miércoles, 25 de enero de 2012

Las fiestas patronales de mi querido pueblo.


Las fiestas patronales llegaban a Ayutuxtepeque, el pueblo donde me crié, con
la misma alegría de un novio pre-adolescente después de su primer beso:
escandalosamente bulliciosas, eternamente alegres y coloridas.

La "rueda de caballitos" era el sueño de todo niño, y el pavor de los padres tacaños. La más temida de las ruedas era "la rueda de Chicago" porque alcanzaba casi la altura del campanario mayor de la iglesia colonial y se miraba más allá del techo de las casas de dos pisos, hasta divisar las lomas donde aparecían los duendes cada 28 de Enero, que es el día de San Sebastián mártir.
Desde esta rueda y la del "zipper" se observaba el campanario mayor en detalles.



Allí, donde un día de Abril, Lucas, el sacristán, se fumaba los puros que le hicieron sentirse arcángel alado y saltó al vacio sin que sus alas se abrieran a tiempo. Se quebró dos costillas, las dos patas y la nariz de murciélago.
Las quebraduras que se hizó fueron de tal magnitud, que le hicieron prometer a San Judas Tadeo que dejaría la mota para siempre, que ya no se emborracharía a la hora de la misa, y que ya no enamoraría a la tortillera casada.

Otra rueda excitante para los niños era la de las "sillas voladoras" por su vertiginosidad y su sentido de libertad que transmitía a los que la montaban.
Recuerdo un día que la negra Toña, a sus 16 y con unas curvas bien definidas y propias de una modelo de pueblo digna de ser llamada "la Dona Sommers", me pasó volando por la cabeza, y por un gemito me salve de ser decapitado, o al menos atropellado, por la Toña voladora que
se desplazó en su silla desprendida de sus cadenas que la unían a la rueda.


Fue a aterrizar en el canasto de pan con patas de pollo de la niña Tula.

La pérdida de las patas de gallina y los panes fueron incalculables, pero la niña Tula logró salvar el jugo de los panes y los revendió al día siguiente con el jugo salvado de las nachas de la negra Toña.


La Toña se quebró el brazo, y un panón colosal le quedó de almohada y amortiguó lo que hubiese sido una muerte panuda, bien alimentada y carbohidratada.
Al menos le decíamos ibas a morir rodeada de pan ( es decir panuda). Nos mandaba a comer, no necesariamente pan.

Otra atracción de las fiestas eran las dedicatorias hechas por los novios a sus amores por medio del sistema de sonido de los ruederos.


Era emocionante porque allí se conocían los nuevos amores entre los mejores partidos del pueblo. Y si no era asi, uno inventaba dedicatorias anónimas de personas que se
gustaban. A más de algún tarado le ayudaban en este proceso de cortejamiento, pero a más de alguien le jodían la vida por los inventos propios de una mente malévola y jugetona.

Recuerdo la vez que escuché mi nombre en una dedicatoria, que supuestamente yo hice, al marica más popular de las ciudades circunvecinas. Le llamaban Erica.
Fuí el pato de ese año porque me jodieron con mi supuesto noviazgo con el muchacho afeminado. Pero la venganza fue cruel porque al averiguar quien fue, me inventé no solamente una dedicatoria para otro marica asolapado de parte del que me jugó la broma inicial, sino que mis amigos me ayudaron a darle seriedad a la dedicatoria averiguando el número de cédula de identidad personal del dedicador.


Esto daba más credibilidad y seriedad a la broma...que causó tantas carcajadas que solamente fueron acalladas con el estallido de los cuetes que se reventaban en la espalda de un borrachito apodado: Café Amargo, quien llevaba a cuestas el famoso "Torito Pinto"....


¡¡Ah días de fiestas patronales cuando volverán!! O mejor dicho cuando volveré
a disfrutarlas...

El Moris del Toro Pinto (Febrero 4 del 2003). Editado Enero 3 del 2011

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