viernes, 15 de abril de 2011
Un cuento de Semana Santa que no es cuento
En El Salvador, como en cualquier otra parte, los estudiantes tenemos que salir de vacaciones cuando se inicia la primavera, aunque se abandonan las clases solo por una semana. Les hablo de la tradicional semana llamada por los católicos, "santa," siendo no así para otra religiones que a ese período lo llaman de una y mil formas de acuerdo a su prédica pastoral.
Hablando de las vacaciones, les traigo una que me pasó en una de esas semanas, llamadas también por el vulgo como Semana "Zangana" . ¿Por qué? Por los desórdenes de violencia, alcohol, lujuria y demás que condena la moral social, las religiones y las leyes de un país.
Mozalbetes de la época, el amigo y vecino Carlos, cuya familia tenía su casa y finquita en Nueva Concepción, Chalatenango, solía invitarme a sus paseos. Esta vez fue para pasar unos días con su "rancho de la finca", y como consecuencia, para disfrutar de paseos locales al río Lempa, pescar y comer pescado fresco, y por supuesto, cuestiones de la época, ir a la molienda de caña en el trapiche propiedad de sus padres, para probar su jugo, las melcochas recién salidas del "perol" hirviente, y ver como se hacían los "dulces de panela" entre otras delicias de la artesanía campestre.
Pues como era natural, al llegar a "La Nueva" lo primero que mi amigo hacía era invitarme a dar una vuelta por el parque central, el principal del pueblo, visitar la única iglesia , ir dentro del kiosko en el parque, ver uno que otro monumento alegórico, y detenernos en uno de los "chalets" o kiosko comercial donde se vendían refrescos naturales, bebidas gaseosas, golosinas, y una que otra fruta.
Como en los pueblos "todos" resultan ser primos, estando ya en el mencionado "chaletcito" la que atendía aquella tarde era Marta, prima lejana de mi amigo Carlos. Muy bonita, ojos verdes como auténtica chalateca, y cuerpo de "piña" sazona. Ella era –sino la única, una de las atracciónes de la "muchachada" que visitaba el pueblo.
Naturalmente, al llegar procedió el dialogo: --Ella pregunta a Carlos: "Tu amigo? Si responde Carlos. –Preséntalo, pues replica ella. Y viene el saludo de rigor. Como procedía, Martita se presta a ofrecer una bebida natural para darnos la bienvenida. Entre plática y risas vienen las preguntas y respuestas: ¿Cómo te llamas? Donde estudias? Y que te parece la Nueva? Mientras yo respondo con la timidez de "pollo recién comprado," mi amigo se levanta y dice: ---" Ya vuelvo, iré a saludar a otros "cheros" (amigos) del pueblo, pero más creo que fue para dejarme solo.
Yo no me siento bien, inseguro diría, pues acabo de llegar, y le digo: --"No… yo voy contigo." --Pero ella me detiene y me dice: "Dile a Carlos que te diga adonde vivo, y te llegas a las siete de la noche." Nerviosos, ni me despido y salgo detrás de mi amigo, y este me dice, ven, te voy a enseñar donde ella vive.Y ni dos cuadras hemos caminado, cuando Carlos me indica hasta número y color de la puerta donde ya me había salido "amarre," supone él en mi cita a las siete de la noche.
Según yo, y ya en mi lugar de la cita, encontraría un gran familión en la casa. Pero no. Sólo estaba ella. --Su mamá – dijo, andaba en la iglesia o en las procesiones, y ella había preferido quedarse dizque estudiando.
Dicen los que saben, que las muchachas de pueblo son hurañas, tímidas, y hasta lentas, pero yo después de vivir una cosa diferente les puedo asegurar que no es así. Y Martita no solo era bonita y dulce, sino sus piernas podrían ser mejores que las de las "Jlo," se los aseguro. Como la mamá andaba en las procesiones del pueblo, había encargado a una vecina, para que le vigilara a Martita.
Ya adentro, y con medio ambiento propicio, me siento dispuestos a "romper mi fríaldad," y me aproximo al la escultural Martita, cuando en ese momento tocan la puerta. ¿Quien es? Grita Marta. – A los que otra voz responde desde afuera: --Es tu vecina, quería ver si me prestabas un poquito de azúcar (truco viejo del onceavo mandamiento: NO hacer clavo. Y Martita me dice, "vos, metete bajo la cama." --Y yo de obediente me encuqué y me quedé quietecito como un canegue enconchado.
En lo que se arreglaban con lo de la azúcar, o noté que la "metida" nunca se iba, el "impulso" se me fue "bajando," y cuando Martita se deshizo de la vecina, me dice: "Mira, vos mejor ándate que parece que ya me descubrieron, llega mañana al parque, y hablamos.
Al día siguiente, mi amigo tenía planes ya hechos de ir a la Hacienda de los Magaña quienes Carlos ya me había dicho que parientes de los mismos Magaña de Ahuachapán.
Después de dar esa "vuelta" que decía mi amigo, nos hicimos de unos caballos prestados y nos fuimos todo el día para el Lempa. Allá hubo de todo, pero me dolió no volver a ver Martita, quien supongo yo se quedó esperándome.
Cuando regresé al parque dos días después, Martita no estaba. Su mamá la tenía en casa, amenazada porque la había visto con un extraño hablar en dentro de su casa. Eso lo supe por su primo, quien me ofreció presentarme otras "primas" del pueblo, pero me dije, para qué.
Fin del cuento que no es cuento.
Roberto Rodríguez
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