sábado, 27 de marzo de 2010

La Semana Santa vista por un niño tercermundista.

Por supuesto que recuerdo retrospectivamente lo que era la Semana Santa durante mi niñez.
La recuerdo como una vieja enojada, fanática, pero alegre y rebosante. La sentía como una mezcla de religiosidad excesiva, extrema devoción y una sarta de asuntos raros que francamente nunca entendí de niño, dudé de joven, y analizo ahora de adulto.
Tres cosas que sucedían en esa época nunca olvidaré aunque me de amnesia profunda: la Procesión del Silencio en Jueves Santo donde asistían solamente hombres, la quietud en la que pretendía caer el mundo el Viernes Santo, y las tundas que le asestaban a los pequeños de estatura para que aumentarán sutamaño, a las doce de la medianoche, el Sábado de Gloria para amanecer en el Domingo de Resurrección.
A la Procesión del Silencio asistían solamente hombres impecablemente vestidos de traje azul oscuro, con corte de cabello reciente, olorosos a fragancia de religión, de porte serio, sin sonrisa en sus rostros, muy sobrios.

En dicha procesión nadie estaba supuesto a hablar. Supongo que de allí dependía su nombre. Así que no importaba la edad que uno tuviese, uno tenía que observar esas dos condiciones: ser varón y mudo selectivo. Recuerdo que los mozalbetes traviesos, teníamos como objetivo que los otros jovencitos hablasen por alguna razón. Con ese objetivo, y durante la procesión, nos dedicábamos a molestar a medio mundo de nuestra edad.
Según nosotros, la manera más segura de hacer que hablar a cualquier mudo selectivo era usando las velas que llevábamos encendidas para quemarle el cabello a los más desapercibidos. Así que allí andábamos con la misión de hacer hablar a los mudos que asemejaban a los endemoniados por el Belcebú Bíblico por medio del fuego que representaba al Espíritu Santo. Una causa noble en medio de tanta sin razón, pensaba con mi mente inocente de niño bueno.

En Viernes Santo, se pretendía caer en una quietud espantosa para mi gusto de niño inquieto. Los niños no podíamos correr, ni saltar, ni escupir, ni orinar en el suelo.No se podía gritar tampoco. No nos dejaban jugar nada prácticamente.Los hombres adultos evitaban decir palabras soeces, las bromas rojas eran condenadas al olvido ese día, no "relajeaban" como en otros días, no jugaban alfútbol, y generalmente se dedicaban a observar ritos religiosos que acompañaban la procesión del Santo Entierro. Las mujeres siempre andaban adustas, cubriendosus rostros con mantillas, vestidas con vestido negro porque el que una mujer vistiese pantalones no era bien visto por nadie. Los que cargaban el cuerpo de Nuestro Señor eran los hombres más dignos del pueblo. Eran casados, de buen testimonio, y estaban asentados como fieles feligreses de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Por eso siempre me pregunté porque, al menos, dos de los cargadores del ataúd escatológicamente reverencial eran abiertamente bígamos en una sub-cultura religiosa que aboga por el matrimonio monógamo.

Otro cargador era un político que se volvió rico con la ventaja que da el poder de cuidar las posesiones delos demás. La Iglesia Católica Apostólica Romana era liderada por tres curas bastante terrenos. Todos fumaban y dos jugaban a ser novios a escondidas de algunas beatas.
Esa situación se prestaba para ponerle una pizca de interés a la casa curial y a las misas de la Semana Santa.
Algunos decían que sonaban mucho mejor cuando la misa la daba el cura más romántico de la casa parroquial. Pero esas dos festividades procesionales quedaban reducidas a casi nada cuando pensaba lo que traía a la casa de mi abuela el paso del Sábado de Gloria al Domingo de Resurrección.

Allí se daba un milagro de crecimiento físico para uno de mis primos. Justo a las doce de la media noche, mi abuela despertaba a mi primo, al que apodábamos "Tapón", precisamente por su corta estatura. A la sazón, el tenía 14años y pagaba en el autobús lo que pagaba un menor de edad (cinco centavos). El era técnicamente enano, cabezón, medio cuadrado, robusto, extremadamentef uerte. Cuestión de enanos, como vos entenderás.
"Tapón" tenía la jeta rodeada de labios gruesos, un camanance en cada cachete que compensaba todos los otros defectos físicos. El mundo se le ponía a sus pies por esos benditos hoyos en sus mejillas.

Yo dormía esa noche el año (Sábado de Gloria para amanecer Domingo deResurrección) en casa de mi abuela para observar el ritual de Fe rara que les describo a continuación.
Mi abuela, una devotísima Católica Romana, despertaba a mi primo, quien de antemano se acostaba sin ropa alguna. Lo llevaba al patio trasero, que tenía plantas en abundancia. Era raro ver al primo desnudo a la luz de la noche sideral. Lo amarraba al cocotero que quedaba en la parte más alta del terreno. Luego procedía a zamparle una azotada con un lazo nuevo. El primo aguantaba como todo un enano testorenero, es decir, con huevos azulados pero no asustados.

El quería crecer, y la abuela le había dicho, que ese ritual a esa hora del paso transicional de los dos días más gloriosos de La Semana Santa, le permitiría crecer a sus anchas. Así que después de la azotada, él se iba con fiebre pajiza, pijisa y pilosa a acostar con la plena convicción que amanecería con un centímetro más en su haber.
Yo esperaba desesperadamente por la aurora del Domingo de Resurrección para comprobar que el primo había crecido. Antes de la tunda medio sádica y religiosa yo le medía en contra la columna de roble que sostenía el cuarto del granero. Marcaba con un lápiz su estatura en la madera.

Al día siguiente, hacíamos lo mismo. Y yo había calculado que si mi primo se seguía sometiendo a esos azotes esotéricos e ignominiosos para el año de 1978 el habría alcanzado los dos metros y medio.

Pero la muerte sorprendió a mi abuela, por lo cual "Tapón" se quedó con dos metros solamente.

El Curious Moris (El Jueves Santo del 2009)

No hay comentarios: