sábado, 29 de mayo de 2010

Poema a la flor de izote.

Es la flor nacional de mi país,
blanca como nube al viento,
hermana del indio y de su raíz,
igual que su vida y su sufrimiento.

Adornaba el penacho del cacique Atonal,
símbolo de pureza de su sangre inmolada
por el conquistador y de su tierra expropiada,
en el nombre de España y su corte feudal.

Crece en la hermosa campiña salvaje
de nuestro hermoso país tropical;
pétalos blancos cual lindo ropaje,
de una exótica hembra sensual.

Desde lejos te saluda un hijo del maíz,
nacido en las entrañas de tu tierra bravía;
hermano del senzontle y de la guacalchía
¡Oh,Flor de Izote...la más bella flor de mi país
!.

Memo.

sábado, 22 de mayo de 2010

Las leyes del pobre.

Pues si, cherada.....gracias por decirme en la anterior suya, sobre la gracia que tengo yo para esto de la escribidera...y es que esto de escribir ya lo traigo yo en la sangre y es de familia.....mire..comenzo antes de que mi mama nos trajera a todos de regreso pa'l monte, a vivir del todo, por la gran avergonzada que los dio mi tiyo Pepe (Pepino) Maduro, ques'embolaba todos los diyas y haciya unas grandes escandaleras por todas las cayes del pueblo de San Martin Marin de Dopingue, alla por donde estan unos cumbos bien gigantones que segun la gente, son graneros, pero que solo pasan yenos de aigre y de gorgojos, porque todo el m'aiz y el arroz y el frijol que yega, se los gueveya asaber quien..

Pero mi tiyo Pepino parece que sabiya quien luestaba haciendo y que no va pues y se le ocurre un diya, dispues de zamparse un pulmon, pasearse chulon frente a la casa del administrador de los graneros, gritando "que'el, Pepino Maduro, se habiya quedado en las ultimas despues de vender un trojecito, los cajoncitos medidores, la balanza y unos canastos que teniya en el mercado, porque todo el grano se le jue acabando y con eso, no vendiya nada, ya que cada vez que iba a los cumbotes, siempre le deciyan..: "Nuay..venga mañana..talvez y quenquita.."

...en su protesta chulona, deciya a grito pelado (bien pelado)...."hoy les gua decir la verda desnuda a todos estos tacuacines que si'hartan a costillas del pueblo agrario...de las miyas ya no, porque miren como me las han dejado...parecen marimbitas de juguete de las qui'acen los reyos prisioneros de la Peninsula..aqui vengo a se mi'arten enqueseya los peyejos que me quedan y tambien este mi pepino maduro, que lo pongo humildemente a la disposicion de sus mujeres, que ya nu'ayan qui'hartarse, porque todo se lo quitan al pueblo, ya que aqui, la gueviadera es iterna...no siacaba, ya que hasta el alcalde desta muy noble y lial suida, ya se compro hasta cinco camiones par'ir a vender los granos a otros pueblos..y aqui solo nos han dejado los granos que tenemos en el fundiyo...por eso diganme..donde estan escritas las leyes del pobre.?

En esas estaba, cuando le cayo encima la choricera y metiendolo en un costal chuco lu'agarraron a cachimbazo limpio yevandoselo a la chirona, pero el seguiya gritando..."donde estan escritas las leyes del pobre..?"

Gueno, lo zamparon al calabozo del pueblo y los señorones, para vengarse bien, haciyan que lo metieran al costal y un diya si y un diya no, yegaban todos los hombres de cada familia ofendida a darle sus cuerazos...y asi lo tuvieron casi un año, hasta qui'otro alcalde del partido contrincante se quedo con la vara y saco a todos los presos politicos.

Pero alla, en las cuatro paderes del calabozo, dejo esto escrito..:

"LEYES DEL POBRE"

"Que para comenzar, todos los babosos y babosas deste puebo, somos iguales, seyamos con pisto o sin el, porque en el escusado todos pujamos parejo, comamos o no comamos..

