viernes, 16 de abril de 2010

Mincho, el terrible.

En el viejo barrio de callecitas empedradas del pueblito donde yo vivía, muy cerquita del mercado, se paseaba un cipote medio chorreado de mirada huraña, barbilla partida y un camanance con sonrisa de lado, a quien todos los grandes cipotes vagos de la esquina lo apodaban "Minchorriado".
Tenia diez años y estaba en tercer grado.

Mincho, era hijo de la niña Chana, la que vendía repostería de un canasto en la entrada del mercado viejo. A su corta edad Mincho era muy fuerte, pues se ganaba sus cuartillos acarreando bultos en la terminal de autobuses.

A Mincho también lo miraba en la hora del recreo, en el turno de la tarde de la escuela José Simeón Cañas de dicho pueblito, coscorroneando algún cipote, o jugando lleva, sin camisa.
Los profesores lo despreciaban porque era muy malcriado y muy "salido", según decían ellos.-

"No te metás con Mincho"-, secreteaban los cipotes bien peinados. "Benjamín Cabrera", decía la señorita maestra de la escuela pasando lista…-"!! Presente señorita Paniagua!!-, gritaba aquel chicuelo, con una voz semi burlona que se escuchaba desde la dirección hasta las letrinas, como queriendo establecer su presencia; pero en la lista tenia mas rayitas que crucitas bajo su nombre.
Don Jorge, el director, fruncía la cara al verlo correr, y a menudo, lo mirábamos pasar con el metro en una mano, y la oreja de Mincho en la otra a medio patio.
Pobre Mincho. Nunca estrenaba ropa, ni siquiera en Viernes Santo.

Siempre con sus pantaloncillos, -que una vez fueron de color caqui-, en su quinto remiendo. Sus zapatos estaban destrompados, y su camisa de nylon, con solo dos de seis botones. Su cabello puerco espin, y eternamente "chapudo" de tanto relinchar.

El mejor en las burucas, el primero en las tushquedas, el ganador del palo encebado y gran campeón de pispizigaña. Así de sencillito era el tal "Minchito", como le gritaba su mama todas las tardes al cerrar su puestecito…-" !!Ooooy Minchitooooo oooo, ya es lora oooooooo!!.

Las niñas se cruzaban la acera al verlo venir porque era bien audaz para levantar naguas, mostrando así, los calzones de las bichas y salir corriendo. Las vecinas del mercado miraban de reojo al acercarse a sus ventas, porque Mincho, era listo para arrebatarles algún jocote o algún mango tierno. Un día, metió la mano en una caja de cartón que tenia una vendedora, y ¡saz!, que lo muerde un chacalín.

Un día venia yo de la escuela, con mi bolsón caminando tranquilamente, revisando tarjetas sueltas de mi álbum del Mundial; cuando de repente, al dar la vuelta de la esquina, levanté la vista y choqué con Mincho, quien traía una bolsa de la niña Chana.

Ella, quien cualquiera hubiera jurado que no tenia ningún parentesco con aquel pequeño demonio, dulcemente me dijo: "A la Púchica, va arriado niño Rigo...ya por poco y me trinca"-. El Mincho, entre dientes con voz de ventrílocuo, como si viniera de Mickey Mouse, me dijo: "Chele Macaca, culo con caca".

Y en su voz regular me dijo: "regaláme una figura, vos jerote, que solo me hacen falta quince para llenar mi álbum, y yo se que vos tenés bastantes". Como rés al matadero, calládamente le di todas mis tarjetas a que él escogiera.-

"Puta, cerote, ya todas estas ya las tengo..." no había terminado su frase y la niña Chana ya le había peinado el pelo al revez con un tremendo coshco, diciéndole a la vez: -" Bicho, no seya malcriado con Riguito. ¿Que no ve que le esta regalando las figuras?..-"Ay mama...si yo con este así me llevo...".


Para mi sorpresa, porque siempre había evadido al cipote, honestamente por miedo a que me bajara los cinco centavos que me daban para ir a la escuela. Total que de 15 que le faltaban, se quedo con la mitad de mis tarjetas, que serian unas cincuenta, pero no importaba, porque en mi mente sabia que era mejor tratarlo por la buena y ganármelo como amigo.

