jueves, 25 de febrero de 2010

¡Talán, galán!...por Rigo Galvez.

Talán!... ¡Talán!...¡Talán!...¡Talán!...

Eran las cinco y media de la mañana en aquel viejo barrio, cuando mi madre me sacudió rigurosamente mientras dormía, diciéndome:-"despertá, que ya nos agarro la tarde, vos".

Con las puertas de par en par ví el cielo gris oscuro y alguno que otro tiente matutino anunciando el día.
En aquella casa de adobe, repellada al estilo colonial, la brisa entraba como jugueteando, haciendo de las suyas con la luz que emitía débilmente aquel foco singular en la pequeña recámara de dos camas.

Oía tráfico de familiares afuera en el corredor, gente diciendo “buenos días”, y ví a Capi, el perro de la casa, cual indeciso a quien seguir, con los ojos aun de recién despertar moviendo su cola.
Seguía aun sentado en la cama, como si a mis nueve años tuviera el derecho de decidir.
Dejaron de sonar las campanas, mas en la lejanía se escuchaba el cantar de un gallo, mientras el aroma a café invadía el corredor de aquel hogar.

Como hormigas alborotadas, todos en mi casa caminaban apresuradamente de un lado a otro. Yo, bostezando, seguía sin entender aquel "relajo" pues no era domingo, y aunque si sabia lo que significaba levantarse para ir a misa los domingos, no entendía por qué en día sábado y por qué tan temprano.

Mi padre paso silbando una melodía que solo él sabia en su mente, interrumpiéndola de vez en cuando para responder un "buenos días".

-"Buenos días papá" – le grite desde donde estaba-.
"Buenos días, hijoooo" – me contesto felizmente-.

Mi madre, ya lista con todo y mantilla en la cabeza, reingreso en aquel cuartito preguntando en tono de "mas te vale!"
-La palabra mágica "chilillo" me inyecto un toque eléctrico, haciéndome brincar de la cama, y como en cámara rápida buscar mis zapatos, ponerme el pantalón y la camisa al mismo tiempo.

-Ahí déjelo – intervino mi papa en tono comprensivo-.
¡No, que "aprienda"!- respondió mi madre firmemente-.

-Mi hermana mayor, quien se unió al circulo en esos instantes, me hacia "cejitas"en señal de muecas burlescas indicando que estaba disfrutando mi proximidad al bendito "chilillo".
Pero en menos de dos minutos ya tenia puesto todo. Eso si, los zapatos al revés y los botones del "suéter" un poco atravesados.

-"Y ponéte el gorro" – agrego mi mamá-.
-¡El gorro no por favor!, -le suplique-, ¡mejor la cachucha!…-
Lo que seya, pero ya!. -Finalizo aquella mujer santa, tratando de contener su risa y verse “brava".
-Si quieren los llevo en el "yip", – ofreció mi papá.-
No gracias, si solo son cuatro cuadras– le respondió mi mamá.
-Va pué – dijo mi papa, estirándose y bostezando…
La gata de la casa le paso sobando las piernas y mi padre en tono pícaro le dio su patadita...

Al salir al andén notaba que otras vecinas también salían con sus cabezas"enmantilladas" y sus hijos de temprana edad de la mano. La hija de niña Chon me hacia ojitos.
Quien sabría por qué, solo era sonrisas conmigo.

Aquella avenida que llevaba al cerro, se convertía en un pasaje directo a la brisa fresca del cielo. Dentro de los sonidos madrugadores se podían distinguir los ruidos que hacían las palomas, el ring-ring de la bicicleta del panadero, la voz peculiar del vendedor de diarios, centenares de "buenos días le de Dios", los chontes en su algarabía, y mas que algún chiflido de "que cuero" por algún panadero al ver pasar a las empleadas domesticas corriendo hacia la misa de seis.

Mi madre me llevaba a trote de soldado. Un paso de ella eran dos míos, por lo tanto, yo iba explorando el paisaje y ella firmemente me jalaba de la mano para mantener el paso.
Para colmo, en el campanear, el sacristán tenia instrucción de sonar tres veces la campana.
El primer anuncio a las cinco y media, después faltando quince, y por último, a las meras seis con par de sonidos solemnes indicando que la Misa se daba por iniciada.

A mi barrio le correspondía la iglesia "el Calvario", localizada estratégicamente en una loma.
Se veía desde muy lejos, y a medida que se aproximaba uno al llegar, se pasaba por el parque Menéndez donde habían vendedoras que vendían plátano frito, pastelitos, atol de shuco, o algún otro manjar que solo podíamos ver, porque íbamos "precisos" o sea de prisa.

Todos esos aromas, sonidos y vistas se borraban al entrar al templo en donde se oía el eco de los pasos de la gente, las oradoras murmurando el rosario al frente vestidas de negro con la mirada fija en el suelo. Se veían las veladoras, y la gente acomodándose en las bancas del templo, yo miraba las estatuas a lo largo de cada pared simbolizando el vía crucis, confundido del por qué olía tanto a incienso, y cual era el propósito de aquella experiencia religiosa.

La rutina era pararse, hincarse, sentarse, pararse de nuevo, volverse a sentar, darse golpes en el pecho, escuchar al Padre cantar si entenderle nada, similar a cuando me llevaban a ver las películas de Cantinflas que no entendía nada.

"Es justo y necesario", era mi parte predilecta.

Mi mamá esperaba que yo imitara todo lo que ella hacia como si fuera un espejo, y con un poco de impaciencia me jalaba de la oreja si me distraía viendo lo nuevo que todo aquello representaba para mi.
Quizás en día domingo no era igual y era menos estricto, pero en este caso ya estábamos en la "mentada" Cuaresma.

¡Cosas de grandes!, pensaba yo.

Como todo un campeón, volvía a casa, orgulloso de haber sobrevivido aquel gran evento, y hasta el Padre "Chicho" me saludo y me toco la frente y le dijo a mi mamá algo de primera comunión o algo por el estilo. ¡Caracoles!

!Ah, y no me dormí!.

Por algún motivo regrese lleno de energía, y con hambre de la misa aunque solo haya durado una hora, y lo mejor de todo, es que mi mamá me dijo que eso iba a durar toda la semana.

Ya de vuelta en casa las camas estaban arregladas, se servia el desayuno y cambiaba todo el ambiente… ¡Qué galán! .

Fotos cortesía de Rigo Guzmán.

domingo, 21 de febrero de 2010

MEMOrias del Parque Infantil.


El Parque Infantil de San Salvador me trae bonitos recuerdos a la memoria porque era un parque popular, céntrico y accesible al bolsillo de la gente de bajos y medianos recursos, muy agradable y acogedor; lleno de bella vegetación, bonitos juegos mecánicos, y con mucha diversión para grandes y chicos.

La entrada era gratuita. Solamente se pagaba por el uso de sus juegos mecánicos y el trencito eléctrico.

Originalmente se llamaba “Campo de Marte” en honor al Dios de la guerra, y era el lugar donde se hacían las paradas militares y servía como centro de ceremonias para la toma de presidentes, lugar de conciertos de la Orquesta y la Banda de los Supremos Poderes, y por muchos años fué el sitio de la Feria de las fiestas patronales de San Salvador. También fue el sitio donde por primera vez descendió un avión en El Salvador, y fue el lugar donde alguna vez estuvo el Hipódromo Nacional.

Recuerdo que entre los juegos mecánicos estaban las lanchitas de agua, los avioncitos, los caballitos, los carritos jalados por caballitos, los carros locos y las voladoras. Además había muchos columpios, sube-y-bajas, deslizadores, y vaivenes.


También había parlantes de sonido instalados en los postes de iluminación, y la administración del parque ponía música instrumental de fondo para el deleite de los visitantes.

Otras de sus atracciones era el laberinto, la concha del eco, las dos pistas de patinaje, la cancha de basketball, la pantalla de cine al aire libre, el castillo encantado, la casita de muñecas, el zapato gigante, la pista pavimentada que daba toda la vuelta al parque donde se hacían carreras de atletismo, de bicicletas, carretas y patines, etc. También existían muchas estatuas de cemento de personajes de las tiras cómicas como la de Trucutú, El Fantasma y otros, y también tenía una piscina para niños.

Pero la estrella de las diversiones del Parque Infantil era, sin duda, el trencito eléctrico.


Recuerdo que la cola para subirse al tren eléctrico los fines de semana era como de dos horas. Pero la gente la hacía con gusto porque era un viaje inolvidable para los que se subían en él.


Era algo mágico, porque por unos pocos minutos, el trencito nos transportaba en un viaje fantástico a lugares insospechados. Cuando el trencito silbaba anunciando que se aproximaba a la estación, todos los niños aplaudían.

También había ventas de golosinas como el algodón de azúcar, sorbetes, dulces y gaseosas.

El Parque Infantil fue un lugar donde yo disfruté gran parte de mi infancia y juventud, pues quedaba muy cerca de mi casa. Muchas veces me iba yo solito a patinar, a montarme en la ruedas o a bañarme en la piscina. Ya de adolescente iba a jugar basketball y a vigiar a las cipotas “capionas” y a desayunar a los cafetines que existían dentro del parque pues sus platillos eran sabrosos y baratos.