Que por lo que sembramos los pobres majes en el monte, se nos de, tanto para hartarnos dicentemente, como para vender y simbrar.

Que nos den enqueseya caites para que no nos yenemos de niguas cuando andemos en la labor diaria del trabajo...

Que'n vez de darnos dese guaro lija que nos pone brutos, los convien misa, de vez en cuando con un guisquito...

Que los turcos no le aumenten los precios a sus mercanciyas y nos atoren de deudas y que tampoco nos yenen de chillos los dueños de los mesones...ni los dueños de la alcaldiya que nos cobran un ojo'e la cara por vender en el mercado...ni quel cura liande tentando las piernas a las cipotas ya de merecer cuando las envita a que seyan "hijas de mariya".....

...y por ultimo, que tanto el ladron del alministrador como el guebon del alcalde, se coman la calavera de su madre ca'duno y que dispues les zampen un cuete de tres libras en el culiflais, para que le vayan a hacer gueltegatos de colores a las nubes y no se guelban asomar por esas tierras..HE DICHO

Cachinbeado pero onrrado, aqui firmo con la sangre que me sacaron estos hijos del m'aiz.

Pepino Maduro

Por eso le digo, cherada, questo de escrebir, me viene de sangre y de familia..
..ai los vemos, aloye.

Su chero que nololvida.
Original de Don Luís Echegoyen.

sábado, 15 de mayo de 2010

Recordando a Cesar Donald.


El nombre completo de Cesar Donald era Cesar Donald Reyes Vanegas, originario de Sonsonate, cantante y compositor de música, cuya calidad vocal e interpretativa lo convirtió en uno de los cantantes salvadoreños más reconocidos en toda centroamérica en las décadas de los sesentas, y fue uno de los pioneros del movimiento musical que marcó la época gloriosa de la música nacional que se denominó "Las Buenas épocas".

Cesar Donald fue cantante de varias orquestas famosas de la época, como la del maestro Lito Barrientos con la que hizo varias giras internacionales por todo centro y sur américa y por la Unión Americana.

Cesar Donald fue otro de nuestros jóvenes talentos que, por falta de apoyo al artista nacional, tuvo que emigrar a los Estados Unidos.

Murió en California, sin haber recibido el reconocimiento que se merecía.






"Serenata", interpretada por el Trío Cuscatlán, composición de Cesar Donald.

martes, 11 de mayo de 2010

Homenaje póstumo a Francisco Andrés Escobar.

Hace dos dias supimos la noticia de la muerte del profesor universitario, escritor y editorialista de La Prensa gráfica, Don Francisco Andrés Escobar, la cual es una verdadera perdida para las letras nacionales.

Brillante cuentista y poeta, cuyos ensayos y cuentos recopiló en varios libros entre los que se encuentra "El país de donde vengo", cuyo cuento de "La Micoleona" traigo a continuación como un pequeño homenaje a su trayectoria artística.

Que descanse en paz Don Paquito.

La Micoleona.

“¡La Micoleona es puta de tres platos!” Aquello, que toda mujer hubiera sufrido como afrenta, ella lo paladeaba como licenciatura, maestría o doctorado en carnalidad superior. Era su vida, era su oficio, y procuraba hacer lo suyo de la mejor manera.

Hermosa hasta el crimen, criminal en la leperada, y lépera hasta la metáfora, la Micoleona era el eje de gravedad del Ventarrón, el acreditado prostíbulo del lugar, en aquellos años. Había otros dos -el Farolito y el Guarumo-, pero solo el Ventarrón colmaba las urgencias campesinas, estudiantiles, soldadiles y obreliles. También había otras mujeres públicas-la Quiebracatres, la Salvajona, y la Pis pis-, pero las pericias de la Micoleona eran las únicas capaces de llevar con solvencia a feliz término los ardores semanales de aquella crecida cohorte de gañanes.

