domingo, 12 de junio de 2011

Los juegos de antaño.


Un día viendo jugar a mi nietecito de cinco años su juego de “Play Station”, le dije suspirando: ¡Hay hijo, como me hubiera gustado tener un jueguito de éstos cuando era cipote! -Y él me preguntó: ¿Y qué usted también fue niño, abuelo? Y soltando una sonora carcajada le dije: ¡Claro, yo también fui niño alguna vez, aunque no lo creas!
- ¿Y a qué jugabas?
- ¡Pues jugaba al capirucho, al trompo, encumbraba piscuchas y otros juegos que teníamos!

- ¿Qué es caripucho, abuelo?-me preguntó.
- Se llama capirucho, no caripucho. Pues es un pedazo de madera en forma cilíndrica con un hoyo en forma de campana en uno de sus extremos, y que se amarra con un pedazo de hilo grueso a una estaca puntuda. Y el jueguito consiste en meter la estaca en el hoyito.
-¿Y cuantas baterías se le ponen?
-No mi hijo, no se le ponen baterías, ni se conecta en el tomacorrientes.
- ¿Y no tenías juegos de video?
-Con decirte que ni a televisor llegábamos, porque éramos muy pobres, y en ésos días solo la gente con mucha plata tenía tele, y entonces era en blanco y negro, no como ahora que es a colores y hasta en HD y en 3D. En algunas casas le cobraban cuartillo a las gentes para que los dejaran ver televisión en sus casas.

-Huy!-me dijo mi nieto. ¡Sin tele y sin juegos de video. Que aburrido te la pasaste cuando niño!

Y siguió manejando los controles de su aparatito de video.

Sus palabras me sacudieron repentinamente el cerebro, me puse a pensar, y me dije a mi mismo:
-Estos bichos de hoy en día, no saben lo divertido y entretenido que eran los juguetes y los juegos de antaño, como cuando yo era cipote!

E inconscientemente retrocedí en el tiempo y viajé en mi pensamiento a mi patria querida y a mi ciudad de San Salvador, allá por los barrios San Jacinto, San Esteban, Lourdes y Concepción, donde pasé mi infancia; y empecé a recordar cuando era solo un cipote cholco, chorriado de la cara, con las uñas mugrosas de tierra, con los pantalones cutos, los calcetines rotos y los zapatos destrompados.
Y me vi a la salida de clases de tercer grado de primaria, corriendo con todos mis cheros al patio de la escuela para empezar a jugar. En mi mente fueron apareciendo mis compañeros de escuela a quienes solo conocía por sus apodos. Allí estaba Chancaca, Care’torta, Chorizo, Choyón de llanta, Patas pal monte, Cincue’ yuca, Pepezca, el Pedorro, Care’ nalga, Tostón, el Chuña y muchos otros. Nos quitábamos los bolsones “Mike Mike”, sacábamos nuestros juguetes y empezábamos a jugar.

Unos sacaban sus trompos, hacían una rueda y trataban de “calaciarle” el trompo a los demás. Otros sacaban sus chibolas y chirolones y empezaban a jugar al “toque y la cuarta” para ver quien se quedaba con todas las chibolas. Otros andaban “zumbando” sus Chacaleles. Los cipotes peleoneros cargaban Cachanflacas y se hacían guerra entre ellos. Otros cargaban sus Albunes de tarjetas y las intercambiaban entre sí. También jugábamos tarjetas a “las vivas y las muertas” al vuelo. Pero había que estar muy trucha y ojo al Cristo, porque cualquiera te podía hacer “Tusquia”, y robarse las tarjetas. Otros bichos eran campeones para el capirucho. Se hacían las “güimbas” con los ojos cerrados, y hasta con la zurda.

A mí lo que me gustó siempre fue el Yo-Yo (no el Yo-Yo de las cipotas, sino que el de madera. Ese me gustó después). Hacía “caminando el perrito”, “la vuelta al mundo”, “el reloj”, “la estrella, “el Rock and Roll”, “el platillo volador”; y también me hacía la más peligrosa de las suertes, la temida “garrapata”. Aunque algunas veces en lugar de pata, me golpeaba un huevo.

Otra cosa que me gustaba mucho era encumbrar piscuchas, especialmente en los meses de Octubre, Noviembre y Diciembre cuando se soltaban unos vientos que hasta le levantaban las naguas a las mujeres. Yo hacía mis piscuchas con papel de China, varas de Castilla, engrudo, papel periódico e hilo de papalota #10. Me iba con toda la majada de cipotes a las faldas del Cerro de San Jacinto-allá por donde eran las pozas de Santa Carlota- y soltábamos nuestras piscuchas y le dábamos todo el hilo hasta verlas convertirse nada más en un puntito negro en medio del azul del cielo.

