sábado, 2 de febrero de 2013

Inolvidable experiencia en el sur de Asia.

Inolvidable experiencia en el Sur de Asia.

 Roberto Rodríguez Flores

Se dice que Asia es un continente del “lejano y ancestral Oriente”, pero aunque ese inmenso continente sigue siendo lejano, las facilidades para conocerlo ya no están lejos para los viajeros del este nuevo mundo, los de este lado del globo que el navegante Cristóbal Colón bautizara con el nombre de América.
Pues bien, sin temor a ese epicentro de tsunamis, esa fue esta vez la ruta de otra vacación escogida para el 2012 y sobre ese tiempo de placer va mi relato que por doce días incluyendo la ida y el regreso nos hicieron vivir otra aventura para nuestras memorias de enamorados de ayer, hoy y siempre o mejor dicho “hasta que la muerte nos separe,” como dicen las frases cuando se contraen nupcias bajo cualquier ley religiosa o civil.

Primer día.
El punto de partida fue nuevamente San Francisco, California, y por tratarse de un viaje internacional, la cita en el aeropuerto fue a las con nueve de la noche con despegue programado a las cero horas cuarenta y cinco minutos. Las siguientes 14 horas se pasaron volando en las “alas bien cordiales” de Cathy Pacific Airways, línea aérea escogida y cuya base de operaciones está en Hong Kong, China. Excelente servicio abordo y les podemos confirmar que la categoría de transporte aéreo con “cinco estrellas” otorgada por la firma que audita los vuelos de pasajeros en el Asia, si lo amerita.
 La nave levantó vuelo sobre el Pacífico rumbo Norte. Todo, aparentemente sin novedad, pero nosotros y supongo el resto de pasajeros con los nervios alterados, consecuencia lógica de las continuas turbulencias en el aire ya en pleno vuelo que, a decir verdad no vencieron el sueño.
 Fue un amanecer agitado que para hacerlo ameno los que no pudimos dormir en medio de todo, nos pasamos seleccionando en el menú del día las películas disponibles en el monitor frente a cada asiento. Aunque siempre afectó la consecuente é ininterrumpida “pasadera” de azafatas con almohadas, frazadas requeridas, bebidas y comidas a sus horas, sumándose a todo esto, la ida y venida por los pasillos del avión de los pasajeros yendo y viniendo de los lavatorios tal como suele ocurrir en los vuelos de largas distancias, especialmente de madrugada lo que contribuyó a nuestro desvelo total, pero a la hora prevista llegamos a Hong Kong a las 6:45 de la mañana del siguiente día posterior al que marcaban nuestros relojes de puño, Saliendo la madrigada del primer día, pero llegando la mañana del segundo día.

