
A finales de los 60s y principios de los 70s era bastante frecuente que alguien invitara a un grupo de amigos o familiares a cualquier playa de El Salvador, ya fuera oír música, a tomar algunos tragos, o simplemente a pasear en horas nocturnas en el mar a la luz de la luna, y a esto se le llamaba “lunada”.
Por lo general uno iba a las lunadas con un grupo de cheros y los enamorados en parejas. Se llevaban gaseosas, cervezas o las botellas de licor, el hielo, las Cocacolonas, los vasos, unas boquitas o sanguchitos de jamón o mortadela, y un radio de transistores para oír música y bailar. Ya estando en la playa se buscaba leña o ramas secas que sirvieran para hacer una hoguera para calentar el frío de la madrugada, para alejar los mosquitos y para dar un poco más de luz.
Eran tiempos tranquilos y pacíficos cuando la palabra “mara” significaba simplemente un grupo de cheros y conocidos; y la palabra “pandillero” solo existía en el diccionario. Así que uno podía pasear a altas horas de la noche en el mar sin tener el temor de ser asaltado por los ladrones o a que alguien le fuera a hacer algún daño físico o que le pusieran una pistola en la cabeza.
Lo peor que le podía pasar a alguien en una lunada era que lo picaran los zancudos o los jejenes, o que los canegües le mordieran los dedos de las patas.
Lo que hacía atractiva las lunadas era precisamente eso: la luna, pues bajo su tenue luz, los amantes podían dar rienda suelta a sus ardientes pasiones sin ser molestados por los “mirones”; y los bolos podía chupar tranquilamente con boca de paisaje de mar y “fondear” en la playa sin que nadie los bolseara.
Lastimosamente, debido al grave problema de la delincuencia en nuestro país, y que no hay seguridad en las playas la costumbre de ir a pasear de noche al mar es muy arriesgado y peligroso, así que las lunadas prácticamente han desaparecido.
Ojalá, en un futuro cercano, los salvadoreños podamos disfrutar de nuevo de los paseos nocturnos en las playas a la luz de la luna llena.
Por lo general uno iba a las lunadas con un grupo de cheros y los enamorados en parejas. Se llevaban gaseosas, cervezas o las botellas de licor, el hielo, las Cocacolonas, los vasos, unas boquitas o sanguchitos de jamón o mortadela, y un radio de transistores para oír música y bailar. Ya estando en la playa se buscaba leña o ramas secas que sirvieran para hacer una hoguera para calentar el frío de la madrugada, para alejar los mosquitos y para dar un poco más de luz.
Eran tiempos tranquilos y pacíficos cuando la palabra “mara” significaba simplemente un grupo de cheros y conocidos; y la palabra “pandillero” solo existía en el diccionario. Así que uno podía pasear a altas horas de la noche en el mar sin tener el temor de ser asaltado por los ladrones o a que alguien le fuera a hacer algún daño físico o que le pusieran una pistola en la cabeza.
Lo peor que le podía pasar a alguien en una lunada era que lo picaran los zancudos o los jejenes, o que los canegües le mordieran los dedos de las patas.
Lo que hacía atractiva las lunadas era precisamente eso: la luna, pues bajo su tenue luz, los amantes podían dar rienda suelta a sus ardientes pasiones sin ser molestados por los “mirones”; y los bolos podía chupar tranquilamente con boca de paisaje de mar y “fondear” en la playa sin que nadie los bolseara.
Lastimosamente, debido al grave problema de la delincuencia en nuestro país, y que no hay seguridad en las playas la costumbre de ir a pasear de noche al mar es muy arriesgado y peligroso, así que las lunadas prácticamente han desaparecido.
Ojalá, en un futuro cercano, los salvadoreños podamos disfrutar de nuevo de los paseos nocturnos en las playas a la luz de la luna llena.