Cuando crecí y tuve a mis tres hijos también los llevaba al Parque Infantil a que disfrutaran como lo hice yo cuando era pequeño.

Desgraciadamente, el Parque Infantil fue reducido de dieciséis manzanas de terreno a poco menos de cinco que ocupa actualmente. Además, sus alrededores se han llenado de vendedores ambulantes que le ha quitado vista y belleza al lugar que una vez fue centro de diversión sana de los salvadoreños y pulmón natural de la ciudad capital que hoy más que nunca necesita de lugares de recreación sana para olvidarse de todos sus problemas cotidianos, como la crisis económica, la falta oportunidades de empleo y la inseguridad ciudadana.






miércoles, 17 de febrero de 2010

Me caí del mundo y no se como se entra.

Por: Eduardo Galeano, periodista y escritor Uruguayo
(Para mayores de 30)

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y
cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre
agregarle una función o achicarlo un poco..

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los
colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y
los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se
encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra
generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy
desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de
tela del bolsillo.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento
me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable
es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo
cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el
monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón
de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta
palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas
que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de
refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se
rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que
tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los
talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más
basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda
la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi
casa no pasaba el que recogía la basura!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o
a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de
los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.
Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se
quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es
fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna
vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo
nuevo'.Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un
arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado . Y hay que vivir
endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una
vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y
hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma
casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron
para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las
cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos
podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer
caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo,
las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera
caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a
los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se
vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los
manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el
cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo
guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los
refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la
puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían
en cortinas para los bares.. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las
martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para
la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se
tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores
descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en
sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las
llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna
lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban
del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles
calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se
terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían
para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso
los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que
nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para
hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros
y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas
y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la
otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los
primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara
alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4
de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de
metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad
para convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros
objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas
aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada:
¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y
nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que
sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de
los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron
macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en
adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de
acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza
en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los
que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy
no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta
la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo
para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que
se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los
temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo
hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte
apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por
modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les
discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,pegatina en el cabello y
glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo
contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar
a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna
función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y
corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.

Eduardo Galeano

sábado, 13 de febrero de 2010

Ni mara, ni salvatrucha.


Paolo Lüers*
Miércoles, 10 de Febrero de 2010

Los que se hacen llamar "mara" no son mara. Son impostores. La mara es un
concepto marcadamente positivo en la historia del país y en la biografía
individual de casi todos los salvadoreños: el grupo de amigos, de compadres, la
cherada, la majada. Uno va a al cine con su mara, a vacilar, a hablar paja en la
esquina, al estadio, a joder en la playa, a buscar novias. Los que se juntan
para matar, no son mara. Los que se juntan para ver a quién violan, no son mara.
Son pandilla, son banda criminal, son organización delincuencial.

Tampoco tienen derecho de llamarse "salvatrucha". Robar, violar, extorsionar,
matar no es como son los salvadoreños. El salvadoreño es un tipo que le gusta el
vacile, pero también le gusta trabajar. Le gusta la jodedera, pero ama a su
familia. Es generoso, cagado del chiste, capaz de ejercer violencia cuando lo
quieren joder, pero no es violento.

La violencia por la violencia es un fenómeno nuevo en El Salvador. No se explica
tampoco con la guerra civil. En la guerra, la violencia era dirigida, era
controlada, no era un rito. Es cierto, siempre hubo violencia, pero estaba
relacionada a conflictos que de otra manera no tenían solución: por mujeres, por
tierra, por una vaca, por un insulto. Pero la violencia por la violencia es
nuevo. No nació en El Salvador. No es parte de la idiosincrasia guanaca.

No es justo que en el mundo piensen en violencia cuando escuchan la palabra
"mara", y en asesinos cuando escuchan la palabra "salvatrucha". La mara
Salvatrucha --igual que la 18-- son conceptos importados desde Los Ángeles,
versiones latinas de las famosas y violentas "gangs" de afro americanos, como
los "Crips" y "Bloods" de los años 70. En Los Ángeles, los "gangs" nacen como
manifestación de las divisiones y tensiones raciales y étnicas. Los "street
gangs" negros nacen como respuesta a la discriminación y marginación racial.
Pero en vez de luchar contra el racismo blanco, como lo hicieron una década
antes los "Black Panthers" o los "Black Muslims", los "gangs" negros se matan
entre ellos y aterrorizan a los más débiles: los inmigrantes.

