Por Marvin Galeas.
Era un sábado de mediados de 1985. Había llovido toda la noche, el cielo había amanecido completamente limpio de nubes. El verde del monte, cielo abajo, recién lavado como estaba, aparecía más intenso que de costumbre. Olía a tierra mojada, a zacate y a recuerdos. Era un día radiante.
El ejército tenía varias semanas sin operar en el norte del río Torola y nada indicaba que lo haría en los días siguientes. Estábamos acampando en La Poyeta, un sitio ubicado entre La Guacamaya y el Mozote. Ismael, el jefe de la seguridad, nos había levantado, como de costumbre, muy temprano para trotar por lo menos una hora. Nos bañamos, después, en el pozo cerca de la improvisada cocina guerrillera. Desayunamos frijoles enteros, arroz, un trocito de queso, dos tortillas inmensas y café endulzado con panela.
Después de desayunar fui donde Ismael, responsable de la seguridad de Radio Venceremos, para pedirle permiso de ir a Perquín. Me dijo que como el enemigo estaba concentrado en intensos operativos en Guazapa y Chalatenango no había problema, pero que volviera al campamento antes del anochecer. Eran cerca de las ocho de la mañana cuando salí. Santiago y Maravilla me pidieron que les comprara cigarros.
Después de tanto tiempo la mochila verde olivo, el cinturón del que colgaban dos cacerinas con sus respectivos cargadores de 30 cartuchos, una caramañola con su taza y cuchara, un filoso puñal de unas nueve pulgadas, que sólo me servía para pelar las frutas que encontraba y el fusil M-16, eran ya como parte de mi cuerpo. Aquellos días sin guerra, en medio de la guerra, me producían una sensación de inmensa paz y a la vez me llenaban el alma de nostalgias.
Mi compañera en aquella caminata solitaria por las montañas de Morazán, era una pequeña radio digital. Ese aparatito, del tamaño de un libro, me conectaba con el mundo, con San Salvador, las noticias, las peroratas interminables de los locutores antes de cada canción, los partidos de fútbol, con las calles, cafés, oficinas y almacenes. Todo aquello que había dejado atrás para meterme en la más loca y peligrosa aventura de mi vida: la guerra.
La voz alegre y despreocupada de una chica que dijo llamar desde la colonia Miramonte y que pedía "Making Love Out Of Nothing At All", la canción de Air Supply, me hizo pensar que aquella guerra en la que según nosotros estaba involucrada toda la gente, en verdad tenía sin cuidado a muchos que seguían viviendo una vida relativamente normal y hasta feliz. "Dónde estudiás", le preguntó el locutor a la chica y ella respondió que estudiaba arquitectura en no sé qué universidad y siguió hablando de los cheros y los profesores y las fotocopias y los parciales.
Mientras caminaba por la carretera de tierra acercándome al abandonado pueblo de Arambala, bajo el fuerte sol de la mañana y el penetrante olor del monte, imaginaba a aquella chica de la colonia Miramonte, sentada en el sofá de su casa de clase media, vestida con jeans, sandalias, una blusa azul de tirantitos, cabello largo y castaño, ojos negros de mirada coqueta, sonrisa de dientes bonitos y moviendo con alboroto las manos mientras hablaba por teléfono con el locutor.
Y yo que tenía un buen rato de no tener novia, quise estar de pronto en aquella casa de la Miramonte y platicar de cualquier cosa con aquella entrañable chica a la que no conocía y que me estaba haciendo linda aquella radiante mañana de paz en la guerra. De pronto las voces de Air Supply: "I know just how to whisper, and I know just how to cry...", me sorprendieron entrando al abandonado y semidestruido pueblo de Arambala.
Por curiosidad entré a una casa, vacía de gente, cerca de la plaza. Entre los papeles tirados en el piso, había un ajado título de bachiller de una muchacha, las fotos rotas de una familia que sonreía a la cámara. Pensé entonces en la chica de la Miramonte y en los contrastes de un país en guerra, una guerra que no debe volver a ocurrir.
Columnista de El Diario de Hoy.
Memorias Guanacas
domingo, 11 de mayo de 2014
domingo, 13 de abril de 2014
MEMOrias de mi padre y su piano
Mi abuelo paterno se llamaba Cándido Flamenco. Era músico de profesión.
Se dedicaba a tocar el órgano y el piano en las iglesias del centro de San Salvador en la primera mitad del siglo XX.
Sus estudios de solfeo y música los había hecho en el Colegio Divino Salvador y en Costa Rica financiados por el arzobispado de San Salvador, pues mi abuelo había quedado huérfano desde muy pequeño, y los curas se habían encargado de sus necesidades básicas y de su educación. Así que, la forma de recompensarlos por su manutención, era la de animar, con su arte musical, las misas y ritos religiosos.
Mi abuelo también era maestro de música y canto de varias escuelas públicas y privadas, y era compositor y arreglista de danza y música folklórica. Entre sus composiciones más conocidas se encuentran “La Suaca” y “Las indias comaleras”.
Mi abuelo murió en la pobreza y olvidado por las autoridades legislativas que nunca le otorgaron una pequeña pensión honorífica para que viviera decentemente los últimos años de su vida en recompensa del legado cultural musical y educativo que heredó a la nación.
Don Cándido- así le decía mi papá a mi abuelo- tuvo varios hijos. Al primer hijo varón que tuvo con mi abuela, Cristina Sevilla, le puso de nombre José Ernesto, quien sería mi padre.
Mi abuelo quería que mi papá aprendiera su oficio de músico, quizás para que siguiera su tradición. Así que lo inscribió desde pequeño en el Conservatorio Nacional de música.
Mi papá realizaba sus estudios musicales a la misma vez de los de contaduría pública.
Me contaba mi papá que el oficio de músico de mi abuelo no alcanzaba para cubrir los gastos familiares, pues, de la limosna que se recaudaba de la misa, a mi abuelo le tocaba el diez por ciento, el otro diez por ciento era para el sacristán y el resto para la iglesia.
Y en esos primeros años del siglo XX, apenas reunían un Colon en la misa del domingo.
Así que, mi abuelo le daba a mi abuelita Tina, la fabulosa y extraordinaria cantidad de diez centavos de Colón; y con ese dinero tenía que darle de comer los tres tiempos a sus ocho hijos y a ellos dos. Aparte de vestirlos, calzarlos y pagar la pieza del mesón donde vivían.
Me contaba también mi padre que el examen final de sus estudios musicales consistía en tocar el piano frente a sus maestros y público en general. Y para ello tenía que vestir de traje completo.
Mi abuelo era muy pobre y no podía comprarle un traje a mi papá solo para que diera el examen.
Así que, como pudo, pidió prestado saco, pantalón, camisa y corbata a algunos amigos; pero no consiguieron a nadie que les prestara un par de zapatos de la talla de mi papá que estuvieran presentables y en buen estado, pues mi papá no tenía zapatos buenos que ponerse.
Mi papá no quería ir así al examen, pues ya estaba un poco grandecito y le daba vergüenza que lo vieran de saco y descalzo. Pero mi abuelo era muy estricto y enérgico (cualidad que también heredó mi papá) y lo obligó a ir al examen.
