Este cuento es la triste experiencia
De un desafortunado animal.
Cualquier parecido con persona real
Es solamente pura coincidencia.
Es la vida de un pobre chucho
Que nació con mala estrella.
Su tragedia: amar una chucha bella,
Siendo él, feo, patojo y curcucho.
Firuláis se llamaba el infortunado can.
Era un humilde chucho de finca
Que feliz corría, brinca que brinca,
Por las montañas de Cuscatlán.
Su madre, una chucha aguacatera.
Su padre, un jiotoso chucho seco.
Su cuna, una caja de leche Ceteco.
Su ama -Licha Angulo- cocinera.
Un día hasta su rancho llegó
El dueño de la finca donde vivía.
Una linda perrita con él traía,
De ella, a primera vista se enamoró.
Su “pedigrí” se le notaba al verle.
Era hija de perros de alcurnia.
Firuláis, pobre perro de la chifurnia
No tenía ni un hueso que ofrecerle.
Desde que la vió, ya no comía,
Y otras chuchas ya no correteaba.
Día y noche solo en ella pensaba,
Deschavetado, el pobre animal parecía.
Al fin, de regreso a la capirucha,
Finquero y perra se tuvieron que ir.
Firuláis, de amor se sentía morir
Y decidió seguir a su amada chucha.
Se subió a un camión de la basura
Que iba a San Salvador por la Troncal .
Cuando al fin llegó a la gran Capital
No había comido ni una tortilla dura.
Por la ciudad entera se puso a oler
Tratando de rastrear el singular olor,
De aquella perrita, que era su amor,
A la cual amaba con todo su ser.
Olfateó por la Escalón y por el Centro
Por Nejapa, San Jacinto y Soyapango,
Por Apopa, San Marcos e Ilopango,
Y cansado, descansó por Metrocentro.
Por todos lados había olfateado
Tratando de encontrar la pista
De aquella, que a simple vista,
La tierra se la había tragado.
Un sarnoso perro callejero,
Que en un basurero escarbaba,
Le dijo que la que buscaba
Había emigrado al extranjero.
Casi loco y con la mente confusa,
Pero sin resignarse a su suerte mala,
Tomó rumbo norte a Guatemala,
Decidido a llegar hasta la USA.
Así, curcucho y con su pata mocha
Cruzó casi muerto el desierto de Sonora.
En su pensamiento no veía la hora
De encontrar a su chucha colocha.
Hasta Los Angeles llegó el pobre galgo,
Con la lengua de fuera, muerto de inanición.
Ladró a la puerta de una enorme mansión
Con la esperanza de ver si le daban algo.
Y cuál no sería su enorme sorpresa
Que, cuando abrieron el portón,
Subida sobre un elegante sillón,
Estaba su chucha, amarrada y presa.
Sacando fuerzas de flaqueza dice a su amada:
“Hermosa criatura, dueña de mis sueños,
Por seguirte abandoné a mis dueños,
Mi rancho, mis padres y mi camada”.
“Vengo a que te regreses conmigo”.
“Yo te libraré de tu atadura.
Pues no hay cadena, que por dura,
No rompa mi filoso colmillo”.
Y la ingrata le responde con desprecio:
“Yo soy perra de gusto fino,
De buen comer y de buen vino.
Estoy presa por mi gusto. Ese es el precio”.
“Por mis venas corre sangre de la realeza.
Soy mezcla de Pastor Alemán y Noruego.
¡Tú no eres más que chucho aguacatero
Que solo puedes darme huesos y pobreza!“.
“Además, ya estoy acompañada.
Mi perro es un labrador muy fino.
Tú eres pobre chucho campesino,
Así que ¡vete mucho a la chingada!”.
Firuláis, con el alma deshecha,
Llorando y con el corazón roto,
Se regresa a su cantón en Suchitoto
Disparado como rauda flecha.
Y aquel, que un día fue perro garañón,
Con chuchas ya no quiso amores nuevos.
De decepción se capó los huevos
Y se volvió chucho maricón.
Así fue como el can de Licha Angulo
Puso punto final a su mal de amores.
Hoy usa peluca y faldas de vivos colores,
Y dicen que le gusta le den por...¡Apulo!.
Así terminó esta trágica novela,
Y aunque vosotros no me creáis,
Aquel perro bravo llamado Firuláis
Hoy lo conocen como...¡La Canela!.
“Y se acabucho, cara de chucho
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