Las pandillas mexicanas nacen como reacción al terror de los "gangs" negros. Las
pandillas salvadoreñas nacen como respuesta a la violencia de los "gangs" negros
y las pandillas mexicanas... Todos arman guerras en los barrios de Los Ángeles.
Pero no contra la marginación, sino guerras entre marginados. Violencia entre
pobres. Lo mismo se reproduce aquí: MS y 18 matándose entre ellos y matando a
los más débiles: la población indefensa.

El hecho que la violencia de las pandillas, importada desde Los Ángeles, ha
encontrado un terreno tan fértil en El Salvador de la posguerra, no la convierte
en característica nacional. Sigue siendo minoritaria. La mayoría de los
salvadoreños sigue siendo gente honrada, pacífica, generosa. Gente que ama a su
familia y quiere sacarla a delante. Igual que a su país.

Por eso es que el problema tiene solución, siempre y cuando esta mayoría
comience a manifestarse. El primer paso: Dejar de aceptar que la violencia es
parte de nuestro carácter nacional. Entender --y decir en voz alta-- que los
pandilleros que nos chingan la vida no son ni mara ni salvatrucha, mucho menos
defensores del barrio. Son los que destruyen a la cherada, hacen pedazos el
barrio, corrompen las comunidades...

Sólo recuperando el orgullo como mara-cherada, como barrio, como comunidad, como
vecindad, como salvatruchos, como salvadoreños, como nación... sólo así podemos
combatir y vencer a la minoría violenta y reclamar nuestro derecho de vivir sin
miedo. Primero hay que entender que esta minoría atenta contra la comunidad y
contra la nación. Segundo que es una minoría. Tercero que sólo el miedo y la
pasividad de la mayoría le da poder a la minoría.

Hay que recuperar los barrios. La policía, el ejército, el gobierno pueden
ayudar, reprimiendo a los pandilleros. Pero si los ciudadanos no empiezan a
quebrarles la moral a los pandilleros, no hay Estado que nos salve. Es correcto
exigir al gobierno que se deje de pretextos y haga su trabajo para liberar a los
barrios de los violentos. Pero es indispensable que los ciudadanos hagamos lo
nuestro para volver a llenar nuestros barrios de vida, dignidad y valores.

*Periodista de origen alemán.

Artículo tomado de El Diario de Hoy.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Desliz de un aventurero.

Continuación del cuento: "Principio de romance...".

Carlos Arturo combinaba la bohemia de su vida y se enjugaba las manos con las rachas de buena y mala suerte a causa de sus aventuras, pero no escarmentaba.- Rápido olvidó el llamado de su conciencia cuando abandonó a la chica “modelo” en San Bartolo, y su conducta mantenía el mismo ritmo de soltero independiente, trabajador responsable, pero amante de aventurar especialmente los fines de semana.

Carlos Arturo ya tenia compromiso. Se salió de la oficina de un cliente, llamó a su secretaria para saber si tenía algunos mensajes. --“Nada importante” le dijo Silvia. Le dio las gracias y le dijo muy cortésmente: “Feliz fin de semana, nos vemos hasta el Lunes.” Se dirigió a su casa. Tomo un baño, se alistó para asistir a un “cóctel” programado a las 6:30 PM en uno de los mejores hoteles de la ciudad ubicado en la cima de la colonia Escalón.

Ya en el sitio bebió lo usual que se ofrecía en esas reuniones: "Whisky cinta roja.” Comió solamente exquisitas bocas, no bailó con nadie porque la música solo estaba “de fondo” pero si mantuvo amena conversación con cuanta persona pudo por lo que fue de los últimos en salir de aquella reunioncita, donde hizo alarde de su verborrea y dotes de don Juan Tenorio, pero esta vez no consiguió nada porque ya era muy bien conocido por todas las féminas que asistieron, y las que no ya tenían su “con-que” y él respetaba lo ajeno.

Se despidió, subió a su “toyotia,” no sin antes colocar su saco en la parte trasera del auto. Abrió la guantera sacó sus lentes graduados, se los puso, peinó su cabellera para verse bien, se echó a la boca unas gomas de mascar para aminorar el aliento a licor, al igual que revisó si no había olvidado un par de condones por aquello de las “cochinas dudas.”

Arrancó su auto y bajó toda la ruta por el Paseo General Escalón rumbo a los suburbios donde se ubicaba su residencia. Inquieto como era, manejaba ya despuecito de la medianoche buscando nada en especial. Pensaba detenerse a ”echarse” las copas del estribo en algún bar conocido, pero no se detuvo y continuó rumbo a casa.

