domingo, 8 de agosto de 2010

El Misterio del pájaro del Dulce Encanto.


El misterio del pájaro del Dulce Encanto

Una mañana la abuela despertó a todos desde muy temprano, anunciando que en la cocina había capturado el Pájaro del Dulce Encanto. Claro, para los niños fue una noticia, para los mayores causó extrañeza, porque dicho pájaro sólo existía en los cuentos de camino real. Una vez reunidos a la luz del candil, vimos que Lastenia Primera presionaba una caja de cartón que, según nosotros, evitaba que el ave escapara. Cuando estuvimos todos a su alrededor dijo que iba a ver como alzaba la caja para que el pájaro no volara. La levantó y se nos vino el gran tufo. Era una plasta de mierda. Todos sorprendidos, menos Crista que sin duda estaba en complicidad con su madre.

Quiero saber quién putas se vino a cagar en la cocina”- de inmediato cambió su expresión entusiasta a una de ira. Tía Lastenia: “Ese cerote no se parece a uno de los míos”. Quisimos reír pero los rostros adustos de abuela y Crista no nos dejaron.

-Eso es lo que quiero saber-la abuela, custodiada por Crista, hablaba en serio. Los niños afirmando nosotros no fuimos.

La bisabuela dice su frase usual de tiempos difíciles. “Que un rayo me parta si he sido yo y mi madre que me alumbra con su foto”-señala su retrato en la pared. Y Herminia: “A mi que Dios me queme las manos o las nalgas”. Lastenia Primera imperturbable. “Desperté a los cipotes como testigos pues la plasta de mierda no es de ellos, es de adulto”.Quizás fue la Coyota Teodora”, murmuró Herminia.

El gran jurado dio veredicto absolutorio en vista que nadie se hizo cargo ni se pudo comprobar el culpable.

El Pájaro del Dulce Encanto es un cuento que anduvo siempre entre nosotros, especialmente relacionado con un timo: alguien lo vendió y lo entregó cubierto con un sombrero para que no se escapara. El comprador sin dejar presionar el sombrero mete la mano y su sorpresa es que toca una masa informe y no el tal Pájaro. Es una enorme defecación. De ahí la idea de la abuela de cubrir la plasta con una caja; además por el tufo.

Dos semanas después se repitió la misma acción. “Ahora sí, de verdad es el Pájaro del Dulce Encanto, despierten todos” Tía Lastenia Segunda, que no le gusta levantarse antes de la cinco de la mañana refunfuña: “Puta, a mi nana se le deslizan las tejas”. “Yo pensé que esta vez era verdad lo del Pájaro”.

Lastenia, la abuela, dijo: “Qué pájaro ni que mierda”, que había sido un artificio para que nos levantáramos sin asustarnos. En esta ocasión, Crista tomó la palabra: “Esto no tiene nombre, que vulgaridad más terrible”. Es obra de la Coyota”, murmura Herminia.

La bisabuela Juliana nos defiende con una herejía: “¿Quién dice que no puede ser una de ustedes?”. Sacrilegio que solo Juliana puede cometer pues Crista y abuela están exentas de ser sospechosas.
Tía Lastenia, como siempre, murmurando: “Eso mismo digo yo, abuelita”; es la única que se atreve a aprobar la posición de la bisabuela. Herminia: “Este cerote no es obra de este mundo”. Pero sin pruebas tampoco se encontró un culpable.

La tercera vez de nuevo en la penumbra de la madrugada, se oyó la voz de Latina Primera: “Levántense que ahora sí es el verdadero Pájaro del Dulce Encanto”. Pensamos que mejor nos cagara el tigre. La madre estaba furiosa. Tía Lastenia Segunda: “No me miren a mi, cabronas”, lo dice en voz baja, refiriéndose a Crista y la abuela, de manera que no la oigan. Pero las dos permanecen imperturbables. “De aquí no nos movemos hasta descubrir el cagón”. Todos nos sentimos sospechosos y estábamos asustados.

Hasta que Juliana, a quien hacía poco le habíamos celebrado sus cien años estuvo de acuerdo con Herminia. “Miren, este cerote que se llama Pájaro del Dulce Encanto no es obra de ningún cristiano”. Agrega: “No vamos a estar todo el tiempo pasando estas vergüenzas, la mierda viene de otra parte”. Crista y la abuela escuchan atentas. Juliana continúa: “Esto es obra de la Coyota Teodora, cuando se mete a una casa y no encuentra comida, se desquita cagándose”.- No deja tiempo para que Lastenia la contradiga-. “Por eso cuando comamos en la cena hay que dejar sobras para las almas en pena, porque si nos visitan y no encuentran comida, se molestan y se cagan en uno”. Juliana se pone convincente. “Y no vuelvan a levantarse para pasar vergüenzas”-termina la bisabuela.
Crista y abuela, luego del intercambio de palabras aceptan que quizás la tesis de Juliana es valedera. “Si es la Coyota-termina Juliana Hernández-yo sé cómo defendernos, vamos a poner agua bendita casera, agua con sal, sangre de Nuestro Señor”.

Así todas las noches la abuela se acostumbró a colocar un recipiente de agua salada cerca de la puerta, Nos deshicimos de la Coyota que ya no pudo filtrarse por las rendijas o por el ojo de la llave, porque al tratar de hacerlo su espíritu se diluye en el agua cristalina, se le frustra la transformación.

Fragmento del libro: Siglo de O(g)ro
De Manlio Argueta.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué mierda de relato.

Memo dijo...

¡Qué mierda de comentario!

Letona dijo...

es un buen relato ya q en los cuentos historias fabulas etc las malas palabras son como un recurso literario ya q en la literatura no existen las malas palabras