hablara acerca de luchadores internacionales como El Santo, Huracán Ramírez o Blue Demon.
(Huracán Ramírez, Blue Demon y El Santo).

Eran los años sesenta, aún había cierta magia ingenua que nos permitía tomar en serio cosas como la Lucha Libre o todo lo que veíamos en televisión. Así que cuando algo de esta magia tocaba nuestra realidad, era un hecho memorable. Ni les cuento de la vez que, a las tantas de la madrugada, mi papá regresó de su parranda de los viernes acompañado de Aniceto Porsisoca.

Volviendo a la lucha libre, en estos tiempos globalizados donde la inocencia no cabe ni siquiera en los muñequitos (perdón, cartoons), no se entendería por qué estos personajes
que en la vida cotidiana ejercían oficios como motoristas, albañiles, zapateros o que incluso jugaban de verdad a los policías y ladrones, podían concentrar la atención de buena parte de la población; hay que haberlo vivido. A propósito de las dos últimas profesiones, se sabía que luchadores como “El Apache” eran judiciales (de los que aplicaban “la capucha“ y otras sutilezas ), mientras que otros como “El Mongol” eran rateros; por eso, cuando se anunciaba su retorno después de una “exitosa gira por Asia o Suramérica”, uno debía deducir que el tipo había pasado su temporada en el bote.

Miguelito Álvarez comentaba por televisión los emocionantes combates que se desarrollaban en la Arena Metropolitana, del Barrio Concepción. Era un veterano narrador proveniente del fútbol y muy educado, salvo la vez que se emocionó y dijo que “¡... el Bucanero le acaba de pegar un rodillazo en los huevos a La Sombra...! “

Los luchadores se dividían en Limpios y Rudos. Estos últimos eran los odiados y uno debía identificarse con los limpios como El Olímpico, La Sombra o El Águila Migueleña. Sin embargo, los que encendían al público con su talento histriónico eran los rudos.
(Luchador "El Bucanero". El luchador rudo más técnico que ha dado El Salvador.)

Dramáticos, ladinos y traidores, casi siempre perdían, pero no podías odiarlos del todo.
El Apache, por ejemplo, era divertidísimo. Interactuaba con el público, como los payasos del circo, llegando incluso a agarrarse a puteadas con la gente.

Una vez mi papá me llevó a la Metropolitana, a ring side y El Apache ganó. Salió eufórico del ring; a mí me dio la mano y a un mudito que estaba a mi lado le quitó su gorra, le dio un beso en la frente, se puso la gorra y se fue.

Caso aparte eran los extranjeros como Gori Casanova, con su pelo largo teñido, inusual para la época, que pertenecían al rubro de los exóticos. Recuerdo a un español llamado
El Lobo de Galicia, que subía al ring acompañado de un perro lobo, al cual encadenaba en su rincón, donde se refugiaba cuando se lo estaban sonando, pues el animal sacaba corriendo a quien se acercara por allí y ni modo, nadie le ganaba al tal Lobo de Galicia. Eso hasta que entre El Mongol y El Bucanero le quebraron las patas al chucho y ya no hubo tales de invencible.

Uno tenía sus favoritos, por ejemplo El Águila Migueleña, cuya muerte ocupó los periódicos de la época. Oficialmente se dijo que murió jugando a la ruleta rusa, pero la vox populi decía que lo mataron entre El Apache y otro que también pertenecía a la temible SIC.

Pero el favorito-favorito de todos fue, sin duda, The Tempest. Era un enmascarado volador, venido quién sabe de dónde, dueño de una elasticidad increíble, que se lanzaba en tope mortal desde la tercera cuerda al ring side y que además “podía Karate”.

A partir de su debut, todos queríamos ser “Di tempes” en nuestros juegos, lanzando topes y patadas voladoras. Yo me estrellé contra una pared de mi dormitorio cuando me lancé en Tope Mortal desde el segundo tramo del closet a la cama y mi primo cobarde se apartó.

Había otros que agregaban detalles pintorescos como Kaly Valdés, cuya suegra agarraba a sombrillazos a sus rivales (Algunos dicen que sacaba una “col‘egallo).

Para terminar, debo explicar que estos recuerdos se han activado cuando me enteré de la muerte de Chito, un vecino de la época y “compañero de luchas”.

Habrá que agregar que de Zaz II no volví a saber. En realidad, nunca fue luchador estelar ni conoció la fama de la televisión. Era parte de una “trouppe” de luchadores sin cartel, algo así como la Liga B de la Lucha Libre, que se presentaban en las escuelas, casas comunales o predios municipales de cualquier pueblo, cantón o barrio; así que sus 15 minutos de gloria seguramente los vivió rodeado de un grupo de monos que lo escuchaban con ojos asombrados, orgullosos de ser sus amigos.

Y además, era un buenazo.


(El Santo, Mil Máscaras y Dr. Wagner.)

sábado, 21 de agosto de 2010

MEMOrias de la Laguna de Apastepeque.



Uno de mis paseos preferidos cuando vivía en El Salvador era la laguna de Apastepeque en el departamento de San Vicente.
Era un lugar muy agradable para el visitante pues era un balneario muy bonito y acogedor pues llegaba poca gente, sus aguas eran muy tranquilas y refrescantes, y estaba rodeado de toda clase de árboles frondosos que le daban a la laguna una grata frescura y que proveían de buena sombra al visitante.

Recuerdo que contaba con un Turicentro en donde se podía rentar una pequeña cabaña para desvestirse y guardar la ropa, una mesita y dos bancas y un par de hamacas para el descanso. También habían varios merenderos donde vendían almuerzos y bebidas a los visitantes.

A toda mi familia le gustaba frecuentar la laguna pues era un lugar apacible, muy poco visitado y porque a mi papá y a mi hermano les gustaba pescar, y en la laguna de Apastepeque abundaba el bagre y la mojarra.

Voy a narrarles una pequeña anécdota un poco divertida que nos pasó a mi hermano y a mí la primera vez que visitamos la laguna de Apastepeque, pues quedó grabada en mi memoria de infante.

Estábamos pescando (o mejor dicho queriendo pescar algo) en el muelle del Turicentro de la laguna, y ya llevábamos más de una hora tirando los anzuelos y no agarrábamos nada.

Andábamos estrenando una caña de pescar que una tía nos había regalado en Navidad y queríamos "apantallar"a los lugareños y a los demás turistas, que éramos pescadores "cachimbones".
Pero, por más intentos que hacíamos de tirar el anzuelo cerca de donde andaban los pescados y por más que enarbolábamos la flamante nueva caña de pescar, no lográbamos pescar ni un chimbolo. Lo más frustrante era ver que cientos de pescados andaban nadando casi en la superficie; pero que nomás llegaban cerca del anzuelo, daban media vuelta y no mordían.

En eso estábamos cuando un señor llegó al muelle, que por el plante humilde que tenïa, parecía ser un campesino lugareño, que andaba descalzo y además era cieguito, y se puso a pescar cerca de nosotros.

Solo tenía el carrete de nilon enrollado en un pedazo de palo, un anzuelo todo oxidado y un cumbito vacío de jugo Ducal adonde guardaba su carnada.

El cieguito resultó ser un pescador de primera, pues nomás tiraba el anzuelo, pescado que jalaba.
Ya tenía como veinte pescados en el morral cuando la curiosidad nos picó y mi hermano le preguntó:
-¡Disculpe señor. Fíjese que llevamos más de una hora pescando y no hemos podido agarrar ni un solo pescado, y usted no tiene ni quince minutos de estar aquí y ya agarró como veinte bagres!. ¿Qué usa de carnada?
Y el cieguito nos contestó:
-¡Les pongo abejitas, ronrones y chapulines! Y ustedes ¿que están usando? -nos preguntó.
Y mi hermano le contestó.
-Pues le estamos poniendo pedacitos de carne de tunco y camarones que nos sobraron de un “Chow mein” que compramos en un restaurant chino en el desvío de San Vicente.


-Y el cieguito, se suelta la gran carcajada, y nos dice:
¿Ustedes han de ser de la capital, verdad?

Le contestamos que sí, que éramos capitalinos, y nos pregunta:
-¿Y desde cuando ustedes han visto que los pescados comen carne de tunco, camarones y Chow mein?

Inmediatamente mi hermano y yo nos volvemos a ver el uno al otro como diciéndonos:
Qué pendejos somos!

Desde entonces, ir de pesca a la laguna se nos convirtió en un vicio a mi hermano y a mí porque cada vez que íbamos, traíamos como tres sartas de mojarras y bagres, suficientes para toda la familia pues ya sabíamos qué clase de carnada debíamos usar.

Todo, gracias a una lección aprendida en la escuela de la vida, que un humilde campesino cieguito de la laguna de Apastepeque nos dió.

viernes, 13 de agosto de 2010

domingo, 8 de agosto de 2010

El Misterio del pájaro del Dulce Encanto.


El misterio del pájaro del Dulce Encanto

Una mañana la abuela despertó a todos desde muy temprano, anunciando que en la cocina había capturado el Pájaro del Dulce Encanto. Claro, para los niños fue una noticia, para los mayores causó extrañeza, porque dicho pájaro sólo existía en los cuentos de camino real. Una vez reunidos a la luz del candil, vimos que Lastenia Primera presionaba una caja de cartón que, según nosotros, evitaba que el ave escapara. Cuando estuvimos todos a su alrededor dijo que iba a ver como alzaba la caja para que el pájaro no volara. La levantó y se nos vino el gran tufo. Era una plasta de mierda. Todos sorprendidos, menos Crista que sin duda estaba en complicidad con su madre.

