Por Maria Erlinda Villanueva.
Mi cuarto grado de Primaria, señores lectores, fue un verdadero Calvario!.
Pero tambien fué... mi mayor fuente de infomación; la base de mi educación escolar.
Recuerdo muy bien esa rutina diaria.
Frente a la humilde aula de clases, en aquella antigua escuelita de mis recuerdos, cada mañana antes de nuestra primera clase, en fila india y con un metro exacto de distancia, estábamos ahí: 25 niños , desde las 07:30 a las 08:00 de la mañana, transpirando bajo el sol tropical de la época.
Nuestros nombres y apellidos eran gritados, sin equivocarse, por la voz chillona de la" Señorita Lorenza", quien más parecía Coronel de Brigada de Infantería, pasando lista , que nuestra Maestra!.
Uno por uno éramos llamados un paso adelante, para nuestra revisión diaria.
El uniforme debía estar impecable, limpio y debidamente planchado
!Oh Dios , No llevar el uniforme era un delito capital!.
El cabello era meticulosamente inspeccionado hebra por hebra, para descartar que hubiesen piojos, liendres, chinches, telepates, u otros insectos, nocivos para la salud.
Ella, mi recordada maestra, se cercioraba que nuestras uñas ,( que según ella escondían desde tierra, hasta dinero) estubieran siempre completamente limpias.
Los oídos no debían estar llenos de cerumen, porque eso no nos dejaba escuchar su clase.
El bendito y terrorífico interrogatorio de cada mañana: "Fulanito, te bañaste el día de hoy?", nos hacía temblar.
El temor iba creciendo cuando llegaba a los bolsillos, que era el verdadero escondite de nuestros mas caros tesoros.
Siempre nos eran decomisados: trompos, yo-yos, canicas, saltacuerdas, los bolígrafos de nuestros compañeros, chicles, yeso y algunas veces la cartera que la maestra había perdido hacía semanas!.
Los zapatos, oh señor mío! los zapatos debían estar bien lustrados, porque según ella: "Revelaban nuestra verdadera personalidad"; pero para nosotros solo era el pasaje secreto, donde habitaban los hongos, mazamorras, pie de atleta y asimismo el escondrijo del dinero de nuestros padres y por supuesto el infaltable olor a queso podrido, con tamarindo y copinoles, que era " tan nuestro" y nos avergonzaba compartirlo con los demás!.
El último paso y el más temido por todos era LA REVISION DE LOS DIENTES!, eso nos daba un sentimiento extraño, como prisioneros de un campo de concentración de la segunda guerra mundial! .
Ella , la señorita Lorenza, tenía la capacidad de describir en nuestra dentición de leche con lujo de detalles , el tipo de comida que habíamos ingerido toda la semana!; si teníamos caries, si no habíamos desayunado o estábamos al borde del desmayo, hasta descubrir en nuestro aliento si sufriamos diabetes!.
Creo que hubiera sido el mejor médico general o dentista de su época.
Era increíble su habilidad, para descubrir en el aliento, nuestros más intimos secretos digestivos!.
Bajaba sus lentes oscuros, que colgaban entre la punta de su naríz, y el principio del labio superior, donde lucía su bigote de mujer; y casi metía su cabeza en nuestras pequeñas bocas!.
Con una linterna en su mano, examinaba nuestras amígdalas y daba su diagnóstico exacto: Amigdalitis, Bocio, Caries, Paperas, Desnutrición, Anemia, Apendicitis, sin equivocarse.
Sabía también si ese día , habíamos mentido o dicho palabras obcenas.
Ah! tiempos aquellos, cuando el mayor tormento para mí era la clase de matemáticas.
A mis escasos nueve años, llegue a odiar esa materia.
Mi maestra decía que las matemáticas eran la llave del éxito, que debía ser mi aliada.
Para mi era, mi más acérrima enemiga.
Cada día frente a la clase entera, debíamos repetir las tablas de multiplicar, hasta saberlas de memoria y hay de tí si no las habías aprendido!.
El metro de madera en su mano, tenía un uso muy especial; más que un instrumento de medidas, era un instrumento de castigo!.
Fueron tantas las veces que me ví frente a la clase entera, con mis manos alzadas sosteniendo un pupitre en mi cabeza, como castigo; soportando la burla de mis compañeros de clase, hasta aprender las tablas de multiplicar!.
Esa maestra, mi señorita Maestra, a quien nunca logré entender, ni olvidar; era una anciana de 70 años de edad, educada en su famosa " Escuela Normal de Señoritas en la Capital".
Siempre vestía impecable, con su moño en su cabeza y sus largos vestidos coloridos.
Esas pantimedias que escondían las venas y várices de sus piernas débiles y flacas, provocadas por estar de pie, frente a cientos de generaciones de alumnos.
Su piel morena, contrastaba terriblemente con su cabello totalmente blanco.
Tenía la visión tan aguda, como la de un águila.
Sabía de memoria el nombre de todos los alumnos que pasamos por su aula de clases cada año.
Ella más que mi maestra, parecía la bruja salida de mi libro de cuentos fantásticos, con un peculiar lunar en su puntiaguda nariz.
En mi resentimiento de niño, siempre pensé en el regalo ideal para ella, en el día del maestro: " UNA ESCOBA ".
Si señores, ella era una bruja, pero una bruja de las Matemáticas y de las Ciencias!.
Con los años, lo que nunca parecía desgastado era su voz, su temperamento y su memoria.
Ah! pero que sabia era mi maestra Lorenza, no había tema de su época, que no manejara con lujo de destreza: Música, Letras, Matemáticas, Historia etc.
Ella era un santuario del conocimiento, una Biblioteca andante.
Una enciclopedia viviente!.
Era brillante, era buena, a pesar de su aspecto.
Ella nació con el siglo, donde el tiempo y la sabiduría se unen.
No estoy seguro si ella alguna vez fue niña, creo que nació siendo adulta.
Con el paso de los años, aprendí a quererla y a respetarla.
Esta insigne señora trabajó hasta los 85 años de edad, para el bien de los niños, sus amados niños.
Nunca se casó, nunca tuvo tiempo para ser madre de sus propios hijos; pero dejó un legado de profesionales , de jóvenes amantes de la lectura , del progreso y la cultura.
Ella fue una lumbrera en mi camino.
Ella dejó un preciado legado en la juventud de mi época, en sus ex- alumnos que hasta el día de hoy estoy segura, todos cumplimos al pie de la letra.
Te parecerá risible pero aun nos autocultivamos, nos culturizamos.
Nos cepillamos tres veces al día y antes de acostarnos; tambien nos bañamos todos los días y como un ritual, limpiamos y recortamos nuestras uñas.
Somos padres que tenemos hijos que aman las Matemáticas y saben las tablas de multiplicar de memoria ; hijos que no tienen cerumen en sus oídos para escuchar las necesidades de los demás.
El nombre de mi maestra, tan antiguo como el tiempo, me perseguirá siempre.
Crecí, maduré y no le guardo resentimiento; ya no la culpo, sé que era la metodología de su época, sé que quería el bien para todos sus niños, sus alumos; aunque quizá en ese momento no lo entendimos.
Hoy que veo mi pasado, reverencio a esta noble señora y sé que ella forjó para mi destino, el mejor tesoro: " La Enseñanza".
Aún puedo repetir una por una , las tablas de multiplicar; he triunfado, fuí disciplinado.
A ella , a mi maestra, que se fué con el siglo, dedico este humilde cuento.
Descansa en paz, Mi querida Maestra Lorenza!.
miércoles, 11 de febrero de 2009
Maestra Lorenza
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario