Yo ingresé como estudiante de primer ciclo a la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional en el año de 1973, un año después de que el entonces presidente de El Salvador, el coronel Arturo Armando Molina, decidiera cerrar la Universidad unos meses antes, aduciendo que era centro de subversión en contra del gobierno de la república.
Cuando el rector, los decanos y demás autoridades universitarias recibieron de nuevo las instalaciones de la U, se llevaron la desagradable sorpresa que gran parte del material didáctico utilizado había sido destruido o robado. Las camas que usaban los estudiantes residentes, los pupitres, los pizarrones,los utensilios de la cocina y de la cafetería, el material de los laboratorios de medicina, de química y farmacia, de física, las prensas tipográficas de la imprenta,los sillones de la barbería y hasta los escusados habían sido robados por los mismos cuerpos de seguridad encargados de “vigilar y cuidar” la Universidad.
Aún así, en esas condiciones, maestros y alumnos iniciamos el ciclo escolar con gran entusiasmo pues se había recuperado el primer centro de estudios para cumplir su función social de ser formador de profesionales en todas sus ramas, tanto científicas como humanísticas para beneficio de nuestro país.
Yo estaba sumamente entusiasmado pues iba a iniciar una nueva etapa educativa en mi vida, y había vuelto a encontrarme con muchos ex compañeros del Instituto Nacional en pasillos, aulas y auditorios de la Universidad. Todo el ambiente universitario me parecía agradable: las clases, los profesores, los compañeros, las tareas, etc. todo. Pero había algo que realmente me atemorizaba…el grito de ¡PELO, PELO, PELO! en las afueras de las aulas
Antes que la Universidad fuera cerrada por el gobierno, se tenía la costumbre que los estudiantes de segundo año le dieran la “bienvenida” a los nuevos estudiantes, y ese recibimiento era en una mezcla de "bautismo y tortura" que consistía en pelonearlos para que todo mundo se diera cuenta que ya eran estudiantes universitarios.
Los estudiantes de segundo año se apostaban en las salidas de las aulas de los alumnos de primer año y no los dejaban salir a menos que se dejaran que les metieran las tijeras en el pelo y los dejaran todos “chachajeados” y se fueran en esas condiciones a sus casas para que la gente se burlara de ellos; o no tener más remedio que irse inmediatamente a la barbería para que le terminaran de rapar la cabeza y lo dejaran a uno como cabeza de pinga.
En esos años, nadie andaba pelón. Solo los ladrones, los locos o los que tenían piojos en la cabeza andaban el coco rapado. No como ahora que se ha convertido en moda. Así que por eso los estudiantes de primer ciclo tratábamos la manera que los estudiantes de segundo año no nos fueran a agarrar en buruca y a la fuerza, y nos corríamos o nos saltábamos por las ventanas para que no nos agarraran.
Había unos que se les oponían y se ponían bélicos, pero poco o nada podían hacer contra un grupo más numeroso, y terminaban pelones y verguiados. Yo, por si las moscas, cada vez que iba a clases, llevaba escondido un gorrito en el pantalón, por si me agarraban y me peloneaban. Así no sufriría tanta vergüenza de irme de regreso a mi casa todo chachajeado.
Habían pasado casi tres semanas de clases y mi larga y frondosa cabellera seguía virgen e inmaculada, pues cada vez que veía un grupo de segundo año me les escondía y me les corría, y además ya habíamos entrado de lleno al estudio y se asomaban las primeras evaluaciones y parciales, y había disminuido el acoso de los de segundo año, así que me sentía salvado. Pero como "a todo chumpe se le llega su Navidad”, un día me torcieron.
Un sábado que estaba recibiendo clases en el auditorio del Paraninfo universitario, llegó un grupo como de cien babosos de segundo año y cerraron todas las salidas del auditorio. No nos tocó otra más que salir uno por uno a que nos esquilaran como ovejas. No sé cuantos cabrones me metieron su tijera. Lo único que les pedí fue que no me fueran a puyar. Me dejaron unas mechas de pelo por la oreja izquierda, otras por adelante y otras por atrás Y el gorrito que andaba escondido en la bolsa del pantalón, a huevos,lo tuve que estrenar. Y echándole putiadas a medio mundo me fui corriendo a la barbería universitaria a que me cortaran las últimas hilachas de pelo que todavía me colgaban.