Quiero saber quién putas se vino a cagar en la cocina”- de inmediato cambió su expresión entusiasta a una de ira. Tía Lastenia: “Ese cerote no se parece a uno de los míos”. Quisimos reír pero los rostros adustos de abuela y Crista no nos dejaron.

-Eso es lo que quiero saber-la abuela, custodiada por Crista, hablaba en serio. Los niños afirmando nosotros no fuimos.

La bisabuela dice su frase usual de tiempos difíciles. “Que un rayo me parta si he sido yo y mi madre que me alumbra con su foto”-señala su retrato en la pared. Y Herminia: “A mi que Dios me queme las manos o las nalgas”. Lastenia Primera imperturbable. “Desperté a los cipotes como testigos pues la plasta de mierda no es de ellos, es de adulto”.Quizás fue la Coyota Teodora”, murmuró Herminia.

El gran jurado dio veredicto absolutorio en vista que nadie se hizo cargo ni se pudo comprobar el culpable.

El Pájaro del Dulce Encanto es un cuento que anduvo siempre entre nosotros, especialmente relacionado con un timo: alguien lo vendió y lo entregó cubierto con un sombrero para que no se escapara. El comprador sin dejar presionar el sombrero mete la mano y su sorpresa es que toca una masa informe y no el tal Pájaro. Es una enorme defecación. De ahí la idea de la abuela de cubrir la plasta con una caja; además por el tufo.

Dos semanas después se repitió la misma acción. “Ahora sí, de verdad es el Pájaro del Dulce Encanto, despierten todos” Tía Lastenia Segunda, que no le gusta levantarse antes de la cinco de la mañana refunfuña: “Puta, a mi nana se le deslizan las tejas”. “Yo pensé que esta vez era verdad lo del Pájaro”.

Lastenia, la abuela, dijo: “Qué pájaro ni que mierda”, que había sido un artificio para que nos levantáramos sin asustarnos. En esta ocasión, Crista tomó la palabra: “Esto no tiene nombre, que vulgaridad más terrible”. Es obra de la Coyota”, murmura Herminia.

La bisabuela Juliana nos defiende con una herejía: “¿Quién dice que no puede ser una de ustedes?”. Sacrilegio que solo Juliana puede cometer pues Crista y abuela están exentas de ser sospechosas.
Tía Lastenia, como siempre, murmurando: “Eso mismo digo yo, abuelita”; es la única que se atreve a aprobar la posición de la bisabuela. Herminia: “Este cerote no es obra de este mundo”. Pero sin pruebas tampoco se encontró un culpable.

La tercera vez de nuevo en la penumbra de la madrugada, se oyó la voz de Latina Primera: “Levántense que ahora sí es el verdadero Pájaro del Dulce Encanto”. Pensamos que mejor nos cagara el tigre. La madre estaba furiosa. Tía Lastenia Segunda: “No me miren a mi, cabronas”, lo dice en voz baja, refiriéndose a Crista y la abuela, de manera que no la oigan. Pero las dos permanecen imperturbables. “De aquí no nos movemos hasta descubrir el cagón”. Todos nos sentimos sospechosos y estábamos asustados.

Hasta que Juliana, a quien hacía poco le habíamos celebrado sus cien años estuvo de acuerdo con Herminia. “Miren, este cerote que se llama Pájaro del Dulce Encanto no es obra de ningún cristiano”. Agrega: “No vamos a estar todo el tiempo pasando estas vergüenzas, la mierda viene de otra parte”. Crista y la abuela escuchan atentas. Juliana continúa: “Esto es obra de la Coyota Teodora, cuando se mete a una casa y no encuentra comida, se desquita cagándose”.- No deja tiempo para que Lastenia la contradiga-. “Por eso cuando comamos en la cena hay que dejar sobras para las almas en pena, porque si nos visitan y no encuentran comida, se molestan y se cagan en uno”. Juliana se pone convincente. “Y no vuelvan a levantarse para pasar vergüenzas”-termina la bisabuela.
Crista y abuela, luego del intercambio de palabras aceptan que quizás la tesis de Juliana es valedera. “Si es la Coyota-termina Juliana Hernández-yo sé cómo defendernos, vamos a poner agua bendita casera, agua con sal, sangre de Nuestro Señor”.

Así todas las noches la abuela se acostumbró a colocar un recipiente de agua salada cerca de la puerta, Nos deshicimos de la Coyota que ya no pudo filtrarse por las rendijas o por el ojo de la llave, porque al tratar de hacerlo su espíritu se diluye en el agua cristalina, se le frustra la transformación.

Fragmento del libro: Siglo de O(g)ro
De Manlio Argueta.