Desde ese día escuchar "Chele Macaca, culo con caca", con la voz fingida de Mincho, ya no era una ofensa. Pues, a pesar que no era del calibre de los cipotes callejeros, me sabia defender muy bien.

Pasaron los veranos... y Mincho todavía en sexto grado. Yo, en octavo, con mi uniforme camisa guayabera blanca bien planchadita de plan básico, mientras que Mincho-rriado, -como le decían los majes de la esquina-, con su eterno uniforme escolar de la José Simeón Cañas, solo que ya más pulidito porque ya Minchorriado andaba entrando en malicia, y por lo menos, se echaba Ralco en el pelo.

Recuerdo que en una navidad se oyeron rumores que la niña Chana, -quien realmente era su abuelita-, cayo enferma ya de curcuchita y anciana que estaba. Los doctores del hospital general "no le hallaron" lo que tenia, y por falta de recursos económicos, en verdad no le hicieron ningún examen.

A los días la niña Chana falleció. El pobre Mincho, quien nunca se le había visto llorar, se aferraba de aquel humilde ataúd, que le habían donado las vecinas del mercado y modestamente entre llanto y llanto decía: !!No te vayas mamita", como queriendo detener que aquellos pocos, pero fieles miembros de la comunidad, se llevaran la caja.

Desde ese día, aquel jovencito ya no fue igual. Unos bichos contaron que lo vieron salir de la zapatería del Chente Cuzuco con un bote de Gerber lleno de pega. Curiosamente, era para arreglas sus destrompados Tobi Cosmos que le había regalado su mama Chana para el día de su santo.

El padre Chicho, cura de la iglesia, se movilizo para que lo aceptaran en el hospicio. Sin aliento y sin protesta, Minchorriado accedió internarse en aquel plantel, desanimado de la vida...ya ni en
las ruedas de la feria se le veía como todos los años, cuando aprovechaba a ganarse sus pesitos.

Pasaron los meses...Llego el circo de “Corcholatita” al pueblo, y con él, por quince días, todas las distracciones tradicionales. Allá conocí a una vieja...que le gustaba el joydoy", cantaba el payaso "Rabanito". Mincho, quien era eterno imitador y se sabia todas las jayanadas de los payasos de memoria, ya no se miraba jayaniando por las calles del barrio.

Al llegar por correo Express la cita para ir a la embajada norteamericana para mi residencia, supe que dejaría aquel pueblito del todo, y por tal razón, decidí ir buscar a Minchorriado para dejarle mis Converse All-Stars y mis Levis; pero el Padre Chicho no me dio razón, concluyendo que quizás se había salido del hospicio para irse con los de la feria, y a lo peor, terminar en huele-pega. Eso me hizo sentir muy triste.

A los días me toco ir a la embajada en San Salvador, a tramitar el papeleo de viaje.
Estando en Mejicanos, en casa de mis parientes, oí la bulla de un circo y unos primos me sonsacaron para ir a verlo. Ya estando a media función, el anunciante del circo gritaba animadamente: "...Y ahoooora, directamente desde la ciudad de Mexicooooooooo....les traemos a Beeenyiiiiii".

Habiendo dicho esto, salió un joven vestido de Ali Baba, zapatillas de sultán y pintado de la cara como un mimo, corriendo detrás de las lonas a encender con la velocidad de un colibrí, un aro metálico, con fuego, y cuchillos apuntando hacia el centro, para luego saltar de un pequeño trampolín y cruzar el pequeño espacio por el centro del aro como un torpedo .
Tras los fuertes aplausos, tomo todos los cuchillos en su mano, y tiro besos en señal de agradecimientos al publico.

Aquel artista, en forma de despedida, paso corriendo alrededor de la pista, y pasó cerca de mi, diciendo entre dientes con voz fingida de ratón:...
... "Chele Macaca, culo con caca".

Rigo Galvez ~ 2003

2 comentarios:

Alexander dijo...

maestro, como esta?? muy buena la historia..

Memo dijo...

¡Que pasó campeón!.

Pues por aquí andamos, luchando por los frijoles del día.

Rigo escribe de vez en cuando. Mas de cuando que de en vez. Y le salen sus chiripazos y escribe cosas que valen la pena como esta historia de Mincho.

saludos.

Memo.