
Este relato lo tenía pensado escribir desde hace algunos años. Pero por falta de tiempo debido al trabajo, y además a que últimamente me he vuelto medio “huevón” para escribir, no lo había hecho. Pero ya que éste día supimos la noticia de que la elefanta del zoológico nacional murió, decidí hacerlo para contar una pequeña anécdota que me sucedió hace como cuarenta años en el Zoológico Nacional con la elefanta Manyula.
Yo nací a mediados de los años cincuentas y me crié cerca del centro de San Salvador, y el Zoológico Nacional era de los pocos lugares de entretenimiento familiar para el pueblo, y como nos quedaba relativamente cerca, pues mis padres me llevaban con bastante frecuencia. En el álbum familiar todavía conservo algunos retratos que me tomaron en brazos de mi madre, con la isla de los micos de fondo.
Me entretenía viendo la jaula de los leones africanos, los cocodrilos, las culebras, los coyotes, los camellos, los avestruces, los mandriles. Pero los animales que más acaparaban mi atención eran: los monos araña, los pavianes, los leones, y la elefanta Manyula.
Decían que la habían traído de la India junto a otros animales como los camellos y avestruces, y parece que se adaptó muy bien a nuestro clima y a la dieta de frutas y verduras que los encargados le daban de alimento.

Como les decía, iba bastente seguido al Zoológico, desde que era niño hasta adolescente, pues no solamente iba a ver los animales sino que también iba a repasar mis lecciones y a estudiar para los exámenes trimestrales porque en el Zoológico habían muchos árboles que daban buena sombra y me gustaba repasar mis libros debajo de ellos.
En una de esas ocasiones que estaba estudiando me entro sueño y me dormí en una de las bancas. No recuerdo cuanto tiempo. Pero entre dormido y despierto recuerdo que me empezaron a caer unas gotas de agua. Volví a ver al cielo pues pensé que empezaba a llover, pero no se miraba ni una nube. Me volteé de nuevo para seguir con mi siesta, cuando al poco rato vuelvo a sentir un pequeño chorro de agua en la nuca. Me levanté de la banca donde estaba sentado para ver si algún cuidandero andaba regando la grama con alguna manguera y me había chispeado, o algún cipote me estaba jugando alguna broma…pero no había nadie.
No le di más importancia al asunto por varios minutos, cuando, de repente, vuelvo a sentir otro pequeño chorro de agua en el cuerpo. Me levanté nuevamente para ver quién o de donde provenía el agua, pero veo que cerca de mí solo está la elefanta en su jaula paseándose de un lado a otro.
“No puede ser la elefanta”- me dije- “
Tiene que ser otro el culpable”. Para estar seguro, me fui a sentar a la misma banca y me hice de nuevo el dormido. Al poco rato vuelvo a sentir que me tiran agua cerca de los pies. Esta vez no había duda, nadie estaba cerca de mí. La elefanta Manyula era la que me tiraba el agua con su largo moco. Cada vez que me sentaba, ella iba a su enorme piscina y agarraba un poco de agua y me la lanzaba. No se si la paquidermo sabía que estaba tratando de dormir o me había agarrado de juguete. Lo raro es que solo a mí me tiraba el agua y no a las demás personas.
Pero en lugar de enojarme con ella, le seguí el jueguito y me fui a sentar y hacerme el dormido de nuevo para que Manyula me siguiera mojando. Así estuvimos jugando por un largo rato, yo haciéndome el dormido y ella tirandome agua. Pero en una de esas ocasiones, en lugar de agua, ella agarró tierra y me la tiró, y entonces, decidí mejor irme para otro lugar.
Nunca supe si algún cuidandero del parque le enseñó la bromita, o si le hacía lo mismo a otras personas, lo cierto es que desde entonces le tomé mucho cariño a la elefantita, o mejor dicho, a la elefantota.
Tiempo después me casé y tuve mis tres hijos y también los llevé en varias ocasiones al parque Zoológico para que conocieran a la “Reina del Zoológico”, la elefanta Manyula. Aunque a ellos lo que más les gustaba eran los leones y el pavián "culo pelado".
No hay duda que Manyula se convirtió en un icono nacional, pues sobrevivió terremotos, guerras, gobiernos militares, golpes de estado, inundaciones, mareros, delincuentes, huelgas de hambre y diputados corruptos, y siempre estuvo presente para dar alegría a muchas generaciones de salvadoreños que la consideraron como la mascota nacional.
Me gustaría que la autoridades de encargadas le pintaran un mural o le hicieran una especie de estatua, en la que fuera su jaula y donde será enterrada, como recordatorio para las viejas y nuevas generaciones, del animal en cautiverio más longevo y querido por el pueblo salvadoreño, que nos alegró muchas tardes de domingo en el viejo Zoológico Nacional.
¡Gracias Manyula por tan lindos recuerdos!.
