Yo jamás había escuchado la palabra “juelgazo”, y solo la he escuchado una tan sola vez en mi vida a un pescador del Lago de Ilopango; y nunca más se me olvidó, porque cuando la oí, y por la situación en la cual la escuché, quedó grabada eternamente en mi memoria como el clímax de una aventura de mis andanzas de aprendiz de bohemio adolescente. Este es el relato de esa pasadita.
Cuando tenía unos 21 o 22 años de edad, unos amigos de mi barrio y yo reforzamos al equipo de BKB “Danger Up”, de los hermanos Romero Gaitán que vivían en el barrio San Jacinto de la ciudad capital, que estaba participando en un torneo de baloncesto en la Col Guadalupe de Soyapango. Pues en una de las ocasiones que fuimos a jugar, dos de los encargados del equipo, Carlos y Armando, nos invitaron a echarnos unos tragos después de un partido, en la casa de su hermana, que vivía en dicha colonia.
Pues llegamos a la casa de la hermana y alguien puso una botella de licor, gaseosas y boquitas al centro de la mesa y empezamos a chupar. Como veníamos sudorosos y traíamos sed, la botella no duró mucho tiempo. Así que alguien sugirió que nos fuéramos a bañarnos a Apulo, que estaba relativamente cerca, a refrescarnos y a seguir chupando allá.
Como ya nos sentíamos medio zapatones y con ganas de seguir jalando guaro, dijimos que sí.
Creo que iban Alejandro y David Gutiérrez, Carlos Werner, Carlos y Armando Romero Gaitán y yo. Pues nos metimos todos, como pudimos, en el perol de Carlos, un VW escarabajo color rojo desteñido; más viejo que la ganas de pedir fiado, que necesitaba por lo menos cinco personas para que arrancara el motor: tres para empujarlo, otro más para apretarle los bornes de la batería y el conductor.
Agarramos camino a Apulo, y en el desvío de Ilopango hicimos parada en una cantina e hicimos la cabuda para comprar una botella de Espíritu de Caña. Cuando ya estábamos cerca del Turicentro de Apulo, Carlos nos dice “mejor vámonos hasta la playa de los Chulones que está cerquita de la pedrera, por una lomita. Allí se puede uno bañar más tranquilo porque casi no llega gente.
Creo que a ese lugar le decían "la playa de los chulones" porque era de dificil acceso y desolado, por lo que poca gente llegaba hasta ese sitio y uno se podía bañar hasta sin traje de baño sin que nadie lo viera "chulón".
Pasamos Apulo, sobre la misma carretera, y como a un kilómetro más adelante, parqueó el carro a la orilla y nos dijo: “Aquí es. Bájense del carro y empiecen a bajar la loma por esa veredita. Pero tengan cuidado cuando caminen porque hay un vergo de hojas de chichicaste por todos lados”.
Empezamos a bajar, y cuando llegué al borde del lago, me di cuenta que, quizas debido al origen volcánico del lago había una enorme piedra plana que sobresalía de la ladera en forma horizontal que parecía una enorme mesa, exactamente al nivel del agua. Empezaron a llegar los demás, y nos sentamos en la piedrona con las piernas y pies adentro del agua.
El lago de Ilopango parecía un espejo color azul turquesa por el resplandor del sol y a lo lejos se lograba ver el imponente Volcán de San Vicente en toda su majestuosidad y belleza. El agua estaba fresca e invitaba a echarse un chapuzón porque hacía mucho calor ese día.
El último en llegar fue Armando, quien era el que traía la botella de licor, y ya cuando estaba cerca de donde estamos, nos grita desde arriba de la lomita: “¡SAQUENLA!”, y agarra la botella de Espíritu de Caña del cuello y la lanza con fuerza al agua creyendo que la botella iba a flotar. Pero inmediatamente se fue al fondo del lago.
Al mismo tiempo que la lanzaba al lago, todos tratamos de advertirle que no lo hiciera y le gritamos. ¡NOOOOO!.
Pero ya era tarde. La botella ya iba volando en el aire hacia el agua, y como el desafortunado crucero Titanic, se hundió al fondo del lago. Como era la única botella que habíamos llevado y como todos andábamos sin dinero, lo empezamos a putiar.
-¡Puta Armando, Hoy si la cagaste. Las botellas flotan cuando están vacías, y tienen aire adentro, no cuando están llenas!".
-“Este pendejo pensó que era submarino, que iba a salir a la superficie”.
-“Hoy que ve como le hacés para sacarla porque era la única botella que traíamos y ya no tenemos pisto para comprar otra”.
Armando, al ver que había cometido un error y que la botella no subía, se zambulló varias veces para ver si la sacaba. Pero como era bastante gordo y panzón, rapidito se cansó y se quedó sin aire y salió chapaleando como chuchito de regreso a agarrarse de la piedra en donde estábamos para no ahogarse.
En esos días de mi juventud yo practicaba natación, y me encontraba más o menos en buena condición física, así que también intenté sacar la botella. Pero como el Lago de Ilopango es de mucha profundidad y la ladera es muy inclinada, no pude hacerlo. Así que también desistí de poder alcanzarla después de varios intentos y la dimos por perdida.
Cuando los demas se dieron cuenta que yo tampoco la pude sacar, que era el que mejor nadaba y tenia las mejores posibilidades de sacar la botella del agua se volvieron a ver las caras tristes y agüevados como diciendo: ¡Vaya mierda, ya nos llevó putas, se perdió la botella!
-Todos nos quedamos varios minutos en silencio hasta que alguien dijo: “¡Puta, y hoy qué hacemos! ¿Nos quedamos otro rato o nos vamos a la mierda".