¿Por qué...Ventarrón? Nadie lo sabía. Quizás porque, ubicado en una calle escampada, el aire lo batía a su antojo en los meses de ventisca. Quizás porque su dueña solía estornudar con violencia inédita, por lo que había merecido la combinación sustantiva y adjetiva de “Odilia Ventarrón”. O quizás porque, en la colección de sus habitaciones estrechas y semioscuras, se desataban vendavales de erotismo, en medio de un imparable crujido de camas y tijeras de lona, entre los vahos de perfumes y tufos, y con un trasfondo de boleros y rancheras medio cantados o medio vomitados por una antigua cinquera colocada en una esquina del “bar”.

¿Por qué Micoleona? Tampoco había una explicación definitiva. Para algunos, era el tributo natural a unas crenchas amarillas y crecidas que la mujer tenía allá donde debía ser. Para otros, la descripción de los rugidos y arañazos que la amante emitía y prodigaba en los momentos demenciales del abrazo. Para otros...Tampoco aquí dominaba la certeza. Lo único verdadero era que Ventarrón y Micoleona integraban un solo decir, un solo ir y venir, y un solo hacer, en los claroscuros del erotismo pueblerino. “Mirá vos: allá va Alejandro, el cuilio, para arriba”. “Al Ventarrón, niña, y a dónde va a ir”. Ese hijueputa no le da nada a su mujer, ni a los pobres bichos, porque todo se lo da a la Mica”.


No se lo dejaba todo. Ni él, ni otros. Pero la puta era una especie de arca donde iban a parar varios pesos de todos, y algunas confidencias de pocos. “Vos sos gente. Por eso te quiero. Además no sos como la mujer de uno. Esa, una vez que se acuesta, parece tabla de planchar, y uno no puede tener gusto”. Y es que, según se decía, la Micoleona era diestra en poner nervio y rabia en sus oscilaciones. “Ay mamaíta. Ya no”. Pero ella entendía, y ya no daba tregua, hasta llevar al embotado al vértice de la crispación.

El menester le vino de joven, y por atajos de infortunio. Cuando tenía doce años, su madre, que vendía yuca con fritada, la llevó a la feria del pueblo, para que le ayudara. Allí conoció a Miguel. Se enamoraron de inmediato, y se fugaron a los dos días. El con sus catorce años y ella con su infancia casi a término, vivieron dos semanas encerrados quién sabe donde, degustándose carnalmente hasta la consunción. Cuando volvieron-pálidos, ojerosos, enflaquecidos y felices-, la feria ya había terminado, y la madre de ella andaba, como loca, buscándola hasta bajo los albañales.
Cuando los encontró, a ella la molió a leña; pero ya no había que hacer. A él también le prodigó sus garrotazos y le dejó ir una sarta de enormidades; pero tampoco había nada que hacer. “La puta de su hija es la que me sonsacó al cipote”. “Ese pendejo birriondo suyo es el que me ha arruinado a la niña”. Y las dos madres de los fugados se hubieran enzarzado en una trifulca interminable, de no haber sido porque la niña mujer declaró con desparpajo: “Mujer que lo quiere dar..., aunque se muera la nana. Venite vos”. Y se adhirió como lapa al gallardo cuerpo del muchacho. Y le buscó la boca, y le sobó las piernas, mientras las matronas se deshacían en oprobios y advertencias. “Se los va llevar putas. ¡Por zánganos!”.

Se fueron. Se dedicaron a gozarse, y a vivir con lo que ambos sabían hacer, ella salcochar yuca y venderla con curtido y fritada; él, hacer la cobranza en un autobús escacharrado que prestaba discutibles y retardados servicios entre pueblos.

Todo fue bien durante algunos meses; pero en un verano especialmente caluroso, al muchacho se le quedó mirando fijo una pasajera joven que rumbeaba hacia la capital. Las hormonas se le alebrestado, y esa tarde ya no volvió a la casa, porque se había ido en otro emperramiento. Meses después escribió desde Veracruz. Estibaba en el puerto. Desde entonces, se esfumó en la distancia y el olvido. Ella, en apariencia, lo enterró; pero su recuerdo se le quedó empotrado en el alma y en la carne para toda la vida. “Yo te dije que ibas a ser desgraciada...” Pero no le respondió ni una sílaba a su madre. Solo le entregó el niño que el muchacho le había sembrado. “Cuídemelo. Yo le voy a dar todos los gastos”.

