domingo, 12 de febrero de 2012

Sabor de melcocha en recreo de primaria.


Una de las sensaciones que me asalta sin pedirme permiso es la recolección del
sabor y textura de la melcocha, dulce que saboreaba durante los recreos de
escuela primaria. Inolvidable lo pegajoso, chicloso, dulce extremo, semi sólido
para las jachas pero suave para el alma.
Era difícil dejar de masticar la melcocha cuando sonaba la campana llamándonos
al salón de clase.

Uno de niño sentía su presencia en la dentadura, algo así como tenerlas pegadas
con cemento fresco pero con un sabor tan dulce que por momentos se sentía hasta
amargo. Allí yo comencé a confirmar que los asuntos extremos te hacen recordar
sus antítesis, aun en cuestiones de paladar.

Mi madre comía melcocha de vez en cuando porque por algún motivo secreto los
adultos siempre han sostenido que las cosas dulces deben ser vistas con alta
sospecha por ser nocivas para la salud. De plano que los asuntos profilácticos
saben amargo. Creo que por eso los adultos son los únicos que comen pacayas.
A mi madre, hoy de anciana, le ha agarrado la premura de saborear la melcocha por
su sabor exótico, según ella. Yo le digo que ella se esta convirtiendo en niña
de nuevo por aquello del reciclaje de la niñez en la etapa la senilidad.

Hace dos años, en un viaje a El Salvador, inventó traer un pedazo inmenso de
melcocha, que le llevaron unos familiares desde San Isidro, una hacienda ubicada
en los alrededores de Armenia. Debido a la melcocha se metió en problemas en la
aduana de los Estados Unidos de Norte América.
El oficial le preguntó por aquella monstruosidad enorme, de color de caca de
niño grande, y de una forma sospechosa (porque la melcocha sin partir asemeja a
los sorbetes de chorro que van haciendo círculos concéntricos).

El agente supervisando aquel asunto tan raro llamó a otros cuatro agentes de
aduana para mostrarles el dulce más raro en su color, textura y forma. Después
de hacer una consulta mutua, todos soltaron una carcajada pero mi mamá no
entendía porque se comunicaban entre ellos con puro Inglés, por lo cual arrancó
un pedazo de melcocha y se lo llevo a la boca. Los oficiales abrieron los ojos
al máximo con una mirada perdida en conjeturas y preguntas no expresadas. Dos de
ellos fruncieron el entrecejo como cuestionando tan extraño gusto.
El agente supervisor dejo pasar a mi nana en medio de risas y gestos, que mi
mamá tomó como aprobación al sabor de la melcocha de recreo de escuela primaria.

El Moris (Febrero 1 del 2012)

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