Cuando llegué a la barbería había una cola como de diez estudiantes de todas las facultades: de derecho, de medicina, de humanidades, de ingeniería, etc. que también los habían peloneado y estaban esperando turno. Me puse el gorro que andaba en el pantalón sobre mi pelona cabeza y me fui caminando aceleradamente sin voltear a ver a nadie para evitar las miradas de la gente para no sentirme más agüevado, tomé la ruta 11 y me fui derechito a mi casa.
Cuando llegué, mi mamá me echó una mirada como diciendo “pobrecito”, pero alcancé a ver una sonrisa burlona disimulada en sus labios.
Todo el fin de semana no salí de mi casa para no ser changoneta de mis cheros de barrio, pues ya sabía como eran de jodiones y no quería que me estuvieran poniendo apodos por andar pelón.
Pero el huevo más grande vino cuando me presenté el lunes siguiente a trabajar.
En esos días yo trabajaba en una compañía que fabrica ventanas y puertas de aluminio muy famosa, y tenía una posición importante pues era el encargado del departamento de ventas al exterior; y desde que llegué, mis jefes y subalternos y compañeros de trabajo se reían de mí. Precisamente ese día lunes vendría un importante cliente potencial desde Costa Rica a visitarnos, el cual, la gerencia donde trabajaba, me había dado instrucciones de atenderlo personalmente para cerrar el negocio.
Yo me sentía avergonzado de andar pelón y que tuviera una primera mala impresión de nuestra compañía al ver que la persona encargada de tan importante venta fuera un cipote pelón, cara de maleante. Así que me sentía nervioso y un poquito temeroso del encuentro con el futuro cliente, más aún que tenía la referencia que se trataba de un importante gerente de una compañía constructora.
Cuando mi secretaria me anunció que nuestro cliente había llegado a mi oficina, las manos me sudaban y el corazón me palpitaba aceleradamente. Cuando él entró, respiré profundo, pero al verlo, exhale con gran alivio al descubrir que mi cliente tenía la cabeza más pelona que Kojak.
Mi cliente al verme se sonrió conmigo y me dijo en son de broma y para cortar el hielo: "¡no tenía que raparse la cabeza solo para recibirme!". Nos reimos juntos, le conté mi historia del porqué andaba pelón, agarré confianza con él y llevé a cabo la venta. La gerencia me felicitó por mi trabajo y ese mismo día decidí dejar de usar el gorrito que andaba puesto para ocultar mi pelona hasta que me creciera el pelo nuevamente.
Pasó volando el primer año de universidad, llegó el tercer ciclo y con él también llegó mi turno de desquitarme la peloneada que me habían dado el año anterior con los de nuevo ingreso de ese año.
Le quité las tijeras de costurera de mi mamá que guardaba en la vieja máquina de coser Singer y me fui para la U a quitar pelo. Dicho y hecho, ya andaban mis compañeros de segundo año gritando ¡PELO; PELO; PELO!, el mismo grito que me había causado terror el año anterior. Hoy era yo el que me unía a la mancha brava de peluqueros principiantes de segundo año con sed de venganza.
No recuerdo a cuantos les corté el pelo, lo que me acuerdo es que se me hicieron ampollas en los dedos de tanto cotarle el pelo a los de nuevo ingreso. Tampoco recuerdo cuantas putiadas me cayeron, pero me valía chonga lo que me dijeran, la cosa es que me sentía satisfecho por haberme desquitado de la peloneada del año anterior.
El siguiente año, las autoridades universitarias prohibieron a los estudiantes el querer cortarles el pelo a los de nuevo ingreso, bajo pena de expulsión porque se habían excedido demasiado pues ya no solo le cortaban el pelo a los hombres sino también que hasta las mujeres, y las que no se dejaban le echaban harina y les quebraban huevos en la cabeza. Así que esos que les cortaron el pelo y no se pudieron vengar, se quedaron mordidos.
Desde entonces, en los pasillos y corredores de la U, dejó de oirse el grito aterrador de ¡PELO; PELO,PELO!
5 comentarios:
Lindo post. Lo felicito.
Gracias por tu comentario Roberto.
Saludos.
Memo.
que costumbres las nuestras vea don..
bonita la historia maestro..
Gracias por tu comentario Alexander.
Saludos.
Memo.
Yo soy una rarisima excepcion en eso del pelo,pelo...nunca me lo cortaron,nunca me identificaron..o les cai bien o tuve una "leche" muy grande. Yo nunca corte pelo a los otros tampoco. Nunca estuve de acuerdo tampoco.Yo fui residente universitario...quizas por eso!!
saludos memo.
jorge chorro/montreal,canada
(jazzyman@latinmail.com)
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