Cuando empezó a mandarle los dineros, no le dijo su procedencia. Pero las trenzas castañas de antes se habían convertido en una permanente “Tony” esclarecida con agua oxigenada, los labios y las mejillas, rozados al natural, en unos trazos rojipintos artificiales; los ojos avispados y naturales, en unos rayones verdeoscuros de pintura embarrada; y el vestido sencillo cubierto con delantal, en unos escándalos floreados y ceñidos que se bamboleaban sobre unos tacones desmesurados. “Dicen que la Engracia se ha hecho puta, vos”. “Si niña; pero porque quiere. Yo en su caso, me hubiera puesto a trabajar, aunque fuera de cholera”. “Mirá a la Martina, la hija de la niña Luz; se quedó sin damo cuando el pobre se vino para abajo desde el campanario de la iglesia; y mirá ella: no anda puteando”. “La que quiere, puede, mamita”. Pero si la muchacha había querido, no hubiera podido.

De Engracia había pasado a desgracia. El recuerdo de las carnes de Miguel la embebía toda, completa, y si se dedicó a todo aquello fue porque, en la oscuridad de cada abrazo, reconstruía con furia el recuerdo del deseado. “Hasta llorás de gusto, veá?!”. “ ¡Es sudor, pendejo. ¡Y apurate que están esperando otros!”. Y así cayó, y cayó. Y en un lugar de las caídas, la motejaron Micoleona. Y para cuando llegó al Ventarrón, ya tenía sobrada experiencia y particular apelativo.

A pesar del sufrimiento y la degradación, la Micoleona era cristiana y de las más afectas al arrebato que todas las mujeres del prostíbulo tenían por el Corazón de Jesús. Llegado junio, instalaban una imagen de cuadro en el centro del “bar”, la adornaban con flores y velas de aceite, y, sacramentalmente, a las seis de la tarde, cerraban las puertas a la clientela durante una hora, y procedían a rezar el rosario. Después, abrían; y para que el Corazón no viera los acontecimientos posteriores, cubrían la imagen con una sábana limpia, y solo la destapaban el día siguiente, para volverle a rezar. El último día del mes, hacían rezo solemne. Ese día, no ejercían. Se dedicaban a preparar los tamales, los panes con gallina, y el café con que agasajaban a quienes acudían a desgajar con ellas los tres rosarios seguidos. “Odilia: deberías cerrar esto, mujer, y dedicarte a otra cosa”, solía decirle mi abuela a la dueña. “¿Y de qué vamos a vivir, niña Tulita, si de esto hemos pasado toda la vida?” Entonces la Micoleona se acercaba con un plato de tamales especiales y dos tazas de chocolate, también especial: “Vaya niña Tulita. Estos son solo para usted y el niño. Es por los favores que nos hace, cuando no hemos ganado nada”. Y soltaba una mirada de agradecimiento.

Y es que, a veces, como en todo negocio, al Ventarrón le llegaban malos ratos: o los soldados no habían recibido la paga, y no había desfogue; o los estudiantes estaban ahorrando para la feria, y...; o la cortas de café habían estado malas, y los campesinos tampoco desfondaban. Entonces, la Micoleona y alguna que otra acudían a mi abuela a pedirle en préstamo unos cinco colones. “Pasá adelante Miquita. ¿ya comieron?”. Nunca dejaba de ofrecerles pan. Ni les negaba el dinero. Ni les cobraba un centavo de interés. Por eso la querían, y la invitaban a los rezos de junio. Y ella iba. Con su nieto inseparable.