-“Volvamos a hacer la cabuda porque yo tengo ganas de chupar". -Dijo otro-. "Tal vez nos alcanza aunque sea para un medio litro de Muñeco".
–A ver, ¿Cuanto tenes vos?”
- “¡Yo solo tengo peseta!, ¿Y vos?”
- “Yo ando ochenta, pero tengo que guardar para el bus de regreso. ¿Y vos?
- “Yo ando solo un peso”-
“Bueno-dijo Carlos-. Demen lo que tengan y voy a ir a la cantina de Apulo a ver qué puedo traer, pero se tienen que ir otros dos conmigo para que me ayuden a arrancar el carro".
Se fueron Carlos, quien era el que manejaba, Armando y David a Apulo, y nos quedamos Alejandro, Caliche y yo, bañándonos y lamentándonos que ya no íbamos a seguir chupando.
Como a unos cuatrocientos o quinientos metros de donde estábamos venía por la orilla del lago un cayuco en donde venían pescando tilapias con arpón unos pescadores lugareños y se dirigían en la dirección por donde estábamos nosotros, pero no le dimos la mayor importancia.
Como a la hora después que se habían ido al pueblo nuestros tres amigos, regresaron, y traían una pachita de Muñeco. Y nos dicen: “Solo para esto nos alcanzó el pisto, así que échense un trago chiquito para que alcance para todos, y después nos vamos a la mierda”.
-“¿Y la gaseosa?- les pregunté, porque yo nunca aprendí a chupar con “boca de paisaje”.
-“¿Cual gaseosa?- me dijo Armando- si apenas nos alcanzó para comprar la pacha"
Cuando fue mi turno de echarme mi trago, me empiné la pacha y me dije: “Ni modo, a aturrar la cara”. Y en lugar de gaseosa, hice un “guacalito” con mis dos manos y agarré un poco de agua del lago y me la tomé para pasar lo carrasposo del alcohol, sin pensar las consecuencias que podría agarrar una infección gástrica o intestinal por tomar agua del lago que pudiera estar contaminada con alguna bacteria. Pero como cuando se anda chupando, uno es bien "pendejo" y todo le “vale verga”.
Cuando ya nos habíamos terminado la pachita y ya estábamos a punto de irnos de regreso, pasaron cerca de nosotros los pescadores que venían en el cayuco y Armando les dice: “Buenas tardes señores. Fíjense que yo tiré una botella de licor aquí y no la podemos sacar. ¿No nos podrían hacer el favor de ver si alguno de ustedes la saca?
-Y el que andaba dentro del agua con el arpón y la careta de buceo, le dice: ¡Ay maistro, todo lo que cae aquí, ya no sale, porque está bien profundo, pero voy a ver si la alcanzo a ver!
Agarró aire en sus pulmones y se sumergió.
No se cuanto tiempo duró dentro del agua, pero me pareció una eternidad.
Al buen rato salió a la superficie bien agitado, jadeante y le dice a su compañero que iba arriba del cayuco: “¡Aquí está, aquí está, ya la vi, pero yo no la puedo sacar. Vos sí podés. Agarrá un buen “JUELGAZO” que vos sí la sacás.
El otro pescador se puso la careta, respiró profundo unas dos o tres veces. Agarró bastante aire, o lo que ellos llamaban “Juelgazo” y se sumergió en dirección adonde su compañero le había dicho que había visto la botella.
Pasó un minuto. Minuto y medio. Dos minutos…y nada. Ni burbujas salían. Entonces nos empezamos a preocupar.
-¡Puta!, ¿Se habrá ahogado este chero?
-¿No se habrá enredado en la lama?
-¡Quizás se metió en alguna cueva y ya no puede salir!
En eso estábamos, cuando de repente, vimos que venía a gran velocidad hacia la superficie la silueta del pescador, que traía en alto, como símbolo de victoria, nuestra botella hundida.
Todos, al unísono, gritamos tan fuerte como que si El Salvador hubiera clasificado a un mundial de futbol. ¡Siiiiiiiiiiiiii!
Alegría total, abrazos, risas y chascarrillos.
Todos les agradecimos a los pescadores su ayuda y los invitamos a echarse un trago con nosotros, pero declinaron la oferta porque no tomaban, y siguieron en su tarea de seguir pescando.
Estábamos felices y eufóricos. No tanto porque íbamos a seguir tomando licor, sino porque habíamos pasado de un estado de lamentación y tristeza, a una sensación de triunfo y alegría porque habíamos vencido al majestuoso lago de Ilopango y le habíamos arrancado desde lo más profundo de sus entrañas un tesoro perdido, que para nosotros, en ese momento y circunstancias, era más valioso que mil cofres de oro y piedras preciosas.
Nos terminamos de beber la botella, cuyo néctar nos supo a bebida de los dioses. Al empezar a caer la noche nos fuimos de regreso a la casa de la hermana de los Romero ,y dejamos en ese paradisíaco lugar una tarde inolvidable para el recuerdo. De allí tomamos el bus de la ruta 13 de regreso a nuestras casas a seguir con nuestras rutinas cotidianas.
De eso ya hace casi treinta y cinco años. Ya mis días de bebedor pasaron a la historia, pero me acuerdo de esa aventura de discípulo aventajado de Baco como que si hubiera sido el día de ayer.
Saludos a David, Alejandro, Carlos Werner y a los hermanos Romero Gaitán, donde quiera que se encuentren y sepan que siempre los recuerdo con mucho cariño. A ver cuando nos echamos otro “Juelgazo” antes que colguemos los zapatos de básquet del todo.
Memo.
Julio del 2012.