Quien creyera mujer, que en tus desvíos,
y el desborde fatal de tus placeres
que encerraron tus locos desvaríos
salvaste de caer a otras mujeres.
Creíste en el amor, pero engañada,
caíste sin retorno, ya vencida
te entregaste al que en nombre de la amada
sacio en tu carne su ambición fallida.
¿Quién podría negar que en tu ambrosía
calmó su sed, aquel que en la enramada
besó tras la calada celosía
la aristocrática mano perfumada?
Cuantas veces el novio, tembloroso
de dialogar contra el balcón dorado
al darle un lapso de placer y gozo.
¿Qué mujer buena resistido hubiera
la asechanza tenaz y obcecada,
si no estuvieses tú, mártir ramera:
blandiendo siempre por su honor la espada?
¡Oh Magdalena del honor fingido;
oh, dique férreo del amor sincero
te consuelo por todo lo que has sido
por lo que has defendido… te venero!.
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