Mi familia siempre fue fiestera. Aun recuerdo como, cuando yo era apenas un niño de escasos cinco años, mis primos mayores se reunían en la sala familiar a bailar los ritmos de moda con mis hermanos y hermanas. Se retorcían al compás de la música con mucha docilidad, y el buen ritmo les acompañaba a casi todos.
Yo solamente los observaba desde una esquina, y sentía que me picaban los pies de las ganas de bailar, pero no me animaba. Mi madre se percató una vez que logró leer en mi mirada mis deseos con increíble exactitud. Me empujó a que me animará, pero yo me congelé, y sentí un pavor desconocido hasta ese momento. Sentí que las tripas se me iban a salir, y no pude evitar las ganas de vomitar sin materializarlo. La sangre se fue de mi rostro y palidecí alcanzando el color de una papaya en pleno verano.
Sin embargo, me repuse y después de un par de horas, le dije a mi madre que bailaría como mis primos y mis hermanos mayores (yo soy el penúltimo, seguido por una niña de apenas tres años). Mi madre cometió el error de anunciar mi baile a los presentes de una manera poco común, y todos pararon de bailar para verme a mí pues era mi estreno como bailador.
Yo recuerdo siempre haber sido muy introvertido a tal punto que cuando iba a la escuela siempre me sentaba en el último asiento para evitar estar en el centro de atención del salón de clases.
El día del baile anunciado, yo sentí que me desmayaría por motivos inciertos porque el bailar era algo muy natural en mi familia. Aun lo es, y cuando se reúnen, las pachangas son increíblemente alegres con bailes que van desde cumbias hasta reguetón para las nuevas generaciones. Pero yo sigo siendo aquel niñito de cinco años, al que empujaron a bailar. Estaba en ese día agarrado a la mocheta de la puerta de la sala y sonaba un ritmo de baile twist (tuis). Creo que tocaban "La Gallinita Josefina", y todos los ojos se clavaron en mí.
Me sentí como un condenado a muerte si no hacía lo que todos, incluyendo mi hermanita de tres años, hacían en esos momentos. Las piernitas me temblaban cual gelatina de fresa dominguera, y las ganas de correr eran tremendas.
Me sentí desfallecer, y la boca se me secó, las tripas me traicionaban de nuevo. Sin embargo, la mirada de mi mamá era penetrante y me decía, "hacélo y dejáte de babosadas".
Así que allí estaba yo solito, con mis huevitos ahuevaditos y choritos.
Obviamente pedí auxilio divino porque mi abuelita me había enseñado que si no podía con alguna cosa, pidiera auxilio divino. Así lo hice, pero el auxilio bendito llegó muy lento. Bueno, al menos eso me pareció a mí. Después de un momento prolongado, yo sentí un aire de bailador de pies ligeros, y miré a todo mundo para decirles, "¡allí les voy!".
Me agarre fuerte de un lado del marco de madera de la puerta, que dividía el dormitorio de mi mamá y la sala familiar, y me comencé a mecer de arriba para abajo como monito agarrando impulso para brincar de una rama a otra. ¡Mierda de ritmo!, pensé en mi inocencia de niño tieso. Más nunca me llego la soltura de bailador ligero y me estuve meciendo agarrado del marco de la puerta por varios segundos como niño bobito. Me sentí todo un bailador y me moví a todo compás descompasado.
Mi abuelita, al percatarse de mi problema inconcluso, lanzó un grito al aire diciendo: "aplausos para el niño porque baila bien bonito". Todos irrumpieron en aplausos y yo me sentí un bailarín de carnaval de circo de ciudad grande. Yo me la creí, al menos hasta la hora de dormir, cuando escuché una plática entre mi abuela y mi mamá.
Esa noche mi abuela creyó que yo estaba dormido cuando llegó a mi cuarto y le dijo a mi mamá: "deja de andar empujando al niño para que sea objeto de burla de los demás." Mi mamá le contestó contrariada que yo no debería ser como el viejo tieso de mi tata. Y aunque me costará lo que fuera yo tenía que aprender a bailar como los demás niños de la familia. Era lo más natural, repitió, antes de despedirse de mi abuela.
Yo no recuerdo haber dormido esa noche después de escuchar aquellas palabras, y les juró que pase mentalmente repasando como hacer para que el marco de la puerta me hiciese verme gracioso y rítmico ante los demás, porque a mi si que me habían gustado los aplausos, y no iba a dejar marchar tan fácilmente ( a los aplausos) de mi lado.
Así que si usted me pide que bailemos, este segura que haya una puerta cerca, que si no bailo, por lo menos le sacaré una sonrisa con mi mecidito.
El Moris Pataschuecas® (Abril 23 del 2012)
1 comentario:
Pues, su historia me ha conmovido y me ha hecho reír muchísimo. Me parece que escribe muy bien, porque he podido imaginar todo el escenario. Hasta luego.
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