Fue entre préstamos y rezos que fui agarrando la historia de la mujer, y su capítulo más hermoso: el niño de la Pis pis se quemaba entre fiebres, y la afligida, cuyo rostro tenía una cotidiana expresión de susto, tenía esa vez los signos del pavor. Por estar cuidando a la cría, llevaba varios días sin alternar, ni ejercer.

La Micoleona, que visitaba a la madre y al niño suyos, había tardado más de la costumbre. Cuando regresó, el niño de la Pis pis estaba en las proximidades de la muerte. “Y por qué no la has llevado donde el doctor, gran bruta?” La Pis pis no necesitó explicar. “Esperate: ya voy a ir a echar un par de polvos, y vas a tener pisto para la consulta”. Y la Micoleona salío aguerrida. Poco tiempo después volvió desmelenada, con el dinero. “¡Ma. Corré, antes que cierren la clínica!” El muchachito se salvó.

Y porque los caminos de Dios y de la vida en realidad son sumamente extraños, es bueno que a la Micoleona y al Ventarrón no se los robe el olvido. ¡Son tantas las veces en que el lugar sagrado es el puro dolor! ¡Y son tantas las otras en que quien administra el sacramento y la misericordia es quien lleva sobre sí todo el peso del oprobio!.


Francisco Andrés Escobar.
De su libro: “El país de donde vengo”

sábado, 1 de mayo de 2010

Si así lo hiciereis, que la patria os premie...

(Escritores integrantes de "la generación comprometida")

El Choquito terminó su bebida echando la cabeza un poco hacia atrás y depositó el vaso con fuerza sobre la barra haciendo bolas los hielos.
-Servínos otra tanda Juanito, dijo satisfecho, y ya no nos des maní que no somos gallinas, decíles a las haraganas de las cocineras que nos preparen un buen plato de boquitas calientes.

El examen de Inspección Criminal había terminado dos horas antes y Jorge y el Sueco se encontraban platicando tranquilamente en la entrada principal del edificio de la Facultad de Derecho, siempre sonriendo.
-¿Cómo les fue muchá?-dijo a manera de saludo.
-Regularón-dijo el Sueco.
-Bueno, eso amerita que lo celebremos-añadió sonriendo más aun.

En ese instante hizo su aparición Rodrigo, quien no estudiaba Derecho pero gozaba de un olfato privilegiado para detectar cualquier celebración académica.
-¿Qué están planeando?-preguntó con sonrisa maliciosa, mientras terminaba de subir las gradas-. Hoy tuvieron examen y además es viernecito.
-¿En qué andan ustedes?-preguntó el Choquito.
-Cada quién en su nave-dijo Jorge.
-OK, entonces síganme; vos Rodrigo si querés venite conmigo.

Rodrigo dudó por un segundo pues ya sabía que el Choquito manejaba para el infarto, pero accedió.
-¿Adonde vamos?-dijo Jorge un poco reticente.
-Al Rancho.
-Choco, allí es muy caro, dijo el Sueco, vamos mejor por aquí cerca, a Las Vegas o al Mar y Tierra.
-No jodan, dijo el Choquito, yo ando pisto, yo invito-dando todos por cerrada la discusión.

Los cuatro se habían instalado en cómodos taburetes giratorios en un extremo de la larga barra y estaban disfrutando plenamente de los primeros tragos y de la plática, tres de ellos acababan de aprobar un examen, y para los cuatro era el atardecer de un día viernes que se pintaba muy prometedor.
Es el profesor más cagóla como Fabiola que hemos tenido…” estaba diciendo el Sueco, cuando hizo su ingreso a su establecimiento un nuevo parroquiano que todos reconocieron en el acto. Tenía un poco más de cuarenta años, era moreno y fornido, llevaba un bigote bien angosto bien recortado y lucía en la frente espaciosa, generosas entradas. A todos les pareció más joven de cómo se veía en los periódicos.