Así que mi papá caminó, desde el mesón donde vivían, todo el centro de San Salvador hasta el Teatro Nacional, se sentó frente al piano y rindió su examen final ante maestros y público, vestido muy elegantemente con traje completo…”y chuña”.
Mi papá nunca le perdonó a mi abuelo ese detalle y jamás se dedicó a la música como mi abuelo le hubiera gustado porque mi papá decía que “de músico nunca hubiera salido de pobre”, y él juró salir de la pobreza, pues había vivido en carne propia las necesidades que padecían todos en su familia, pues lo que mi abuelo ganaba como músico no alcanzaba para alimentar diez bocas.
Así que mi papá desde muy joven, empezó a ver como ayudar con los gastos de la casa.
Apenas cumplidos los 19 años emigró a Panamá a trabajar en la Zona del Canal.
(El joven Ernesto Flamenco a los 22 años de edad. Foto tomada en mayo de 1944 en ciudad de Panamá)
Tiempo después regresó a nuestro país y se metió a la publicidad radial en la YSU y en la YSEB.
Fue miembro del equipo de transmisión deportiva para los VII juegos panamericanos en 1954 realizados en México, donde El Salvador ganó su primer campeonato Norceca de futbol, ganándole la final al anfitrión.
Pero mi papá siempre quiso tener su negocio propio. Así que dejó su empleo en la radio y puso una pequeña imprenta, la cual, poco a poco, fue creciendo hasta llegar a tener varios empleados. Aparte de sus negocios de tipografía e impresión también compraba pianos viejos en mal estado, y maquinaria de imprenta, los cuales reparaba y luego los vendía.
Y así, después de muchos años de arduo esfuerzo y trabajo honrado, mi papá logró salir de la pobreza en la que vivió su infancia y juventud.
Aunque mi papá no se dedicó a la música como medio de ganarse el sustento diario, nunca la abandonó. La tenía como pasatiempo. Era su “hobbie”, pues mi papá llevaba la música en la sangre. Herencia de mi abuelo.
Pero no le gustaba cualquier clase o estilo de música. ¡No señor!
El oído de mi papá no era para las cumbias, el merengue, el Rock and roll o las rancheras que dan cólera. ¡Dios guarde! Esa no era música para él.
-“Esa es música para pendejos”- decía mi papá.
Mi padre tenía el oído fino y sofisticado, y su predilección era escuchar las obras de los grandes maestros clásicos como Chopin, Beethoven, Grieg, Mozart, Tchaikovski, Debussy, Wagner, etc. Tenía toda una colección de discos LP de música clásica que ponía a todo volumen casi todos los días a la hora del almuerzo.
Además, en una esquina de la sala de la casa, había un piano que tocaba en contadas ocasiones.
Y aquí es realmente donde empieza la historia que les quería contar...
...Las imágenes que tengo en mi memoria de mi padre tocando el piano se remontan desde cuando yo tenía quizás unos seis años de edad.
Todos los días, a la hora del almuerzo, mi papá ponía a tocar en una vieja radiola Telefunken, uno de sus LP de música clásica. Después de comer tomaba una siesta de unos treinta minutos antes de empezar la faena de la tarde.
Cuando despertaba, y si se sentía de humor, se sentaba en el banquillo frente al piano de la sala, empezaba a agitar sus manos con un movimiento de arriba hacia abajo para estirar los tendones, y empezaba a brotar todo un torrente de melodías y música maravillosa que fluían de sus dedos prodigiosos y de su piano mágico.
La casa y el vecindario entero se inundaban que aquel diluvio de música exquisita, cristalina y fina. Tanto que, si por casualidad se escuchaba alguna radio alrededor, lo apagaban para escuchar mejor lo que mi papá estaba tocando.
Algunas veces mi papá me sentaba a la par suya en el banquillo frente al piano, y yo le veía sus manos que se movían, a mil millas por hora, de izquierda a derecha y viceversa, y escuchaba embelesado toda aquella música que parecía bajar del mismísimo cielo, y quedaba asombrado del talento tan grande y natural que tenía mi padre para tocar el piano.
Entre las muchísimas melodías que mi papá interpretaba recuerdo el concierto No. 1 de Tchaikovski, el “Ave María” de Schubert, el “Claro de luna” de Debussy, “Rapsodia en azul” de Gerhwin, los valses de Strauss, “La danza de las horas” de Ponchielli, y muchas otras.
Pero no solo tocaba música clásica, también tocaba alguna que otra música popular. Como el Tango “Celos”, el vals “Bajo el almendro” de Granadino y uno que otro swing de Glen Miller y Artie Shaw.
Su estilo interpretativo era muy parecido al de Liberace y al de Carmen Cavallaro, a quienes él admiraba mucho.
Tenía especial predilección por las obras del cubano Ernesto Lecuona. A nadie he escuchado interpretar de una mejor manera “La Malagueña” y “Serenata matutina” como a mi padre.
¡Realmente era un virtuoso del piano!.
Quizás algunas personas que lean esto dirán que exagero, pues estoy halagando a mi padre. Pero aquellos que lo conocieron, y los pocos que lo escucharon, darán fe que lo que digo es cierto.
Su único público fuimos solamente mi madre, mi hermano, nuestros vecinos, mis tíos y primos que llegaban de visita a almorzar a mi casa, amigos de la casa, y tal vez uno que otro transeúnte que caminaba enfrente de nuestra casa y que se detuvo por unos segundos para ver de donde salía tanta música; y Memo, su hijo,- quien escribe éstas líneas-, que tuvo la dicha de sentarse a la par suya y apreciar su arte musical y de haber recibido, como herencia ancestral, de abuelo a padre, y de padre a hijo, el gusto por la buena música.
Mi padre me animó a aprender música, y me compró un acordeón, y aprendí a tocar unas cuantas melodías que él me enseñó. Pero, por más empeño que le puse, y por más que quise, la lectura de la solfa nunca me entró en la cabeza pues se me hacía mas difícil que aprender a leer en chino.
Mi padre vivió los últimos años de su vida conmigo, en Los Ángeles, Ca. y pasamos muchas tardes y veladas juntos escuchando la música que a él tanto le gustaba.
Pero, para entonces ya no podía tocar el piano, porque el mal de Parkinson ya le había afectado su sistema motriz y nervioso, enfermedad que al final, lo venció.
(Mi padre, Don Neto, en mi casa de Los Ángeles, a mediados de los 90s, tocando un órgano electrónico)
Desde hace diez años, mi padre, Don Ernesto Sevilla Flamenco, duerme el sueño eterno junto a mi madre y hermano en Jardines del Recuerdo de San Salvador.
¡Ah, y gracias a su trabajo honrado de toda una vida, no murió pobre como mi abuelo!
¡Infinitas gracias padre mío por darme la vida, por todo tu cariño, amor, sabiduría y todos los consejos que me diste para que fuera una persona de buenos principios, honesta y trabajadora!
¡Tus palabras y enseñanzas no cayeron en saco roto!
