sábado, 20 de octubre de 2012

Sin testigos...cuento de Rigo Galvez.




La noche estaba inundada de ruidos en aquel cafetal, sonidos típicos de la campiña. La luna llena destilaba un azul triste y brillante en todo su esplendor. En la cercanía se escuchaba la corriente de un río, incesable e imponente, como un recordatorio de una corriente constante.

En tal abundancia de fauna y flora nocturna los humanos dormían al igual que el resto de la gran mayoría de mamíferos diurnos, alejados de la civilización urbana. Excepto algún coyote en aquella sierra tropical, el manto de estrellas arrullaba los amos de aquellas lejanías.

De repente, aquel bullicio fue cortado por el eco de un estruendo artificial. Aquel ruido de un balazo causo callar los demás sonidos, como si en ese instante la naturaleza esperara una respuesta o una explicación. A excepción de algún grillo rebelde, el resto guardaba silencio, y solo se escuchó el galopar de un caballo, reanudando el resto de la sinfonía natural.

A una distancia sin medida estaba una choza, típica del campo, una vivienda hecha de palos, con techo de paja. Adentro, a la luz de un candil, yacían dos cuerpos inertes, ambos desnudos en un catre. En el suelo se formaba lentamente un charquito de sangre. No existía señal de riña ni de lucha alguna. Una bala fue suficiente para atravesar aquella pareja, acabados con un solo disparo en la nuca.

El sereno había tomado ventaja de aquella humilde puertecita de palos dejada abierta sin intención. Una mezcla de aromas inundaba el ambiente, pólvora, sangre, kerosene y pasión. El misterio de la noche todavía reinaba en aquel lugar, y los únicos testigos de aquel delito, eran la luna y las estrellas.

Por otro rumbo, jadeante y sin cesar, cabalgaba un jinete hacía el norte atravesando ríos, veredas, cercos y milpas. Corría sin tregua, como si huyera de su propia sombra. En su rostro plateado se reflejaba una expresión de tragedia, aun salpicado de sangre, y mezclado con sudor y lagrimas, quizás del frio o tal vez de la impresión que dejo a su espalda.

Habían transcurrido veinte minutos en tiempo irreversible, aunque parecía toda una existencia, la noche había cambiado su transcurso. Todo había sido alterado por el brinco inoportuno de los sucesos.

La luna se escondió tras unas nubes, como si ocultara su vergüenza, o quizás su tristeza por haber presenciado aquella escena mortal.

Un caballo aprovechaba lamer el agua que nacía de un paredón, mientras su tripulante en desconcierto, sollozaba silenciosamente, amagando su pistola en forma indecisa, como queriendo soltar otro disparo.

Lloraba y reía sin atinar. Mató a dos, y en su triunfo, suponía que nadie lo podría alcanzar, pues llevaba la ventaja de tiempo y distancia. Era el crimen perfecto porque no existían testigos que hablaran de aquel delito. Nadie sabría de su paradero ni de su identidad.

El asesino juro jamás regresar ni mirar hacia atrás. Montó su caballo y siguió cabalgando a paso firme y apresurado por veredas y lugares extraños, que en su demencia temporal había perdido su dirección.

Machete en mano decidió seguir porque era menester avanzar antes del amanecer, torturando aquel caballo con las espuelas, y abriendo caminos por aquel bosque. Vestido de una mueca en forma de sonrisa, denotaba la victoria de aquel crimen por la espalda y a sangre fría.

Los amantes nunca supieron que pasó. Simplemente dejaron de existir. No habría nadie que los vengara, ni existiría policía alguna que ajusticiara o reclamara aquella injusticia.

Aquel criminal seguía en su galope, atravesando cerros, que en el sereno de aquella madrugada se habían convertido en tierras desconocidas, sin veredas, sin señales y sin marcas. Sin importarle la neblina, continuaba en su marcha desesperada.