Y mi imaginación volaba junto con mi piscucha más allá del firmamento.

También había hecho mi “futbolito” de madera. Con clavos, hule y cordel, y un pedazo de Plywood de media pulgada y hacíamos campeonato. Yo siempre pedía ser “Juventud Olímpica” o la “U”, pues eran mis equipos favoritos

Pero de todos mis juguetes, mi preferido era mi carreta de rodos. La había pintado bien chiva, y le había puesto dos pedazos de Caite de llanta como frenos. Todavía tengo las señas en mis rodillas de los raspones que me di cuando me iba a hacer “caca” en las cuestonas del Palo Verde y la Vega.


Y cuando no estábamos jugando con nuestros juguetes de palo, la pasábamos bien tuanis jugando “ladrón librado”, “uno, dos, tres para mí y para todos”, “mica envenenada” y “salta burro”. No sé en qué idioma estaban, o que significaban las palabras que decíamos. La cosa es que todos las repetíamos como pericos.
Iban así, más o menos: “Bon, beis, samplin, tirilisamplin, ñuly, portiñuly, terremple, superterremple, talegazo, patadita, dejar canchinga”; sin faltar, por supuesto el “Puyón de estrella” y la “Chimadita”.

A mí también me gustaba mucho jugar a los “vaqueros”. Hacíamos nuestras pistolas de madera, diarios viejos doblados, o de pedazos de lámina. Hacíamos “Pún pún” con la boca imitando los sonidos de los balazos, y poníamos “Ticaman” a los contrarios creyéndonos “el Llanero Solitario”, “Gene Autry”, “Tom Mix” o “John Wayne”.
Algunas tardes nos íbamos a jugar Fútbol con pelotas hechas de trapo y medias de nylon de mujeres con las que jugábamos entonces pues no teníamos pelotas de cuero.
Los “mascones” los hacíamos dos contra dos; o veinte contra veinte, dependiendo cuantos cipotes habían. Poníamos dos piedras como porterías, o dos cumbos vacíos de Leche Ceteco. Y al mono más maleta para jugar, le tocaba de hacerla de portero y parar los “penals”.

Pero no solamente los varones nos divertíamos con nuestros juegos y juguetes. También las hembras se entretenían sanamente jugando “salta cuerda”, “jacks”, “escondelero”, “pispizigaña”, “esconde el anillo”, “arranca cebollas”, “mica”, “las estatuas de marfil”, “aro-hula”, “piedra-papel-tijera”, “gallinita ciega”. Y no importaba si sus muñecas eran “Barbies” o “Chintas” de palo del mercado Tinetti. Las cipotas de entonces se divertían con sus muñecas hasta que les arrancaban la cabeza o una pata.
Y hoy regresando a la realidad y al presente y comparando los “Nintendos”, los “Play Stations”, los “Game Boys”, las “Barbies”, los “Furbies”, los “Pokemon” los "WFI" los "XBoom" y todos los demás juegos de actualidad, con los juguetes y juegos sencillos de antaño- con los que tuve la dicha de jugar-, he llegado a la conclusión que mi generación fue mucho más dichosa que los niños de hoy en día con sus costosos juegos electrónicos. Pues que lo único que necesitábamos era hacer uso de nuestra imaginación y como por arte de magia podíamos convertir una caja de cartón en un fuerte Apache, un castillo medieval, una cárcel o un platillo volador. Una toalla alrededor del cuello la hacíamos nuestra capa de Superman o del Zorro. Un rin de bicicleta y un pedazo de alambre lo transformábamos en nuestro carro convertible del año. Todo era posible para nosotros solamente “poniéndole coco”. Y como yo quiero que mi nietecito aprenda todas nuestras costumbres y tradiciones aunque vivamos lejos de nuestra querida patria, he decidido que para la próxima navidad le voy a regalar su capirucho de palo de níspero, su trompo de palo de guayabo, sus chibolas, y una piscucha- que yo personalmente le voy a hacer -para que eche a volar su imaginación como cuando yo lo hacía cuando salía corriendo con mis amigos a jugar al patio de la escuela cuando tocaban la campana para el recreo.

sábado, 4 de junio de 2011

¡No se extrañe...!

¡No se extrañe si un día va de vacaciones a El Salvador y ve algunas de éstas imágenes!