“¡Andá trabajá, vieja güevona. Lavá ropa; o embrocá la babosada, que todavía aguantás tus revolcones!”, gritó un fulano. “¡¡Coma mierda, viejo cerote. Metido!!”, respondió la aludida. Y los dos contendientes se trenzaron en un sartal de procacidades.
Ella era una pordiosera exitosa: “Hoy me ha ido mal, solo me han caído veinticinco dólares”, confesaba a veces a un lustrabotas. “¡Puta, y todavía te quejás!” Es que, cuando el día estaba bueno, recaudaba, de cora en cora, por lo menos cuarenta morlacos.
Él, en cambio, era un mercader que lograba amasar una ganancia diaria de unos diez o quince billetes de a uno. En la mañana expendía pan; en la tarde, atoles: que shuco, piñuela, de semilla de marañón, que de maíz tostado. Así que, al ver a la afortunada pedigüeña, se había alzado en codicias, había montado en cólera y le había dejado ir la andanada de denuestos. “¡Vieja cabrona, torroploca!”, había rubricado.
“¡Ah, mi pueblo –pensó don Sofonías, mientras ascendía a la acera y tomaba dirección hacia el mercado–, no ha subido el sol y ya está intratándose. Y si aquí la gente es shuca de la boca, allá en la capital ya dice quitá diay. El otro día, a tomar el bus iba yo, cuando un fulano le silbó ‘la vieja’ a otro. ‘La mía ya está muerta y necesita de una misa. La tuya, que está viva, necesita una gran pija’, le contestó el otro. ¡Ay, Dios. Se agarraron a trompadas, que si no me aparto, saco terminación!”
El bocinazo del recolector de basura sacó al anciano de su ensimismamiento. Los contendientes se habían quedado atrás. Los primeros carabancheles del mercado se veían a lo lejos. Don Sofonías apuró paso.
“Dicen que somos el país más lépero de Centroamérica –retomó el anciano–. ¿Será porque vivimos amontonados, como ratas en jaula, y más el agobio de la situación económica y la inseguridad, nos hace agresivos y la agresividad la sacamos insultándonos? A saber. Lo cierto es que, para léperos, nosotros: ¡ricos y pobres! Pero hay excepciones: la Teba. Yo digo mis zanganadas de vez en cuando; ella, no. A veces, el gato la saca de onda con su miagadera, pero no pasa de ‘gato baboso’”.
Y es que la niña Teba era así: sencilla, trabajadora, creyente, orante, nada afecta a la coprolalia propia de la más amplia salvadoreñidad. A veces, el dolor de los riñones la sacaba de marca, pero aún en estas ocasiones afrontaba con dignidad las incomodidades. “No hay que maldecir. Hay que bendecir a Dios y a la vida. Todo lo que llega, bueno o malo, es la compensación por algo”. Así creía, y así iba viviendo.
“¡¡Y si no va a comprar nada, para qué me hizo que soltara todas estas mierdas??” El reclamo que una vendedora acababa de soltar a un cliente volvió a don Sofonías al aquí y al hoy. “¿Y para qué la quiere más grande? ¿Que noventa culos va a poner?” Y, arrabiada, la mujer enhebraba con un lazo las orejas de una colección de bacinicas de plástico.
“Ah, mi pueblo”, volvió a decirse don Sofonías, mientras caminaba en busca de verduras para los pasteles de su Teba, y preparaba los ánimos por si aparecía otra muestra inesperada de aquellas antologías andantes del leperario nacional.
Francisco Andrés Escobar.
2 comentarios:
jaja, que chistoso, da mas risa al saber que uno a oido eso en la calle..
don francisco, sabe que di con su pagina por accidente, asi como muchas personas al hablar comenten muchos accidentes, de lenguaje, mal hablado, pronunciado e inventado...lo felicito por su pagina muy interesante, y creame que la compartire...aunque yo no me crie en este ambiente, pero, siento que me falto aprender a decir malas palabras y tener este tipo de reacciones, para decir que soy salvadoreña....como quien dice en la vida hay que aprender un poquito de todo...sabe a donde puedo conseguir el libro El Lepedario Salvadoreño?
Publicar un comentario