De pronto, llegó a un sitio donde estaba atravesado un árbol caído, y sin titubear, aplico un espueleado. Y halando el estribo, indicando un mando de salto, obligó a aquel animal a saltar; y brincando, el caballo no logró aterrizar en tierra firme, porque, no había tierra firme.

Hombre y bestia entraron a un espacio vacío, sin mas explicación, y obligados por la gravedad, entraron en un canal natural, tierra abajo de la misma corriente de un río, cual incesable e imponente, como un recordatorio de una corriente constante, los esperaba pacientemente.

La sangre del caballo alcanzó el río. La del hombre, no fue digna de manchar aquel manantial.








viernes, 12 de octubre de 2012

Carta a la Selecta, por Paolo Lüers.

 
Estimados selectos:

Mañana les toca el partido decisivo contra los ticos: Si pierden, hasta ahí llegaron; si ganan, queda una pequeña esperanza de llegar hasta Brasil 2014.

Pero no nos demos paja: Todos sabemos que el sueño del Mundial le queda grande al país, que nunca a hecho sus tareas para promover el deporte. Así que ustedes, mañana en el Cuscatlán,cuando entren al estadio, no piensen en la meta de medirse con Brasil, Italia, Argentina, Alemania y España; sueñen con mostrar que en Centroamérica no hay tata a quién temer. Entren al juego para demostrar que nuestros futbolistas, muy a pesar de la corrupción en la federación y la politiquería de La Chelona y su INDES, pueden vencer a cualquier equipo en la región. Incluyendo a los ticos... y en un día bueno, a los mexicanos.

Nosotros no esperamos realmente que ustedes vayan a Brasil al Mundial 2014. Nadie les exige tanto. Nosotros esperamos que ustedes muestren que en El Salvador se puede romper con lo mediocre, con la corrupción, con la arrogancia de los funcionarios políticos y deportivos. Esto es lo que está en sus manos (mejor dicho: sus pies) mañana en el Cuscatlán. Nada más, nada menos. Y esto ustedes lo pueden lograr.

Saludos y suerte les desea Paolo Lüers.




sábado, 6 de octubre de 2012

La corrección de menores.


Me llamo Luís, pero me dicen Luisa.
No os pongáis a reír, que soy muy hombre
Y es un prejuicio tonto vuestra risa.
A mi tía le debo el sobrenombre.
Nada más. La devota Ña Tomasa
Nunca admitió calzones en su casa.

Yo no sé los motivos que tenía
Para odiar cordialmente a los varones;
Más recuerdo muy bien que no podía
Ver de cerca ningunos pantalones.
Quizás alguna vez joven sería,
Tengo para creerlo mis razones,
Pero no es conocido el episodio.
 
Mujer de posición independiente
Aquella cristianísima señora,
Salía de su casa solamente
A oír la santa misa de la aurora,
O si Nuestro Amo hallábase patente,
O si llegaba del sermón de la hora.
Y como tales eran mis quehaceres
No hice lo que hacen las demás mujeres.

Que no sé de costura ni puntada,
Y no sé de lavada ni zurcida,
Y no sé de comida ni planchada…
De planchas sí: la plancha de mi vida
Que ya la contaré bien detallada.
El Káiser la encontró bien divertida
E hizo un poema, con un vals anexo,
Para probar la confusión del sexo.

De veras fui mengala muy bonita
Con unos ojos como dos luceros,
Tan llena de candor, tan modosita…
Lo que más elogiaba el padre Antón
Eran mis dientecillos de ratón.

Mi tía se llenaba de coraje
Por mis gustos un poco pecadores
Y dábame pellizcos como gaje,
porque mucho miraba a los señores.
Más lo que yo miraba era su traje,
Instintos de mi sexo, defensores;
Aunque también causaban muchas riñas
Mis ojos insolentes con las niñas.

