lunes, 2 de abril de 2012
En Semana Santa los morados saben mejor.
“No hay color partidario, sólo el color de las túnicas”.
Como ya es costumbre, en ésta que los abuelos y todavía nuestros padres, llaman Semana Mayor, de reflexión. De meditación y llanto, las nuevas generaciones, nietos de esos aguerridos señores, le dan vuelo a la imaginación y también a las costumbres. Cantidades enormes de ombligos al aire en las playas de la costa litoral, así como gran exhibición de caderas, bustos y piernas en balnearios y en las ardientes arenas del mar Pacífico.
Los abuelos y padres conservadores que usan la palabra “recatado” se tiran panza al sol en el patio de sus casas o aprovechan el silencio de bares y estancos tradicionales, muy desiertos en Semana Santa, para reflexionar sobre sus pecados. ¿Los tuvieron? ¡Claro que los cometieron!
Hay otra clase de gentes: los que no exhiben sus cueros ni se “purifican” por dentro con alcohol, se dedican al cine, el llamado cine santo; películas a la medida como El Manto Sagrado, Ben Hur, Los Diez Mandamientos, Barrabás, La Biblia, Espartaco, toda cinta donde aparezcan cristianos martirizados en el circo romano son bien recibidas por los salvadoreños.
Los feligreses en vacaciones-todavía aturdidos por una saturadora campaña política- se dan golpes de pecho y sólo comen pescado (ustedes amigos de Jocoaitique, se acordarán de doña Leandra, doña Micaela y don Ángel Romero, las Hijas de María y los Caballeros de Cristo Rey).
En San Salvador hay ciudadanos que sí hacen penitencia; rascarse los piojos en algunos cines, entre ocurrencia que sí huele a león de circo neroniano (en otros cines, el público huele a Madame Rochac o Anais & Anais, aunque devaluado; pero al fin perfume) y también a pescado seco. El mismo olor y fragancia, no importa si es curbina, boca colorada o mero.
En la televisión, ya no se diga, respetuosos de los “sentimientos religiosos” del pueblo salvadoreño, la programación sigue el estilo del cine. En el silencio y la tranquilidad nada pecaminosa del hogar, se pueden “ingerir” los films con buena dotación de cervezas bien frías; pero si usted sale a la(s) calle(s) sobre todo en Jueves y Viernes Santo y el Sábado de Gloria, la ciudad cálida y silenciosa es ideal para pasear por los parques solitarios, visitar las iglesias, las pupuserías y sorbeterías para seleccionar a su gusto los diferentes sabores.
Nuestros mayores, y hablo concretamente de mi niñez en Jocoaitique, fuera de las vestimentas moradas (todavía recuerdo el faldón flojo de Julio Salvador), evitar comer carne, saltar, corre, bañarse y del silencio que nos imponían en la casa-incluía escuchar radio, cantar, silbar y más ganas le daban a uno de hacerlo-no la pasaban del todo mal.
La sopa de torta de pescado (de masa con mucho huevo), las sardinas, las hojuelas en miel, los Vía Crucis,-con esos altares tan hermosos en cada una de las estaciones-la matraca (con Julio Salvador éramos expertos en hacerla sonar con rápidos movimientos de las muñecas) y los dobles de las campanas de la iglesia, más el lavado y besado de los pies por el cura párroco, ponían sus notas frescas y nos hacían gozar cristianamente en tiempos de Cuaresma.
La penitencia estaba incluida en la Semana Mayor, pero se hacía sentir en las indigestiones, las urticarias y las lombrices; solamente que, al final, se hacían salir con tiro seguro y otras hierbas y menjurges que nos preparaban nuestros padres.
Eran, de cierto modo, tiempos distintos. El fervor religioso se mantenía toda la Semana Santa con las procesiones, las misas, rezos, el lavado de la cruz, el Vía Crucis, la Procesión del Silencio y el Santo Entierro. El Sábado de Gloria el paseo obligado era el río Torola o el Llano del Muerto. Eso queda para la historia y el recuerdo; ahora todo se va perdiendo con la invasión que trae la civilización y demás hierbas herejisimas.
San Salvador, lunes 18 de marzo de 1991
Enrique S. Castro
Tomado de su libro “Trapiche”
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