sábado, 12 de enero de 2013

Enero: nostalgias de un génesis infantil

ENERO: NOSTALGIAS DE UN GENESIS INFANTIL


Enero es el mes de los comienzos, de las revisiones, de los empujes hacia nuevos horizontes. Cuando era niño, este mes siempre me traía buenos recuerdos y nuevos ánimos de emprender nuevas cosas.

 Este empuje descomunal me llegaba por el olor de un lápiz con punta nueva. Luego, los secretos del compás se reavivaban, y el juego geométrico se me hacía una novedad intrigante y provocadora para mis sentidos.

Las fiestas patronales anunciaban alegrías venideras y buenos augurios comunitarios.

La tristeza de terminar el año recién fallecido era disminuida por las ruedas de caballitos de la plaza pública. Las ruedas mecánicas se confabulaban para que los chiquillos olvidásemos los cuetes con sus alegrías bulliciosas.

Una vez más nos preparábamos para asistir a la escuela con sus inconveniencias y sus satisfacciones, queríamos ir a medias y queríamos aprender de a poquito.

Para tristeza de los padres parecía que la alegría siempre superaba al deseo de aprender.

La escuela también llevaba el sabor y la textura de la melcocha, una pasta acaramelada con dulce de panela, que duraba en la jeta dentada más que todas las horas de clase.

Queríamos ver como había cambiado nuestra fijación romántica infantil materializada en alguna niña que aun no mudaba sus dientes de leche.

Enero se me presentaba la oportunidad de observar de cerca el campanario de la iglesia.

Trataba de averiguar si las campanadas metódicas y puntuales eran repicadas por algún duende de vestido verde o si Lucas, el sacristán eterno de la iglesia, se colgaba de las pitas campanarios para hacer que sonaran con firmeza y puntualidad.

¡Enero, gracias por llegar a recordarme, que sigo siendo un niño cuando me asalta la nostalgia!


El Moris (Enero 7 del 2013)



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