Buenas!-dijo con voz fuerte y con un tono que denotaba absoluta confianza en si mismo.
-Buenas tardes-contestaron a coro los cuatro.
-Buenas jóvenes-dijo también un hombre de cabellos blancos que acompañaba al recién llegado y que es ese momento se colocaba a su lado, en el extremo opuesto a la barra y le ponía una mano en el hombro con familiaridad.
-Buenas-contestaron de nuevo los cuatro, reconociéndolo también en el acto, ya que había sido entrenador de la selección nacional de básquet ball.

El de bigotillo dio muestras de querer tomar rápidamente control de la situación.

-Vamos a ver maestro-dijo en el mismo tono de voz dirigiéndose al bartender, quien había permanecido en posición de firmes desde que lo vio entrar-, sírvales aquí a los muchachos una ronda de lo que están tomando, por mi cuenta.
-Inmediatamente señor, con todo gusto-dijo el bartender, y tomando de una repisa de vidrio la botella de Jonnhy Walker Cinta Negra se aprestó a servir las bebidas a los estudiantes.
Hey!-exclamó el fornido-¿por qué les vas a servir Cinta Negra a los cipotes?
-Es lo que están tomando señor-contestó un poco embarazado el bartender.
-¡Puta!-continuó el fornido-, que finos se han vuelto los cipotes de ahora. Cuando yo tenía la edad de ustedes-dijo dirigiéndose directamente los cuatro-, solo tomaba Espíritu de Caña, el whisky lo vine a probar ya de viejo.

Juanito, el bartender, había permanecido con la botella en la mano observando la escena, tenia el brazo suspendido en el aire, ligeramente levantado y en una amplísima frente de sesenta años de edad, bordeada de frágiles cabellos blancos, habían comenzado a surgir minúsculas e impertinentes gotas de sudor.

-Terminá de servirnos los tragos Juan-dijo el Choquito con tranquilidad pero con firmeza-, y averiguá qué pasó con el plato de bocas que pedimos-y luego giró su taburete para continuar la conversación con sus amigos, dando la espalda al del bigotillo.
Hey, hey, exclamó el fornido que no iba a abandonar el asunto tan fácilmente-, ya dije que no estoy invitando a ningún whisky.
¡Terminá de servir los tragos de una vez Juanito, por la puta!-dijo el Choquito con impaciencia al bartender, que estaba ya hecho un manojo de nervios-. Y luego dirigiéndose al fornido de bigotillo:
-Aquí hemos estado nosotros tranquilos, echándonos un traguito sin joder a nadie. Hasta que vino usted haciendo la gran bulla, invitando tragos que nadie le estaba pidiendo. ¿Para qué se mete a andar haciendo invitaciones si después se agueva cuando ve lo que uno se está chupando?
-Hey Choco-dijo tímidamente Jorge.
-¡Bueno cabrón!-dijo el del bigotillo visiblemente molesto-¿qué no sabés con quién estás hablando, no sabés quién soy yo? ¿vamos a ver pendejo malcriado, como te llamás?

El Choquito dijo su nombre en voz alta, pronunciando despacio cada letra.

-¡Ja! Tenés el mismo nombre, has de ser hijo del viejo cabrón ese de …
-Un momento-lo interrumpió el Choquito-, a mi me puede decir lo que se le de su gana, pero a mi tata lo va a respetar…
-Que respetar ni que babosadas-dijo el fornido.
-Ahora se hace el muy fuerte-replicó el Choquito-, pero cuando mi tata lo mantuvo en Guatemala no decía nada…
-Hey Choco-dijo el Sueco poniéndole una mano en el hombro, pero el Choquito estaba encendido y ya no escuchaba nada. Rodrigo comenzaba a considerar seriamente la posibilidad de una súbita retirada estratégica, y sin excesivas sutilezas inspeccionaba con recelo el terreno girando el cuello en todas direcciones.