Segundo día.
 Hicimos una escala de dos horas para continuar nuestra siguiente etapa del viaje que si bien se nos hacía más largo no significó nada del otro mundo, mucho menos el cambio de línea rumbo a la siguiente etapa de nuestro destino que fue por “Dragon Air,” pequeña compañía de un consorcio chino que hace los vuelos cortos entre los países del Asia. A estas alturas ya íbamos pre concibiendo la esperanza de pasar el resto del día, la noche y los dos siguientes de nuestro “tour” en una Isla del sur de Tailandia, considerada por los turistas del mundo como un “paraíso” de aguas cristalinas y azules bordeando sus playas. Con un vuelo de casi tres horas y media más ya estábamos haciendo el segundo aterrizaje en Phuket, exactamente a la hora local prevista: 3:40 PM.
Tal y como nos lo confirmaban por en los parlantes del avión tan pronto nos dieron la tradicional bienvenida dentro mismo del avión. No nos sorprendió la cálida temperatura y la humedad tropical tan naturales en cualquier isla. Lo importante para nosotros era que ya estábamos en el aeropuerto de Phuket, nombre de esta ciudad ubicada en la isla mayor de Tailandia, ubicada en el mar de Andamán y cuyas fronteras no son terrestres a pesar de la vecindad al Oeste con la Península de Malasia.
Tan pronto pasamos y salimos de los registros aduanales abordamos un taxi rumbo al hotel reservado previa confirmación de su tarifa: $ 20 dólares por l5 minutos de viaje sobre una calle angosta para una sola vía y otra igual para retornar. Observamos de inmediato como el calor y la vegetación, el color de piel y hospitalidad de la gente, todo eso nos hizo pensar que habíamos llegado a un país latino como es el nuestro. Tan pronto pagamos el transporte bajamos y en la recepción del hotel una linda muchacha nos recibió é inmediatamente nos impuso un collar de preciosas orquídeas color violeta alrededor del cuello al mismo tiempo que nos hizo una reverencia, a la que por este lado del mundo no estamos acostumbrados hacer. Puso sus manos juntas sobre su pecho como cuando vamos a hacer una oración en la iglesia y nos dijo estas palabras: “Sawasdee,” luego supimos que en su idioma tailandés significa bienvenido, buenos días, buenas tardes, cómo está usted, y todas esas expresiones comunes de buenos modales en nuestra vida diaria.
 De inmediato notamos que el Hotel también estaba a la altura del precio. Un especial de $ 250 dólares la noche, tarifa de la especial de esa temporada en la cadena JW Marriot, la cual no fue sorpresa. Ya sabíamos desde que se reservó a través de la agencia de viajes. Mientras nos registrábamos, un caballero se aproximó para ofrecernos bebidas refrescantes gratis, pues aire acondicionado estaba solo dentro de los salones y habitaciones cerradas y esta recepción no lo era. La humedad del ambiente empaño mis lentes y tuve que quitarlos para continuar hacia nuestra habitación equipada con todo, y si bien no tenía vista al mar, si tenía una ventana al lado de palmeras y frondosos árboles al frente. En su interior el diseño de la ventana incluía canapés empotrados y almohadones varios sobre una pared reclinable de madera. Las suavidad de sus camas, baños con todo sus implementos, mini-bar, etc. “a pedir de boca” Al centro de la sala, un plato de frutas naturales y frescas “cortesía de la casa” para sus huéspedes. JW Marriot en Phuket es un “resort” ó lugar de veraneo con playa al frente y junto a sus instalaciones un parque natural marino donde se protege a las tortugas.
 Valía la pena gozar ese ambiente y así lo hicimos. Hago énfasis en ese disfrute porque en este trajinar de vacaciones año tras año en varios países a través del tiempo, nos han llamado la atención muchos hoteles, pero en ninguno nos hemos dispuesto previamente a disfrutarlo en su plenitud como ocurrió en este viaje. El hotel consta de varios edificios de tres plantas construido entre una docena de “manzanas” en medio de la jungla. Algo “paradisíaco.” Nos recordó y no es necesario comparar, a otro hotel parecido en Tikal, Guatemala, igualmente rodeado de aves y animales silvestres y otros domesticados, y hasta con monos macacos, pero a este de Phuket hay que agregarle un elefante de dos años de edad que entretiene a los turistas hospedados en ese flamante hotel en las horas del día. Así lo comprobamos tan pronto nos pusimos el traje de baño y disfrutamos en los “cheslón” alrededor de la piscina. Allí esta “yaya,” nombre del elefante el cual nos pareció simpático, pues es el mismo nombre con el cual nuestras nietas llaman a su abuela, porque desde que nacieron se les enseño a llamar a su abuela Yaya, que en griego quiere decir abuela. Sin embargo, el domador del pequeño elefante nos dijo que ellos no sabían ese significado del nombre, hasta que un turista griego se los dijo.
 Pasar este tiempo aquí adentro del hotel era el deseo de mi esposa y se cumplió, salvo un par de ocasiones que salimos a unas tiendas inmediatas más a curiosear que a comprar, pues el comercio mayor y con más que escoger entre artesanías y joyas está en la ciudad a treinta millas de distancia, y nuestra fiesta privada lo tenía todo a cuerpo de rey dentro de su lujoso complejo, con todas instalaciones para el más exigente. Guiados por folletos pudimos comprobar el salón Spa, el gimnasio bien equipado para ejercicios, los salones de juego para niños, cuatro enormes piscinas, jacuzzi, canchas de tenis, etc. pero lo más esencial para quien visita Tailandia, eran sus “mundialmente” reconocidas masajistas que ofrecen desde un simple tratamiento de pies, hasta completar todo el cuerpo por un bajo precio mínimo nada acorde al hotel de primera, y para darse gusto, $ 20 dólares. Como indico, los había también de más precio para quien deseara otros complementos femeninos, me refiero a facial, mascarillas, etc.
Cansados del viaje, curiosear de arriba para abajo, esa primera noche cenamos liviano fuera de la habitación y siempre dentro del hotel sobre dos hamacas instaladas en el ameno bar con música en vivo, pero muy pronto la cama nos esperaba y sin esperar más, a eso de las diez estábamos en los brazos de Morfeo, no sin antes darnos una cálida ducha para dormir limpios y frescos en aquel “sauna natural.”


Tercer día
Desajustados en los horarios, el reloj biológico nos mantuvo medio dormidos medio despiertos que muy pronto nos levantamos a buscar el desayuno, servido desde las siete de la mañana. Nos resultó único: Viandas exquisitas de frutas, jugos, y bebidas calientes, así como las variadas comidas que incluían aves, mariscos y carnes, y pastelería para satisfacer los gustos más exigentes, y lo que es mejor, buffet para quien desea repetirse una y otra vez. Todo incluido en el precio de la misma habitación, excepto si alguien pide bebidas alcohólicas, aunque no fue el caso para nosotros, nunca falta alguien que amanece “herido’ de su hígado tras una noche sin freno por los bares y cantinas del centro de la ciudad. Pasado el desayuno a cambiarnos ropa para disfrutar de la playa. Horas caminando sobre la arena y percibiendo los aires de las aguas salinas bajo esplendorosas palmeras.
 Parece mentira, pero cuando uno está tan a gusto dentro de un complejo turístico como este, no hace falta ir a otra parte. Al menos para nosotros, y los cientos de paseantes que abarrotaban el hotel que los había de todas partes. Advertimos la buena presencia de australianos cuyo país y continente está más cerca que Europa, África y América. Obviamente había muchos coreanos y vietnamitas, japoneses y chinos. Imagino que por la proximidad de sus territorios. No hice ninguna encuesta de estas nacionalidades, pero lo digo por la experiencia y familiaridad con estas razas a través del tiempo viviendo en la costa Oeste de Los Estados Unidos. En estos hoteles los tiempos de comida no preocupan a nadie, Mucha gente hace desayuno tardío o “brunch” como se le llama a las comidas entre las diez de la mañana y doce del mediodía. Para nosotros, esa facilidad nos mantuvo sin prisa para almorzar y lo hicimos con una exquisita sopa de tallarines, macarrones, nudos o como quiera llamarle en el mismo restaurante del hotel. La tarde fue ideal para una corta siesta y luego a caminar por las instalaciones del hotel con la idea de hacer “sesiones de fotos” aprovechando la magnífica vista al mar alrededor de albercas o piscinas con espléndidos jardines de belleza exótica. Y luego, otra vez a nadar un poco y probar los aperitivos servidos a la carta previos a la cena. En eso estábamos cuando se vino un “sabroso” chaparrón de agua como solo se da en el trópico. Lo disfrutamos de principio a fin en los kioscos exteriores donde se ofrecen masajes a la intemperie si así se desea, o dentro de pequeños bungalós frente a la playa. Así pasamos la tormenta y finalmente nos fuimos a la habitación para otra siesta que se nos hizo tan larga que olvidamos la cena, pero sabíamos que al día siguiente luego del desayuno muy temprano teníamos que partir rumbo a Bangkok, segunda ciudad de nuestro viaje programados para dos días incluyendo los de ida y regreso.


Cuarto día
 A esa altura ya habíamos aprendido a saludar al estilo tailandés. Y lo practicamos con el personal que nos atendió en el desayuno, en la recepción al chequear nuestra salida del hotel que nos facilitó el servicio adicional para confirmar la salida del vuelo, así como también coordinó el servicio de taxi que nos transportaría al aeropuerto.
Nuestra llegada a la terminal aérea fue exacta, dos horas previas al vuelo como se requiere, pasando ese tiempo en espera que aprovechamos para ver las tiendas de suvenir y algún antojo de bebidas como fue tomarnos el agua de coco en su envase natural comprados en el interior de la sala de espera. El regreso fue siempre en “Dragon Air.
” Dijimos adiós a Phuket y nos dirigimos a Bangkok vuelo que transcurrió por una hora y treinta minutos. Al llegar a la 1:40 PM sabíamos que alguien nos esperaba con transporte listo para llevarnos al hotel Rembrandt, a unos 40 minutos del aeropuerto, tarea encargada a una tailandesa súper delgada de unos 30 años que tan pronto nos localizó mediante un rótulo con nuestros nombres, nos pidió muy amable darle un minuto para llamar el chofer que estaba previamente contratado. El nombre de ella, Jenny, aunque creo que el propio era otro, pues los asiáticos normalmente tienen esa costumbre de cambiarlo debido a que sus nombres originales son muy difíciles de leer y pronunciar para extranjeros del mundo occidental, como fue este caso con Jenny. Ella había sido asignada por la compaña operadora local para escoltarnos al hotel Rembrandt. En el camino, nos confirmó el programa del día siguiente, cuyo itinerario que estaría a cargo de un caballero de nombre Chat (no recuerdo su apellido), el guía asignado para mostrarnos la ciudad y sus atractivos turísticos. Como siempre suele pasar, ella nos preguntó si antes ya habíamos visitado Bangkok. Le dijimos que no, al mismo tiempo que observábamos la primera impresión de la ciudad.
 Sentimos como llegar a otra de las ciudades americanas, con edificios de veinte y más pisos, carreteras modernas y antiguas. Unas, sobre el nivel de tierra en nuestro trayecto hasta que descendimos al centro de la ciudad, en donde observamos la gente que entraba y salía de los centros comerciales, se advertía el movimiento de una metrópoli con l4 millones de habitantes.
 Al aproximarnos al hotel atravesamos calles muy angostas donde no hay acceso a vehículos de gran tonelaje. Ya en el hotel, era cuestión de registrarnos é instalarnos.
 Nos asignaron una amplia habitación en el octavo piso, bien equipada con su bar e inclusive con frutas frescas. Desde las ventanas pudimos ver algunas panorámicas de la gran ciudad tailandesa.
 Ante ningún plan para esa tarde, decidimos bajar a la recepción del hotel para preguntar por centro comercial inmediato, pues necesitábamos algo nuestro para brindar. Nos atendió una joven de peluca larga, a quien luego identifiqué como travestí por su voz ronca, pero vestido de mujer y muy amable.
 Nos recomendó caminar por el vecindario y justo en el mismo complejo de la terminal de trenes a pocas cuadras, había lo que buscábamos.
 En la caminata, vimos muchos modestos puestos de comida instalados en las aceras, así como pequeños y medianos restaurantes especialmente con menú tailandeses de los cuales ya teníamos una idea desde Phuket. Mientras caminábamos vimos un movimiento de locura, autos, buses, miles y miles de motocicletas, así como por las aceras o andenes llenos de gente que iban y venían desde y hacia los cuatro puntos cardinales causándonos cierto nerviosismo, especialmente por temor a los “pick pocket” o carteristas, que siempre operan en cualquier ciudad del mundo y para quienes los turistas somos “carnada de lujo,” aunque nosotros no tuvimos nada que lamentar aparte de para regresar perdimos la ruta y tuvimos que ingeniárnoslas para encontrar alguien local que hablara inglés y nos ayudara a encontrar la hotel de regreso.
Pasado esos momentos, regresamos al hotel para ducharnos, cambiamos de ropa y buscar el restaurante del hotel para la cena la cual hicimos con un aperitivo cerveza y vino y escogimos de comer, pasta.

 Quinto día
Si una cosa disfruto de los hoteles dormir en sus camas anchas, sábanas blancas, almohadas suaves y duras para el gusto del cliente, y el “Rembrandt” no se quedó atrás. Dormimos como reyes, pero nos esperaba un agitado siguiente día, así a eso de las seis de la mañana estábamos duchándonos otra vez.
 Nos preparamos para bajar al desayuno-bufete, instalado un piso superior a mezzanine del hotel. Como siempre, en el mismo encontramos grupos turísticos procedentes de muchas partes, y por supuesto, una que otra pareja de recién casados y/o solteros en proceso de emparejarse, qué sé yo.
 El bufete incluía sopas de nudo, tortilla de huevos, jamones y otras carnes procesadas, mariscos, cereal, frutas frescas y jugos naturales. Por supuesto, té, café, leche y la pastelería para quienes gustan de los postres a cualquier hora. Gloria y yo siempre “pecamos” a la inversa, no excedernos para no sacrificar el estómago con demasiado trabajo en la digestión. Luego, una cepilladas de dientes, preparar la maleta de mano, cámara y listos al esperar al guía en el lobby o pasillo programado a la ocho y media de la mañana. Chat no se hizo esperar.
Llegó puntual, abordamos el automóvil con su respectivo chofer, quien normalmente se limita a conducir y abrirnos y cerrar las puertas del auto, pues esta vez, a diferencia de otras ocasiones, nuestro tour era privado, sin más turistas en el grupo que nosotros.