¡Y muchas gracias por sentarme a tu lado en el banquillo frente al piano para que te escuchara y apreciara la belleza del arte de la música y hacer que me enamorara de ella!
¡Tu hijo, que te recuerda con muchísimo amor y gratitud!.
Memo.
Se dedicaba a tocar el órgano y el piano en las iglesias del centro de San Salvador en la primera mitad del siglo XX.
Sus estudios de solfeo y música los había hecho en el Colegio Divino Salvador y en Costa Rica financiados por el arzobispado de San Salvador, pues mi abuelo había quedado huérfano desde muy pequeño, y los curas se habían encargado de sus necesidades básicas y de su educación. Así que, la forma de recompensarlos por su manutención, era la de animar, con su arte musical, las misas y ritos religiosos.
Mi abuelo también era maestro de música y canto de varias escuelas públicas y privadas, y era compositor y arreglista de danza y música folklórica. Entre sus composiciones más conocidas se encuentran “La Suaca” y “Las indias comaleras”.
Mi abuelo murió en la pobreza y olvidado por las autoridades legislativas que nunca le otorgaron una pequeña pensión honorífica para que viviera decentemente los últimos años de su vida en recompensa del legado cultural musical y educativo que heredó a la nación.
Don Cándido- así le decía mi papá a mi abuelo- tuvo varios hijos. Al primer hijo varón que tuvo con mi abuela, Cristina Sevilla, le puso de nombre José Ernesto, quien sería mi padre.
Mi abuelo quería que mi papá aprendiera su oficio de músico, quizás para que siguiera su tradición. Así que lo inscribió desde pequeño en el Conservatorio Nacional de música.
Mi papá realizaba sus estudios musicales a la misma vez de los de contaduría pública.
Me contaba mi papá que el oficio de músico de mi abuelo no alcanzaba para cubrir los gastos familiares, pues, de la limosna que se recaudaba de la misa, a mi abuelo le tocaba el diez por ciento, el otro diez por ciento era para el sacristán y el resto para la iglesia.
Y en esos primeros años del siglo XX, apenas reunían un Colon en la misa del domingo.
Así que, mi abuelo le daba a mi abuelita Tina, la fabulosa y extraordinaria cantidad de diez centavos de Colón; y con ese dinero tenía que darle de comer los tres tiempos a sus ocho hijos y a ellos dos. Aparte de vestirlos, calzarlos y pagar la pieza del mesón donde vivían.
(Foto familiar de mi padre rodeado de cuatro de sus hermanos)
Me contaba también mi padre que el examen final de sus estudios musicales consistía en tocar el piano frente a sus maestros y público en general. Y para ello tenía que vestir de traje completo.
Mi abuelo era muy pobre y no podía comprarle un traje a mi papá solo para que diera el examen.
Así que, como pudo, pidió prestado saco, pantalón, camisa y corbata a algunos amigos; pero no consiguieron a nadie que les prestara un par de zapatos de la talla de mi papá que estuvieran presentables y en buen estado, pues mi papá no tenía zapatos buenos que ponerse.
Mi papá no quería ir así al examen, pues ya estaba un poco grandecito y le daba vergüenza que lo vieran de saco y descalzo. Pero mi abuelo era muy estricto y enérgico (cualidad que también heredó mi papá) y lo obligó a ir al examen.
Así que mi papá caminó, desde el mesón donde vivían, todo el centro de San Salvador hasta el Teatro Nacional, se sentó frente al piano y rindió su examen final ante maestros y público, vestido muy elegantemente con traje completo…”y chuña”.
Mi papá nunca le perdonó a mi abuelo ese detalle y jamás se dedicó a la música como mi abuelo le hubiera gustado porque mi papá decía que “de músico nunca hubiera salido de pobre”, y él juró salir de la pobreza, pues había vivido en carne propia las necesidades que padecían todos en su familia, pues lo que mi abuelo ganaba como músico no alcanzaba para alimentar diez bocas.
Así que mi papá desde muy joven, empezó a ver como ayudar con los gastos de la casa.
Apenas cumplidos los 19 años emigró a Panamá a trabajar en la Zona del Canal.
(El joven Ernesto Flamenco a los 22 años de edad. Foto tomada en mayo de 1944 en ciudad de Panamá)
Tiempo después regresó a nuestro país y se metió a la publicidad radial en la YSU y en la YSEB.
Fue miembro del equipo de transmisión deportiva para los VII juegos panamericanos en 1954 realizados en México, donde El Salvador ganó su primer campeonato Norceca de futbol, ganándole la final al anfitrión.
Pero mi papá siempre quiso tener su negocio propio. Así que dejó su empleo en la radio y puso una pequeña imprenta, la cual, poco a poco, fue creciendo hasta llegar a tener varios empleados. Aparte de sus negocios de tipografía e impresión también compraba pianos viejos en mal estado, y maquinaria de imprenta, los cuales reparaba y luego los vendía.
Y así, después de muchos años de arduo esfuerzo y trabajo honrado, mi papá logró salir de la pobreza en la que vivió su infancia y juventud.
Aunque mi papá no se dedicó a la música como medio de ganarse el sustento diario, nunca la abandonó. La tenía como pasatiempo. Era su “hobbie”, pues mi papá llevaba la música en la sangre. Herencia de mi abuelo.
Pero no le gustaba cualquier clase o estilo de música. ¡No señor!
El oído de mi papá no era para las cumbias, el merengue, el Rock and roll o las rancheras que dan cólera. ¡Dios guarde! Esa no era música para él.
-“Esa es música para pendejos”- decía mi papá.
Mi padre tenía el oído fino y sofisticado, y su predilección era escuchar las obras de los grandes maestros clásicos como Chopin, Beethoven, Grieg, Mozart, Tchaikovski, Debussy, Wagner, etc. Tenía toda una colección de discos LP de música clásica que ponía a todo volumen casi todos los días a la hora del almuerzo.
Además, en una esquina de la sala de la casa, había un piano que tocaba en contadas ocasiones.
Y aquí es realmente donde empieza la historia que les quería contar...
...Las imágenes que tengo en mi memoria de mi padre tocando el piano se remontan desde cuando yo tenía quizás unos seis años de edad.
Todos los días, a la hora del almuerzo, mi papá ponía a tocar en una vieja radiola Telefunken, uno de sus LP de música clásica. Después de comer tomaba una siesta de unos treinta minutos antes de empezar la faena de la tarde.
Cuando despertaba, y si se sentía de humor, se sentaba en el banquillo frente al piano de la sala, empezaba a agitar sus manos con un movimiento de arriba hacia abajo para estirar los tendones, y empezaba a brotar todo un torrente de melodías y música maravillosa que fluían de sus dedos prodigiosos y de su piano mágico.
La casa y el vecindario entero se inundaban que aquel diluvio de música exquisita, cristalina y fina. Tanto que, si por casualidad se escuchaba alguna radio alrededor, lo apagaban para escuchar mejor lo que mi papá estaba tocando.
Algunas veces mi papá me sentaba a la par suya en el banquillo frente al piano, y yo le veía sus manos que se movían, a mil millas por hora, de izquierda a derecha y viceversa, y escuchaba embelesado toda aquella música que parecía bajar del mismísimo cielo, y quedaba asombrado del talento tan grande y natural que tenía mi padre para tocar el piano.
Entre las muchísimas melodías que mi papá interpretaba recuerdo el concierto No. 1 de Tchaikovski, el “Ave María” de Schubert, el “Claro de luna” de Debussy, “Rapsodia en azul” de Gerhwin, los valses de Strauss, “La danza de las horas” de Ponchielli, y muchas otras.
Pero no solo tocaba música clásica, también tocaba alguna que otra música popular. Como el Tango “Celos”, el vals “Bajo el almendro” de Granadino y uno que otro swing de Glen Miller y Artie Shaw.
Su estilo interpretativo era muy parecido al de Liberace y al de Carmen Cavallaro, a quienes él admiraba mucho.
Tenía especial predilección por las obras del cubano Ernesto Lecuona. A nadie he escuchado interpretar de una mejor manera “La Malagueña” y “Serenata matutina” como a mi padre.
¡Realmente era un virtuoso del piano!.
Quizás algunas personas que lean esto dirán que exagero, pues estoy halagando a mi padre. Pero aquellos que lo conocieron, y los pocos que lo escucharon, darán fe que lo que digo es cierto.
Su único público fuimos solamente mi madre, mi hermano, nuestros vecinos, mis tíos y primos que llegaban de visita a almorzar a mi casa, amigos de la casa, y tal vez uno que otro transeúnte que caminaba enfrente de nuestra casa y que se detuvo por unos segundos para ver de donde salía tanta música; y Memo, su hijo,- quien escribe éstas líneas-, que tuvo la dicha de sentarse a la par suya y apreciar su arte musical y de haber recibido, como herencia ancestral, de abuelo a padre, y de padre a hijo, el gusto por la buena música.
Mi padre me animó a aprender música, y me compró un acordeón, y aprendí a tocar unas cuantas melodías que él me enseñó. Pero, por más empeño que le puse, y por más que quise, la lectura de la solfa nunca me entró en la cabeza pues se me hacía mas difícil que aprender a leer en chino.
Mi padre vivió los últimos años de su vida conmigo, en Los Ángeles, Ca. y pasamos muchas tardes y veladas juntos escuchando la música que a él tanto le gustaba.
Pero, para entonces ya no podía tocar el piano, porque el mal de Parkinson ya le había afectado su sistema motriz y nervioso, enfermedad que al final, lo venció.
(Mi padre, Don Neto, en mi casa de Los Ángeles, a mediados de los 90s, tocando un órgano electrónico)
Desde hace diez años, mi padre, Don Ernesto Sevilla Flamenco, duerme el sueño eterno junto a mi madre y hermano en Jardines del Recuerdo de San Salvador.
¡Ah, y gracias a su trabajo honrado de toda una vida, no murió pobre como mi abuelo!
¡Infinitas gracias padre mío por darme la vida, por todo tu cariño, amor, sabiduría y todos los consejos que me diste para que fuera una persona de buenos principios, honesta y trabajadora!
¡Tus palabras y enseñanzas no cayeron en saco roto!
¡Y muchas gracias por sentarme a tu lado en el banquillo frente al piano para que te escuchara y apreciara la belleza del arte de la música y hacer que me enamorara de ella!
¡Tu hijo, que te recuerda con muchísimo amor y gratitud!.
Memo.
domingo, 26 de enero de 2014
Este 2 de febrero no se le olvide ir a votar...y anular su voto.
FMLN= pésimo candidato + gobierno incapaz + promesas incumplidas + socialistas que se convirtieron en capitalistas olvidándose de los más necesitados + promotores de tregua entre pandillas + promotores de cambiar la constitución para impulsar la reelección de sus funcionarios a perpetuidad + sin planes concretos y realizables de resolver los problemas más graves del país como son la falta de empleos, la delincuencia, la salud y la educación.
ARENA= mal candidato + asociado a, y asesorado por ex-funcionarios corruptos + financiado por la oligarquía + admiradores de asesinos y perpetradores de masacres de indefensos + sin intenciones de gobernar por y para la clase media y los más pobres, sino para facilitar que los capitalistas obtengan ventajas fiscales para su beneficio.
GANA= Mal ex presidente + partido corrupto que se vende al major postor de cualquier ideología + sin ningún plan de trabajo ni interés real de ayudar al pueblo más que el aprovechamiento propio.
ARENA= mal candidato + asociado a, y asesorado por ex-funcionarios corruptos + financiado por la oligarquía + admiradores de asesinos y perpetradores de masacres de indefensos + sin intenciones de gobernar por y para la clase media y los más pobres, sino para facilitar que los capitalistas obtengan ventajas fiscales para su beneficio.
GANA= Mal ex presidente + partido corrupto que se vende al major postor de cualquier ideología + sin ningún plan de trabajo ni interés real de ayudar al pueblo más que el aprovechamiento propio.
domingo, 15 de diciembre de 2013
MEMOrias de Diciembre.
Diciembre siempre lo he considerado el mes melancólico, pues cada vez que el doceavo mes anuncia su retorno anual en el calendario, me entra una especie de tristeza aletargada.
No se si será provocada o influenciada por los días plomizos de invierno, o por los imborrables y lindos recuerdos de las navidades de mi infancia y juventud en mi país que ya no volverán, o quizás por la ausencia de mis padres y familiares que ya partieron en el viaje sin retorno, o por la carrera loca y desenfrenada de ahorrar y tener dinero suficiente para los regalos y la cena de navidad; o simplemente, la combinación de todo lo anterior.
La cosa es que en los últimos años, diciembre me pone medio agüevado.
Así que para quitarme el agüite, me puse a recordar los momentos alegres que diciembre me dejó y quise compartirlo con ustedes, pues, a lo mejor, se identifican con algunos de ellos.
El cielo de los diciembres de mi infancia era claro, con pocas nubes, sol radiante, pero con mucho viento. Época que los cipotes aprovechábamos para ir a encumbrar piscuchas, ir a bañarnos a algún río, hacer alguna caminata en grupo, ir al cine, o al estadio a ver jugar al Alianza o al Juventud Olímpica, ir a patinar al Parque Infantil, o simplemente, reunirnos en la casa de algún chero para oír la música de la Nueva Ola y los “picks de radio Femenina” en alguna radio de transistores.
Diciembre era mes de vacaciones de escuela, así que no tenía que hacer deberes; pero mi tata -que en Gloria esté-, se encargaba que no pasara todo el día vagando y sin oficio. Así que me compró una enciclopedia Grollier, de esas que tienen como ochenta tomos y que vendían a plazos, y me ponía a leer algún tema y tenía que hacerle un resumen, y al final del día se lo tenía que explicar. Y si no me lo podía, me zampaba cinco coscorrones en la cabeza. Y mi papá tenía la mano pesada. Así que, cada vez que diciembre asoma su nariz, me empieza a dolerme la cabeza de acordarme de sus coscorrones.
Diciembre era también el mes de la celebración de la Virgen de Guadalupe. Mi mamá me vestía de indito con un traje de manta, me ponía caites, un sombrerito con un montón de guilindujes de colores chillones, un tecomatío, una cumita, y me pintaba con tile un largo y grueso bigote.
Tomábamos rumbo a la Ceiba de Guadalupe en la ruta 101 que va a Santa Tecla. En esos tiempos yo sentía el trayecto súper largo, pues cuando uno está cipote, el tiempo parece que no camina. Caso contrario cuando uno ya está viejo, el tiempo parece que va volando y uno quisiera que se detuviera.
Cuando llegábamos a la Ceiba, entrábamos de rodillas a la iglesia, prendíamos una vela y se la poníamos a la imagen de la Virgen. Oíamos la misa de mediodía, rezábamos el rosario, y a la salida, comprábamos hojuelas con mielita, y yuca con chicharrón que vendían en las afueras de la iglesia.
Pasado el día de la Virgen de Guadalupe, íbamos casi todas las noches al centro de San Salvador a ver las vitrinas para ver los juguetes y los vestidos para el estreno de Navidad. Antes, como no existían ni Metrocentro, ni Plaza Mundo, ni Galerías, ni Las Cascadas, ni ningún centro comercial por el estilo, todos los almacenes estaban en el Centro. Todo quedaba relativamente cerca. Como la delincuencia casi no existía, era muy seguro caminar. Así que casi todo el mundo andaba por las calles de San Salvador. Era frecuente encontrarse con amistades y familiares en una cuadra, y al rato, volverse a ver de nuevo, porque todos andaban dando vueltas por el Centro, unos en un sentido y otros en sentido opuesto.
Diciembre era época de posadas y pastorelas en el barrio, ocasión que los imberbes jovenzuelos de entonces nos ofrececiamos de voluntarios para cargar las imágenes de la Virgen y San José para estar cerca de las cipotas que nos gustaban, y que era la única ocasión en todo el año que a las bichas no las andaban cuidando las nanas porque andaban atareadas atendiendo a los invitados, y repartiendo horchata con suspiros y vasitos de vino Cinzano en la casa de la posada.
Mi corazón palpitaba a millón por minuto y sentía maripositas en el estómago cuando la cipota a la que le andaba cayendo me miraba de reojo y me hacía ojitos coquetos, y me mandaba de escondidas, con la complicidad de una amiga para que su nana no se diera cuenta, un papelito perfumado y con dos corazones dibujados con nuestros nombres y entrelazados con una flecha. Amor tierno e inocente de bichos virgos, sin morbo y libre de pecado.
Todo el mes de Diciembre era de preparativos para la Navidad. Mi abuelita se encargaba de poner el Nacimiento, mi papá de comprar los cohetes, de poner el arbolito, mis tíos se encargaban de la radiola y la música, la bailada, y mi mamá de la comida. Mi hermano y yo, nos encargábamos de abrir los juguetes, reventar la pólvora y comer chompipe, escabeche y ensalada rusa hasta reventar.
Pasadas las doce de la noche, los abrazos, la destapadera de regalos y la reventazón de cohetes, había que acompañar a la abuelita a misa de gallo a la parroquia de la Merced a dar las alabanzas por el acontecimiento más glorioso e importante de toda la humanidad, el nacimiento de Jesucristo.
Al día siguiente, tempranito, era de empezar a buscar los cohetillos que no reventaron entre los volcancitos de papel periódico, para terminarlos de reventar y empezar a disfrutar los juguetes que nos había traído el Niño Dios.
Tiempo después ya siendo adulto, casado y con tres hijos, recuerdo también que Diciembre era tiempo de recibir el aguinaldo, o “aguilucho” en el trabajo, que más tardaba en llegar que en desaparecer en menos de lo que canta un gallo, y que servía para comprarle los juguetes a los hijos, para el vestido de moda de la esposa y hacerse los “rayitos” en el pelo, y para comprar un par de “botánicas” para el 24 y el 31.
Era época de oír música navideña por todos lados, de fiestas de despedida de año en el trabajo, de intercambio de regalos en los cuales por mala suerte te tocaba intercambiar regalos con el jefe o con alguien que te caía mal; era época de ir a comprar el chompipe al Chiquero, de quedar bien con el vecino para ver si le podíamos caer de paracaidista en la cena de noche buena. En fin, era época de compartir lo poco que se tenía con todo el mundo, y de desearle paz, dicha y prosperidad.
Luego venía el 31, y la fiesta de despedida del año viejo en mi casa era fenomenal, pues las puertas estaban abiertas de par en par para el que quisiera entrar y todo el mundo eran bienvenido: familiares, vecinos, amigos, enemigos, empleados, conocidos, desconocidos, borrachos, abstemios, moteros, huele pegas, religiosos, ateos, seguidores del Marte o del FAS, derechistas, izquierdistas, pobres, ricos, jóvenes o viejos, cheles o prietos.
El abrazo de las doce era con besos y lágrimas...lagrimas de felicidad!!, deseándonos dicha, salud, paz y prosperidad.
Ya todo eso ha pasado a ser parte de mi historia, de mis recuerdos y de mis memorias.
Hoy vivo desde hace más de 30 años en un país que, aunque me ha dado la oportunidad de prosperar económicamente y la suerte de tener un mejor nivel de vida; me cobró la factura a un precio muy elevado al quitarme la oportunidad de compartir muchos más diciembres y una mejor calidad de vida junto a los seres que más amo. Esa calidad de vida que no se compra ni se vende con dólares; sino con amor, el verdadero amor hacia nuestros semejantes.
Y ese es el mensaje y el mandamiento que nos dejo Jesucristo:
"Amaos los unos a los otros".
Ahora quizás me entiendan porqué Diciembre siempre me pone melancólico.
Memo
No se si será provocada o influenciada por los días plomizos de invierno, o por los imborrables y lindos recuerdos de las navidades de mi infancia y juventud en mi país que ya no volverán, o quizás por la ausencia de mis padres y familiares que ya partieron en el viaje sin retorno, o por la carrera loca y desenfrenada de ahorrar y tener dinero suficiente para los regalos y la cena de navidad; o simplemente, la combinación de todo lo anterior.
La cosa es que en los últimos años, diciembre me pone medio agüevado.
Así que para quitarme el agüite, me puse a recordar los momentos alegres que diciembre me dejó y quise compartirlo con ustedes, pues, a lo mejor, se identifican con algunos de ellos.
El cielo de los diciembres de mi infancia era claro, con pocas nubes, sol radiante, pero con mucho viento. Época que los cipotes aprovechábamos para ir a encumbrar piscuchas, ir a bañarnos a algún río, hacer alguna caminata en grupo, ir al cine, o al estadio a ver jugar al Alianza o al Juventud Olímpica, ir a patinar al Parque Infantil, o simplemente, reunirnos en la casa de algún chero para oír la música de la Nueva Ola y los “picks de radio Femenina” en alguna radio de transistores.
Diciembre era mes de vacaciones de escuela, así que no tenía que hacer deberes; pero mi tata -que en Gloria esté-, se encargaba que no pasara todo el día vagando y sin oficio. Así que me compró una enciclopedia Grollier, de esas que tienen como ochenta tomos y que vendían a plazos, y me ponía a leer algún tema y tenía que hacerle un resumen, y al final del día se lo tenía que explicar. Y si no me lo podía, me zampaba cinco coscorrones en la cabeza. Y mi papá tenía la mano pesada. Así que, cada vez que diciembre asoma su nariz, me empieza a dolerme la cabeza de acordarme de sus coscorrones.
Diciembre era también el mes de la celebración de la Virgen de Guadalupe. Mi mamá me vestía de indito con un traje de manta, me ponía caites, un sombrerito con un montón de guilindujes de colores chillones, un tecomatío, una cumita, y me pintaba con tile un largo y grueso bigote.
Tomábamos rumbo a la Ceiba de Guadalupe en la ruta 101 que va a Santa Tecla. En esos tiempos yo sentía el trayecto súper largo, pues cuando uno está cipote, el tiempo parece que no camina. Caso contrario cuando uno ya está viejo, el tiempo parece que va volando y uno quisiera que se detuviera.
Cuando llegábamos a la Ceiba, entrábamos de rodillas a la iglesia, prendíamos una vela y se la poníamos a la imagen de la Virgen. Oíamos la misa de mediodía, rezábamos el rosario, y a la salida, comprábamos hojuelas con mielita, y yuca con chicharrón que vendían en las afueras de la iglesia.
Pasado el día de la Virgen de Guadalupe, íbamos casi todas las noches al centro de San Salvador a ver las vitrinas para ver los juguetes y los vestidos para el estreno de Navidad. Antes, como no existían ni Metrocentro, ni Plaza Mundo, ni Galerías, ni Las Cascadas, ni ningún centro comercial por el estilo, todos los almacenes estaban en el Centro. Todo quedaba relativamente cerca. Como la delincuencia casi no existía, era muy seguro caminar. Así que casi todo el mundo andaba por las calles de San Salvador. Era frecuente encontrarse con amistades y familiares en una cuadra, y al rato, volverse a ver de nuevo, porque todos andaban dando vueltas por el Centro, unos en un sentido y otros en sentido opuesto.
Diciembre era época de posadas y pastorelas en el barrio, ocasión que los imberbes jovenzuelos de entonces nos ofrececiamos de voluntarios para cargar las imágenes de la Virgen y San José para estar cerca de las cipotas que nos gustaban, y que era la única ocasión en todo el año que a las bichas no las andaban cuidando las nanas porque andaban atareadas atendiendo a los invitados, y repartiendo horchata con suspiros y vasitos de vino Cinzano en la casa de la posada.
Mi corazón palpitaba a millón por minuto y sentía maripositas en el estómago cuando la cipota a la que le andaba cayendo me miraba de reojo y me hacía ojitos coquetos, y me mandaba de escondidas, con la complicidad de una amiga para que su nana no se diera cuenta, un papelito perfumado y con dos corazones dibujados con nuestros nombres y entrelazados con una flecha. Amor tierno e inocente de bichos virgos, sin morbo y libre de pecado.
Todo el mes de Diciembre era de preparativos para la Navidad. Mi abuelita se encargaba de poner el Nacimiento, mi papá de comprar los cohetes, de poner el arbolito, mis tíos se encargaban de la radiola y la música, la bailada, y mi mamá de la comida. Mi hermano y yo, nos encargábamos de abrir los juguetes, reventar la pólvora y comer chompipe, escabeche y ensalada rusa hasta reventar.
Pasadas las doce de la noche, los abrazos, la destapadera de regalos y la reventazón de cohetes, había que acompañar a la abuelita a misa de gallo a la parroquia de la Merced a dar las alabanzas por el acontecimiento más glorioso e importante de toda la humanidad, el nacimiento de Jesucristo.
Al día siguiente, tempranito, era de empezar a buscar los cohetillos que no reventaron entre los volcancitos de papel periódico, para terminarlos de reventar y empezar a disfrutar los juguetes que nos había traído el Niño Dios.
Tiempo después ya siendo adulto, casado y con tres hijos, recuerdo también que Diciembre era tiempo de recibir el aguinaldo, o “aguilucho” en el trabajo, que más tardaba en llegar que en desaparecer en menos de lo que canta un gallo, y que servía para comprarle los juguetes a los hijos, para el vestido de moda de la esposa y hacerse los “rayitos” en el pelo, y para comprar un par de “botánicas” para el 24 y el 31.
Era época de oír música navideña por todos lados, de fiestas de despedida de año en el trabajo, de intercambio de regalos en los cuales por mala suerte te tocaba intercambiar regalos con el jefe o con alguien que te caía mal; era época de ir a comprar el chompipe al Chiquero, de quedar bien con el vecino para ver si le podíamos caer de paracaidista en la cena de noche buena. En fin, era época de compartir lo poco que se tenía con todo el mundo, y de desearle paz, dicha y prosperidad.
Luego venía el 31, y la fiesta de despedida del año viejo en mi casa era fenomenal, pues las puertas estaban abiertas de par en par para el que quisiera entrar y todo el mundo eran bienvenido: familiares, vecinos, amigos, enemigos, empleados, conocidos, desconocidos, borrachos, abstemios, moteros, huele pegas, religiosos, ateos, seguidores del Marte o del FAS, derechistas, izquierdistas, pobres, ricos, jóvenes o viejos, cheles o prietos.
El abrazo de las doce era con besos y lágrimas...lagrimas de felicidad!!, deseándonos dicha, salud, paz y prosperidad.
Ya todo eso ha pasado a ser parte de mi historia, de mis recuerdos y de mis memorias.
Hoy vivo desde hace más de 30 años en un país que, aunque me ha dado la oportunidad de prosperar económicamente y la suerte de tener un mejor nivel de vida; me cobró la factura a un precio muy elevado al quitarme la oportunidad de compartir muchos más diciembres y una mejor calidad de vida junto a los seres que más amo. Esa calidad de vida que no se compra ni se vende con dólares; sino con amor, el verdadero amor hacia nuestros semejantes.
Y ese es el mensaje y el mandamiento que nos dejo Jesucristo:
"Amaos los unos a los otros".
Ahora quizás me entiendan porqué Diciembre siempre me pone melancólico.
Memo
sábado, 23 de noviembre de 2013
El pensamiento indio...por Nelson Aldana.
Foto del historiador Carl. V. Hartman, indias de Izalco.
Unos podría decir: "son indios, que van a andar leyendo. Otros: "Nelson, vos solo boberías escribís". "Mejor contáme una de Pepito", me van a decir por allí. El punto es que ya que no estoy en materia de leyes, no puedo ser preciso con palabras técnicas y adecuadas para mayor entendimiento del individuo. Así que sin tantos garabatos, seguiré con la tanda de palabras. Y si al menos una persona logra leerme lo escrito, me daré por satisfecho. Ojo yo solo estudie hasta el sexto grado en Cojutepeque, y lo que puedo escribir de la letra de Cervantes, es gracias a las maestras del Colegio Evangelico Emmanuel donde estudie la mayor parte.(solo fui un mes al Walter y luego a la USA)
El pensamiento Indio
¿Que diría la sociedad, la alta alcurnia al mirar a una dama con tatuajes, o con poca vestimenta y enseñando los senos, hombres sin camisas y/o descalzos? Hay ciertas cosas que ya no existen, las tradiciones son ahorcadas por los que disque cultos y sabedores de la vida. Yo, en lo personal, a veces me siento intoxicado con pensamiento europeo, artífice y autor de la aniquilación de lo autóctono de la tierra que me vio nacer, y ahora, de ver con recelos y negocio lo que nuestros ancestros tenían y respetaban: la ley de la naturaleza y la tierra cual es la madre del hombre...pero negocio, repito, para nosotros.
Aun que yo hablo de los indios nativos, debo de aclarar que no tengo ninguna pizca de sangre indígena, pero tampoco la tengo azul. No tengo raíces netas de pipil por mas que las anhelo, pero igual soy indio, y me considero autóctono como todos, y mas pipil que el propio Cipitío. Algo controversial que nos decimos: ser defensores y protectores de las tradiciones de El Salvador y de los campesinos directos descendientes de los pipiles, chortis, lencas, mayas, etc etc. Pero cuando se nos presenta la oportunidad de hacer algo por ellos o las tradiciones, nos quedamos callados, o nos hacemos los "suizos' (europeos), y nada de nada.
Repito, la intoxicación conquistadora y europea nos supura, corre por nuestras venas. Basta con ponernos a la par y hacer una ralla trazada y preguntarle a un campesino ¿que quiere en esta vida?... nos diría: "Maíz para sembrar". Yo respondería: que quiero el ultimo Galaxy S4 de Samsung. Somos tan distintos, que el ejemplo de decir que soy guanaco y que ando pregonando defender el orgullo Pipil, lo destruyo con mis acciones. Un nativo campesino con su camisita a la mitad abotonada, no es porque quiere mostrar su pecho musculoso; es porque le faltan 4 botones a su camisa. A diferencia de mi Abercombrie & Fitch de temporada, no necesita botones.......¿estamos?
Las damas actuales usan sus prendas como si fueran desechables, 'huy esa fue la blusa que me puse la semana pasada" o "necesito nuevos zapatos. Estos lo use hace un mes en la fiesta pasada" o "Compre esta falda y no la he usado, pero ya no me gusta" ¡SOLO UNA VEZ USAN CASI SUS PRENDAS!
Pero, una campesina, hasta 2 o por 3 días usa la misma falda o en una semana usa las yinas Balco a la más anaranjada brillante chiltota. Yes que somos tan distintos, como lo dice Piero refiriéndose a su padre: "que creció con tranvía y vino tinto".
Amiga o amigo lector: no es regaño ni señalamiento; si no solamente observación, porque yo hago lo mismo, o sea lo contrario de no predicar con el ejemplo. Yo soy ese, que no tengo ejemplo. Un pensamiento bien indio (¿indio europeo?). El mío la verdad, no creo que ni el propio indio piense de esa manera, yo soy de esos que desean el último artículo electrónico mas chivo, el que digo ¡wow! ¡guat-a-car!
Increíble, pero Cojutepeque es un pueblo nato INDIO. Las mismas letras de la historia muestran que una bola de indios fundó y siempre a existido y seguirá existiendo en Cojutepeque.
El ser indio no es sinónimo de rebaje, de analfabeto o de tonto; aunque ese es el estereotipo o denigración que hacemos o asociamos. Es un pensamiento nocivo y del que se cree Europeo hacia nuestra hermosa y linda raza indígena y lamentablemente tienen cara frijolera.
Muchos, son desproporcionados, negritos y pelos necios y con un acento folklórico con el semblante de un guineo majoncho, (no hablo en nadie particular tampoco) y el que se sienta expuesto es solo pura coincidencia, que desean ser otro país y no de Cuscatlán.
En la gama de este gran país de USA puedo ver tantos salvadoreño que "ejcusmi" "guats" "Ju mi" que, si pudieran ir al rio Jordán a limpiarse la nacionalidad, lo harían en un 2x3; (no se porque siempre esa expresión pero, 2x3 es 6).
De regreso a mi ensayo baboso y largo. Hago esta pregunta: ¿que harían si ven a una mujer nativa con los senos descubiertos? Las autoridades la tildarían de loca, la echarían a la cárcel, que es algo "inmoral"…inmoral?? Lo que es moral o normal para unos, es anormal y moral en otros.
La moral, (una palabra doble estándar); se castiga al indio que hace "chicha", pero no a la cervecería, ni el guaro hecho por el extranjero. Pero si a la "chicha", porque viene de los indios. Es penado por la ley todavía hoy en día. No se permiten actos religiosos indígenas, porque lo dice en la constitución: La Republica de El Salvador es Católica oficialmente y con libertad a las iglesias protestantes a su expresión. ¿Y los indios? ¿Por qué no se incluyeron en la constitución? A los indios los tildan de brujos y brujas, de hechiceros, de ser personas malas. ¡POR FAVOR! La realidad es que fueron extirpadas, asesinadas, descuartizadas; y somos todos culpables de eso.
Es la verdad y la fealidad de hoy. La tradición es la del blanco conquistador del español. Ingles, Francés etc. y que las nuevas generaciones poco a poco comienzan a modificar y desistir de ellas recobrando y renaciendo tradiciones como son el tatoo, los "piercing" (aretes por todo el cuerpo) y otras locuras para mi hoy en día y para la mayoría de Uds. También.
La intoxicación como dije antes, pero si nos ilustramos leyendo, veremos y aprenderemos que no son mas que viejas tradiciones natas que están renaciendo lentamente en estas nuevas generaciones que veneran y respetan lo antepasado, más que un I phone, y que nos exponen al descubierto la verdadera mentalidad avara y paupérrima de conquistador que tenemos, y que no soportaríamos el morbo de ver una india con sus senos al aire, porque la deseáramos, tal como los conquistadores hicieron cuando llegaron y vieron por primera vez esta naturaleza de nuestra gente, que no estaban enfermas como nosotros lo estamos.
No creo que volvamos a ver del todo a las viejas tradiciones antiguas renacer originalmente, y si así fuese, mis ojos no lo van a ver. Por el momento, con esta mente europea que tengo, es mejor que resurjan poco a poco para ir ablandando el ojo enfermo que tengo y ponerme a leer mas para entender al pipil y su folklore.
El pipil miró el mundo, las estrellas, la tierra, los animales, la vida, las posesiones, el amor, la tolerancia desde otro lente diferente a la manera que nosotros lo miramos y palpamos. Este pensamiento indígena jamás lo entenderemos; y por más lupas de lentes que existan, no lo podremos ver nunca.
Nelson
domingo, 20 de octubre de 2013
Anécdota chumpe-gallo
Colaboración de Jorge Chorro.
Hubo un tiempo que yo tuve allá en el Pulgarcito un corralito interno en nuestra casa, donde, inocentemente y creyendo que todos los animalitos alados se llevan bien naturalmente, compre unas tres gallinas, un gallo joven y....un chompipe joven.
El tiempo iba pasando y esos jóvenes crecieron y se hicieron adultos ¿y que van a creer?, de repente, el gallo y el chumpe empezaron a darse unas agarradas de a madre, con espuelas y todo.
El chumpe más fuerte, ponía a tierra al gallo, pero este se escabullía y se levantaba y decía con todo encima del chumpe...unos pleitos de varios minutos.
Por eso dicen que ser gallo para algo es ser así como ese que tuve yo, pero el chumpe es chumpe también; no era ningún sencillo.
Nos divertíamos de ver esos agarrones de esos dos; algo así como Ali-Frazier!!!
Como todo pacifista que soy hasta hoy, nos aburrimos de tanto pleito, así que decidimos terminar con esas camorras.....el chumpe se fue en una cena X y el gallo se fue en chicha en un almuerzo Y.
Cuando los peleoneros ya se habían "marchado" al mas allá; quedaron 5 gallinas y varios pollitos en el improvisado corral interior. Las alimentaba con granos, y se pusieron bien chulas, y los pollitos fueron creciendo.
En un viaje que hice a La Libertad con mi familia pasamos comprando un chocoyito tierno (tipo de periquito).
Lo alimentábamos con masa semilíquida y se fue poniendo bonito. Como yo tenía una enredadera de granadilla en mi patio, esta se creció y se fue para el techo por el crecimiento. Al chocoyito le encantaba estar allí y decidimos dejarlo dormir en la enredadera, pues los animales buscan la naturaleza, mas que cualquier jaula. De repente, un día de tantos, lo buscamos y se desaparecio. ¿Se había volado? ¡Imposible! tenía las alas cortadas. Lo buscamos y nada.
Mi gente se entristeció al igual que yo. El chocoyito no volvió a aparecer. ¡Ni modo, se fue, se fue!-dijimos en casa. Mientras tanto, nuestras gallinitas ponían huevos muy seguido... ¿por que?...les compramos otro gallo! Comíamos huevos muy seguido y naturales.
Una madrugada escuchamos un gran revoluto en el corral y una alharaca y aletear de las aves, y me dejo ir enpijamado con una lámpara y ¿saben que?.. Un enorme tacuazín tenía agarrada a una gallina por el buche, dispuesto a devorarla delante de las otras y del gallo.
Me zampe a la jaula y le dije a mi señora: "traeme el bate" (mi bate con el que pegaba hits, dobles y jonrones en el Parque Centenario, en los tiempos de softbol en las vacaciones de la escuela). Me lo llevaron, y agarre ese bate, y el horrible animal, pelandome los dientes, soltó a la pobre infortunada gallina y se quiso escapar.
Lo arrincone y le zampe unos batazos de esos ricos y casi le deshice la cabeza al condenado tacuazín hj de....¡Feyos son esos animales!!
Si, el mismo tacuazín que se comió a nuestro chocoyito lindo y cariñosito.
Yo nunca antes había matado a un animal de esa manera, no tengo corazón para eso....solo inyectado en la materia de Anatomía Comparada de la UES cuando estuve enrolado en la opción de medicina y que después la cambie por los números.
El tacuazín ya muerto no me dio confianza, quedamos con miedo, pues, a lo mejor, tenia la hembra y crías por allí en algún tejado, o a saber donde.
Reforcé la jaula de las gallinas, pero un día, decidimos mejor de ya no tener mas, pues a los gatos les gustan las aves también y había varios por allí rondinando.
Así que las gallinas, se fueron "marchando" en diferentes fiestas A, B, C...etc...y el gallo en otra "salsa en chicha " Z...
¿Un tacuazín en mi casa?. ¡Quien lo iba a creer! '
Pero se lo llevo Judas....también se "marcho"....pero a otro mundo.
Experiencias vividas, no compradas.
Relato de Jorge Chorro.
domingo, 6 de octubre de 2013
Recordano al "órgano que habla"
Tomado del blog “Sonidos de la memoria”.
Hace unos años atrás en la década de los 50-60, apareció un organista de origen mexicano, donde interpretaba todo lo de moda en esos tiempos, como él no cantaba, hacía que su órgano (marca Hammond, alemán) dijera las frases de los estribillos.
Para esos tiempos, todo era una novedad, y este señor (no vidente) se hizo muy famoso y triunfó en la farándula de esos años. Ahora esto de hacer "cantar" a cualquier instrumento o animal, es cosa de todos los días, en Youtube existen páginas de perros cantores, personas que hacen hablar un instrumento, etc.
Ernesto Hill Olvera fue un músico mexicano nacido en Mexquital del Oro, Zacarecas, un 22 de diciembre de 1936 y que a la edad de 7 meses perdió la vista cuando, (el asume) fue por un relámpago.
A la edad de 3 años se mudo a Guadalajara con sus padres y a la edad de 6 años ingresó al "Instituto de Capacitación para el Niño Ciego", graduándose a los 12 años, para después estudiar piano. A la edad de 13 años ya tocaba en restaurantes locales así como también en la ciudad de México, donde después se mudaría buscando un mejor futuro.
Se cuenta que todo empezó cuando en el restaurante en el que trabajaba compraron un órgano, instrumento del cual no tenía conocimiento pues nunca había tomado clases, por lo que desarrolló su propia técnica...con el fin de llamar la atención de sus amigos desarrolló una técnica para articular sus nombres, que según leo en “theatre organs” consiste en abrir gradualmente las barras de un órgano Hammond para formar las vocales y el movimiento de las mismas, crearía las palabras, dando la impresión de un órgano parlante.
Hace unos años atrás en la década de los 50-60, apareció un organista de origen mexicano, donde interpretaba todo lo de moda en esos tiempos, como él no cantaba, hacía que su órgano (marca Hammond, alemán) dijera las frases de los estribillos.
Para esos tiempos, todo era una novedad, y este señor (no vidente) se hizo muy famoso y triunfó en la farándula de esos años. Ahora esto de hacer "cantar" a cualquier instrumento o animal, es cosa de todos los días, en Youtube existen páginas de perros cantores, personas que hacen hablar un instrumento, etc.
Ernesto Hill Olvera fue un músico mexicano nacido en Mexquital del Oro, Zacarecas, un 22 de diciembre de 1936 y que a la edad de 7 meses perdió la vista cuando, (el asume) fue por un relámpago.
A la edad de 3 años se mudo a Guadalajara con sus padres y a la edad de 6 años ingresó al "Instituto de Capacitación para el Niño Ciego", graduándose a los 12 años, para después estudiar piano. A la edad de 13 años ya tocaba en restaurantes locales así como también en la ciudad de México, donde después se mudaría buscando un mejor futuro.
Se cuenta que todo empezó cuando en el restaurante en el que trabajaba compraron un órgano, instrumento del cual no tenía conocimiento pues nunca había tomado clases, por lo que desarrolló su propia técnica...con el fin de llamar la atención de sus amigos desarrolló una técnica para articular sus nombres, que según leo en “theatre organs” consiste en abrir gradualmente las barras de un órgano Hammond para formar las vocales y el movimiento de las mismas, crearía las palabras, dando la impresión de un órgano parlante.
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