-…que cree que no se que cuando estuvieron exiliados en Guatemala le pasaba plata para que comiera-continuó el Choquito-, pa que no se fueran a morir de hambre, a usted y a otra bola de desgraciados, yo he visto las listas, ¿Qué ya se le olvidó o ya no quiere acordarse de eso?
-Bueno cabroncito malcriado, ya te voy a enseñar a…
-Bueno viejo hijuetresputas, ¿y a cuenta de qué tengo que aguantar tus babosadas?-dijo el Choquito completamente furioso ya, y con un movimiento relampagueante como en las películas de caballitos, se hizo a un lado el saco y desenfundó una escuadra 45 con la que encañonó al del bigotillo.
-Te me vas a la mierda de aquí, ¡pero ya!-le gritó.

El fornido del bigotillo abrió la boca y pareció que las pepitas de los ojos querían salírsele de las órbitas por la incredulidad de que a él le estuviera pasando eso. Se puso morado y comenzó a tocarse la cintura por todos lados.

Mi pistola!- gritaba furibundo-.¿donde dejé mi pistola?. ¡Fito, Fito!-decía con tono desgarrador-¿donde dejé la mecha?-. En ese momento intervino el ex entrenador de cabellos blancos, tratando de calmar al fornido de frente amplia y grandes entradas. Intentaba sujetarlo de los hombros y de sus brazos, calmarlo de algún modo.

No les hagás caso-le decía-, son cipotes locos, no te conviene, te vas a comprometer. Vámonos a otra parte, vamos a jodes a otro lado-y dirigiéndose a los cuatro:
-¿Y ustedes que esperan?, váyanse, váyanse a la mierda rápido y llévense ese loco…
-Mi mecha-gemía todavía el del bigotillo-¿Dónde la dejé Fito?, decíme que se hizo mi cuete…-actitud insólita con la que revelaba el hondo impacto que la súbita reacción del Choquito con la 45, le había causado en el de melón melón melón.

Váyanse muchachos, váyanse rápido por favor-decía Juanito el bartender con voz tembeleque-. Otro día vienen a pagar pero váyanse ya-suplicaba con la botella de Jonnhy Walker, que había sido la culpable de todo el lío, agarraba aún fuertemente con su vieja y segura mano desengomadora de bolos. Ahora lamentablemente toda temblorosa.

Finalmente los amigos del Choquito, que habían permanecido petrificados desde la aparición en escena de la 45, reaccionaron y comenzaron a llevárselo a empujones y jalones hacia el estacionamiento del local, y cuando estuvieron fuera corrieron hacia los autos.

-Esperate-gritaba el Choquito, vamos a joder a otra parte, no sean cachorros. Todavía está temprano…-insistía, mientras los vehículos de sus amigos arrancaban y se perdían de prisa en la noche, apenas unos momentos antes, tan prometedora.
Noche, nochecita linda que después de haber esperado pacientemente su turno, durante millones y millones de años, apenas comenzaba a debutar ese viernes en el Paseo Escalón.

Una hora después, el Sueco estacionaba su carrito VW en la Segunda Avenida, frente al Banco Salvadoreño. Atravesó la calle y se detuvo un momento en la Plazuela Morazán para encender un Royal. Dejó que la noche tempranera del San Salvador alegre y vibrante de 1964 lo fuera penetrando, y comenzó a caminar despacio hacia la esquina del Ritz. Empujó la persiana y desde la entrada localizó con una rápida mirada circular a otros compañeros de la Facultad, que le hicieron señas desde una mesa. El Sueco jaló una silla cercana y se sentó.
-Venís algo cherche-dijo el Mudo-.¿Qué hay de nuevo?

-El Sueco tomó la botella de licor blanco de la mesa y se sirvió una copa en silencio. Se le quedó viendo por unos segundos al rotulillo de cartón más loco del mundo, que ordenaba inapelable desde la pared: “SE PROHIBE BAILAR SIN SACO” y vació de un trago la copa, aturrando la cara.

-¿Qué hay de nuevo?-dijo por fin después de un hondo pujido-. Casi nada. Solamente que el Choco acaba de encañonar en el Rancho, al Presidente de la República.
Coronel Julio Adalberto Rivera
Presidente de El Salvador (1961-1967)

Guillermo Schlesinger
De su libro: Arranca cebolla