Luego de la correspondiente presentación con Chat, la ruta fue de quince minutos más y estábamos frente al Gran Palacio de Bangkok, lujo de joya en varios edificios ancestrales color dorado, algunos de bañados en puro oro entre los cuales se encuentra: “Queen Sirikit” un museo renovado y reabierto en la primavera de este mismo año.
El mismo edificio alberga galerías, librería con amplio salón para la lectura, estudios y el primer laboratorio dedicado a la conservación de textiles del reinado de Tailandia, pues como bien se nos explicó este país de por sí, está regido por un sistema monárquico desde su fundación. Sin embargo, este completo de edificios fue construido en 1782, y no sólo es habitado por la residencia real y su trono, sino también por oficinas de gobierno. Nos internamos en el templo del “Emeral Buddha,” cuya efigie reclinada pudimos observar cuando llegamos a ese edificio, incómodo para tomar fotos, pero hicimos algunas.
La caminata por este palacio duró casi dos horas más otra hora y media que hicimos en el otro extremo del complejo real. Coincidimos esta visita con miles y miles de turistas con lenguajes de todo el mundo. Un par de veces que escuchamos español, procedía de nativos de península Ibérica, de Argentina y uno que otro de México y Perú. No dudo que posiblemente los había de otros países latinos que residen en Los Estados Unidos como era nuestro caso.
La hora del almuerzo se acercaba y Chat nos llevó caminando hacia una parte del río Chao Phraya que divide la ciudad, adonde abordamos un bote para trasportarnos al otro extremo del río y la ciudad para llegar a un elegante y famoso restaurante de comida tailandesa, que dicho sea de paso, debe reservarse con tiempo para alcanzar una mesa, tal y como los operadores de nuestro tour habían hecho.
 Parecía que en cada comida íbamos rumbo a subir de peso, pues en Tailandia –como lo dice todo el mundo, y así es, las comidas no son solo abundantes sino también exquisitas. Ubicados en un sitio con vista al ir y venir de yates y canoas llenas de turistas y pescadores en aquel inmenso río, nuestro almuerzo consistió en varios platillos deliciosos que incluyeron ensalada de vegetales, mariscos, carnes de pollo, cerdo, arroz, y un postre italiano llamado cazata en mi caso, y tiramisú para Gloria si mal no recuerdo.
Luego de ese opíparo manjar, nos trasladamos a otro puerto cercano para tomar un bote expreso que atraviesa el río y pasa por varios canales y templos alrededor de la ciudad. Se nos dijo y así fue que ese paseo nos permitiría percibir de verdad, como vive la gente a la orilla de esas aguas en medio de la gran ciudad. El mismo yate tiene una guía local que va describiendo cada uno de los pasajes.
En un principio da mucho gusto ver los edificios privados y públicos que rodean el río, pero ya dentro de los canales, esa grandeza queda atrás y se ven las casas a cada extremo de las aguas, a cual mejores y peores condiciones de sus residentes. Nos explicaron que en esas áreas no existe división de zonas para distinguir las clases sociales, pues ricos y muy ricos, pobres y muy pobres viven en esa área en medio de aguas que llevan todo, aparte de los peces que las habitan, desperdicios é inmundicia que la misma ciudad desecha.
Es un paseo no muy agradable para el turista que normalmente se le muestras las partes más bonitas de una ciudad, pues aquí es la inversa. Por momentos en medio de la vegetación, el visitante ve cosas que ni en la gente de su mismo país las ha palpado como lo hacen en Bangkok. Bien lo indica la promoción que se lee en el folleto de promoción. “Aquí se ve por la derecha y la izquierda del río una gran variedad de atracciones locales donde dentro de una vida de fantasía se ve ese mundo de su propia gente.
El recorrido de una hora y media más o menos y culmina con el traslado de los pasajeros de varios botes que imagino pertenecen a la misma empresa, a otro mucho más grande, y ya adentro de reinicia el viaje sobre el río para completar el regreso al punto de partida por treinta minutos más, pasando de nuevo por la ciudad en medio de sus rascacielos y palacios, cerrando el paseo con un bufete de frutas servidas a bordo para el deleite de los clientes, no sin antes explicar los nombres de cada una de las clases de frutas servidas, pues no todas son reconocidas por los asistentes, exceptuando las uvas, los mangos, naranjas y uvas.
 El resto, incluyen otras conocidos en los países del trópico, tales como toronjas, guanabas, guayabas, nísperos, y otras que realmente no pude identificar, y menos los estadounidenses y europeos.
 Con esa dosis inimaginable de frutas tropicales, solo nos esperaba el camino de regreso al hotel, no sin antes pasar al supermercado para comprar una bebida con la cual se revive el apetito para más noche y además duerme más tranquila, pero no hubo cena y aparte de unos cacahuetes salados, el néctar de la uva que disfrutamos nos mandó rápido a los brazos de Morfeo.

2 comentarios:

Osvaldo dijo...
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Osvaldo dijo...
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