Siempre mi traje admiración produjo;
Un chal color de grama que lucía
Y enaguas verdes de cambray pirujo;
Casi era una tajada de sandía
Con aquellos colores y aquel lujo;
Faldas largas y botas intermedias
Para cubrir las indecentes medias.

Tenía prohibición de usar espejo
-no sé qué imaginaba la señora,
Ni lo quiero decir, no soy pendejo-.
Yo me miraba en una cantimplora:
Veíame con ojos de cangrejo
Y boca de taltuza, roedora,
Pero un día bebiendo en una espita
El agua hermana me copió bonita.

Vivía en la parroquia una señora
Prima de Don Carmelo, el señor Cura,
Quien no obstante lo buena y rezadora,
Tenía un ángel condenado, Pura,
Una hija divinal y seductora
De intensa devoción y travesura.

Era mayor que yo, más vivaracha,
De ojos hondos y azules como lagos;
Con gustos de muchacho la muchacha,
Unos antojos y caprichos vagos…
Yo sentía en las vértebras cosquillas
Cuando ella me sentaba en sus rodillas.

Y conocimos la maldad secreta
De bostezar en misa y jubiléo,
De ansias sin nombre la amistad inquieta
Que es en las niñas precursor deseo.
El caso de Romeo y de Julieta…
¡más Julieta era yo, y ella Romeo!
Buscábame afanosa, me quería,
Con gran satisfacción para mi tía.

Y he aquí que yo, con la divina Pura,
Frecuentábamos la casa de una abuela;
Orden de Don Carmelo, el señor Cura,
Varón más persuasivo que una espuela.
Cocina, dulces finos y costura,
Eso sería nada más la escuela
(Amén de otras secretas socaliñas
Que con tiento procúranse las niñas).

En los días festivos la señora
Nos llevaba a su finca en Sonzacate,
Pueblo que dista sólo un cuarto de hora
De mi ciudad natal de Sonsonate.
Era aquella una finca encantadora
Y hacíamos melcocha y chilate,
Riéndonos de una tal tía Coneja
Una chismosa y maliciosa vieja.

Recuento aquella vida placentera.
Voz retozona y juvenil se escucha.
Es que se levantó la molendera
Y muele su maíz junto a la hoguera
En el oficio de la piedra, ducha.
Joven, bonita, con los pechos duros
Y erectos, como nísperos maduros.

“Güenos días Chavela”. “Güenos, rica”.
Son los mozos que piden su pitanza.
Va del poyo al comal, se multiplica
Por servir a su rústica amistanza.
Maliciosos la miran de hito a hito;
Ella es la que despierta el apetito.

Un corral, unos bálsamos frondosos.
Un rancho con tapial para gallinas.
Allí pasamos ratos deliciosos
Haciendo confidencias peregrinas.
(¡Hay en el mundo cosas tan divinas!
Allí supe de besos en la boca…
Locas bocas de un loco y una loca).

¡Besos lentos, tan lentos y pausados
Que parecen dormidos o rendidos;
Embriaguez de divinos embelesos,
Toda la vida en un instante, besos!

“…Y no leímos más desde aquel día…”
Luego mandaron a un convento a Pura,
Y a mí a la calle me mandó mi tía
Porque estaba furioso el señor Cura:
La tal Coneja, la maldita espía
Hizo un relato que causó pavura.
(Por suerte aquella vieja perillana
Creyóme una viciosa, una lesbiana).

¿Diré que fueron mis desgracias muchas?
¿Nombraré, “amor primero,” “corazones”…?
¿Maldeciré la mala suerte? ¡Puchas!
¡Antes que Pura y todo, mis calzones!
No soy de novelescas paparruchas
Y me sé aprovechar las ocasiones.
Con la maleta que me dio mi tía
Me fui a San Salvador al otro día.

Francisco Herrera Velado (1876-1956). Poeta y cuentista. Su obra: Agua de coco. Fue traducida al ruso y publicada en la URSS. Publicado en el libro "las historias prohibidas del Pulgarcito", de Roque Dalton.