De pronto, al pasar por el Monumento del Salvador del Mundo, tomó un cruce medio oscuro rumbo a Avenida Olímpica, vio dos dudosos cuerpos hermosos que parecían dos hembras, una rubia y la otra pelirroja, por supuesto, se veían “despampanantes” que le llamaron mucho la atención. Una de ellas le saludo con la mano aunque le parecía totalmente desconocida.

Detuvo su auto a lado donde se encontraban y preguntó si deseaban algún “jalon.” Una de ellas dijo que si dudoso pero.... --Suban, dijo muy amable.

Pero ninguna decidía usar el asiento de atrás. –Rápido que ya vuelve la tormenta les dijo. De pronto notó aquellos rostros mal maquillados o pintados grotescamente ya que ambos, sencillamente, eran un par de homosexuales que acostumbraban a solicitar trabajo en esa zona.

¡O no!- dijo Carlos Arturo. --Me disculpan, pero a mi no me gusta... –Ni concluyó su frase de rechazo... y solo concluyó: Se me bajan inmediatamente. ¡Salgan, salgan de mi auto! –Pero ninguna obedeció, y la que estaba a la par de él se le acercó como para tocarlo con las manos de uñas largas y gruesas, mientras la otra, en tono amenazante le sentenció: -- Que te crees vos pendejo, que te vas a burlar de “nosotras", ya subimos y tienes que llevarnos y pagarnos...

Cuando Carlos Arturo quiso aventar a “una” con las manos, la “otra” desde atrás le tomó la cara y le quitó los lentes, y ambas se prestaron a golpearlo a puño cerrado dentro del auto. Como pudo, aquel muchacho delgado, pero bien dado de fuerza, bajó la manecilla de la puerta, y salió para verse fuera del alcance de “aquellas asaltantes del sexo.”

Pero ya le habían golpeado fuerte, ni tuvo tiempo de sacar el pañuelo para limpiarse cuando sintió otra andanada de golpes a que aquellas “locas” repartían a diestra y siniestra hasta verlo caer a consecuencia de lo cual cayó golpeándose la cabeza en la cuneta.

Carlos Arturo ya no pudo más y perdió el conocimiento.
Aquella golpiza fue muy rápida. Ningún auto pasó para auxiliarle mucho menos los vigilantes del orden. Aquellos dos sujetos se habían quitado los “zapatos de tacón,” registraron las bolsas de la ropa de su víctima. Sacaron lo que pudieron y se marcharon perdiéndose en la oscuridad de aquel sector.

Vino la lluvia y la correntada que bajaba pasó sobre el cuerpo tendido de Carlos Arturo que lo hizo despertar. Se incorporó, vio que allí estaba su auto con la puerta del conductor abierta, también estaban las llaves sobre el asiento, su cartera a un lado con los documentos necesarios menos el dinero en efectivo que portaba, tampoco se sintió el reloj de pulsera, al cual no dio importancia.

Entró de nuevo a su auto, tomó el volante, se vio en el retrovisor, su rostro aún mojado y recordó unas toallas de papel que siempre portaba en uno de los depósitos de la puerta, sus lentes estaban con una “pata” quebrada, pero sin importarle, se los puso, arrancó el auto y se dirigió sin rumbo. Pensó ir a buscar al par ladrones disfrazados, pero no sintió valor y mejor dijo: Me voy a casa.

Al día siguiente no quería ni levantarse, al hacerlo sintió dolor en los pómulos, se fue al espejo y al verse tenía aruñada la mitad de la cara. Se sintió impotente para ir a la policía a hacer la denuncia. No salió sábado ni domingo, y el lunes pidió permiso de ausentarse de su trabajo a causa de un sorpresivo resfriado.

Pocos días después la vida normal volvió por él. Fue a la oficina. Hizo lo de costumbre, pero procuró no ser “bien visto” por nadie, aunque nadie le preguntó nada, porque aunque sabían que era soltero, no asociaban una “gatita brava” celosa conocida en su vida.

A media semana pensó cambiar su vida de fines de semana y se fue a la playa para ver el mar y tomar el sol, “quemarse” la piel, y secar muy pronto aquellas heridas que lo hacía avergonzase de aquel desliz inesperado. En uno de las tiendas que de detuvo para comprar una bebida, vio en el periódico un titular de primera plana: “Hallan dos cuerpos de homosexuales muertos acribillados a tiros en la zona de La Campana", pero no adquirió ningún ejemplar para no ver los detalles porque le daba coraje...mucho coraje aquel penoso incidente. Uno más en su vida…

¿Escarmentaría esta vez?

Fin.
Roberto Rodríguez.