jueves, 30 de abril de 2009

¡Por qué me quité del vicio!



En el més de la madre, aquí les traigo el hermoso poema de Carlos Rivas Larrauri ¡Por qué me quité del vicio!, declamado por Manuel Bernal.

martes, 28 de abril de 2009

Recordando a Lucesita Benitez.


Lucesita Benitez de Puerto Rico fue la ganadora del Primer festival de la canción latinoamericana en 1968 con la canción Génesis.
José Luís Rodríguez (el Puma) de Venezuela, quedó en segundo lugar.

El representante de El Salvador en ese festival fué Eduardo Fuentes.

sábado, 25 de abril de 2009

Güechos, de aquí no paso.

Puesí, yo ya sabía que era casado, que tenía una hija de mi edad, que era especialista en cardiología; bueno, ya sabía todo. Pero no me estés interrumpiendo, sino no te cuento nada.
-Vaya pues, dale.
-Fijate que una vez ya estaba por venirme la regla, porque a mi me viene con un gran dolor de vientre que vos vieras que parece que me están abriendo la rabadilla y los pechos se me ponen duros y calientes-calientes, con decirte que no puedo ni ponerme brasier; y el propio día, ay mamita, tengo que agarrar cama con vómitos, dolor de cabeza y hasta calentura, vieras que terrible. ¿Y a vos, te viene sin dolor?
-Sí, a mí me baja divina.
_Bueno, pues mi mami ya no hallaba que hacer, todos los meses era cambio de ginecólogo porque las pastillas no me hacían nada. Que ahora le vamos a dar Espasmocibalgina, entonces mi mami; si de esas ya ha tomado y no le calman, doctor. Démosle Baralgina. Esas menos, doctor, porque le ponen la boca seca.
Probemos con Sintaverín. Ay, doctor. Intentemos con supositorios de Buscapina. Ay, doctor. Ay, doctor. Bueno me daban de todo y cada visita era un nuevo examen. Acuéstese, señorita, póngase una de esas batas, relájese por favor, ponga blanda la pancita, así, así, respire con la boca abierta. ¿Le duele aquí? Sí, doctor. ¿Y aquí? Sí, doctor. Y puya que te puya los ovarios para decirle a mi mami que no se preocupara, lo que pasaba es que yo era fértil. Quítese el brasier señorita, me dice de sopetón. Yo, sorprendida, vuelvo a ver a mi mami, y mi mami; quíteselo, hijita, no le tenga pena al doctor. Entonces el hombre coge un pezoncito con dos dedos, con delicadeza, después el otro y luego todo el pecho, primero apretando unas pelotas que me salen en esos días, después aplastándolas con toda la mano, para venir a terminar en las pastillas, los supositorios y esas cosas, después de haberme jugado toda. Hasta esa vez que te cuento que me desmayé en el Instituto y la profesora me llevó volando a Clínicas Galénicas adonde un doctor del corazón, porque creían que eso me estaba fallando. Ya el médico me había examinado cuando llegó mi mami afligidísima la pobre y vi. que era amiga del doctor, porque se saludaron de besito en el cachete. Charlie, así le decía mi mami. El dijo que no era nada, solo un desmayo, pero quería verme al día siguiente para tomarme un electro, porque estaba muy nerviosa y así se alteran los diagramas.
¿Entonces era chero de tu mamá?
-Puesí, niña, si habían trabajado juntos en el Rosales, pero perate que te siga el cuento. A mí, para qué te lo voy a negar, me apantalló desde que lo vi. Cuando entré a la clínica iba medio dundeca y no me fijé, pero al momento voy viendo un hombre vestido todo de blanco, guapo, pelo liso, con las sienes canosas y un bigotito bien cuidado; parecía artista de cine el viejo, con el estetoscopio colgándole del cuello y un anillo de oro con piedra roja en la mano izquierda; en la derecha, un relojazo de oro. Me tomó el pulso, viéndome a los ojos, después me tomó la otra mano y repitió la operación. Se acercó bastante mientras me pelaba un ojo y sentí el gran olorazo a perfume.
-Desabróchese la blusa y póngale el tensiómetro- ordenó a la enfermera, mientras caminaba a su escritorio.
-Al momentito él mismo me tomó la tensión, hasta que apareció un pi pi pi que fue disminuyendo hasta desaparecer y me retiró el aparato del brazo. Entonces, quiso meter un voladito redondo debajo del brasier y no pudo, por lo que me ordenó quitarme el sostén. Y es que vos sabés que como yo soy bien bustuda todos me quedan apretados, aunque use treinta y ocho o cuarenta. Me lo solté y brincaron los pechos como pelotas en el engramado. El hombre se admiró, te voy a decir, porque abrió tamaños ojos y me vio muy complacido. Puso el tubito por un lado, por otro, cerquita del pezón, por arriba, por abajo, y se quedaba como dormido, hasta cerrar los ojos. Yo creo que ni oía nada, lo que quería era estarme tocando, hasta llegó mi mami, que fue cuando yo sentí un gran alivio.
-¿Y vos fuiste sola a lo del electro?
-Puesí, niña, porque mi mami me dijo: Claudia Berenice, del Instituto se va para donde Charlie que tiene que hacerle un examen.
A la salida me fui corriendo para el consultorio y me senté en la sala. Y la secretaria me indicó. Viejo bandido, oíste, porque me pasó hasta que la secretaria y la enfermera ya se habían ido, pero como sabía que era amigo de mi mami, no me dio tanto miedo y entré resuelta a su consultorio. Ahí fue otra apantallada, porque vieras vos qué lujo. Para empezar que todo era alfombrado, después un escritorio, niña, que ni el del presidente, oíste, lindo, blanco marfil con un florerote lleno de botones de rosas y una foto de una cipota como de mi edad, guapa la mona, igualita a él. De la esposa no vi. ninguna, fijáte, por más que le busqué. Sobre el escritorio, varios libros sostenidos por unas calaveras de mármol y en la pared, atrás de su escritorio, el diploma de médico con su foto bien jovencito, vieras, con una mirada de pícaro. Bueno, te digo, que a mi me impresionó desde la entrada.
-Claudia Berenice-dijo, poniéndome de pié y dándole la mano.
-Buenas tardes, doctor-respondí toda achicada, porque el hombre no me desprendía la mirada, del pecho a la cara, de la cara al pecho.
-Siéntese, por favor-sugirió, mientras colocaba una tarjeta en la máquina de escribir-¿Cuántos años, linda?
-Diez y ocho, doctor.
- A ver, repítame lo de sus reglas sin omitir detalle
-Entonces comencé a contarle lo que te dije. Al terminar me preguntó si había tenido relaciones sexuales y le dije que no.
Muy bien, pase por aquí, póngase una bata y se acuesta en el canapé.
-Cogió un tubo como de pasta de dientes y me fue untando una especie de vaselina en las piernas, en los brazos, y cuando lo iba a hacer en el pecho me ordenó quitar el brasier.
-¿Y el blumer, vos?
-No niña. Solo el brasier.
- A mí me dio pena, pero me lo quité. Me untó de ese volado por debajo de la chiche, y me fue prendiendo unos chunchitos de hule como ventosas. Conectó el aparato y al ratito sacó una hoja de papel con un montón de muñequitos que era el electro y, después de estudiarla, me dijo que las ondas no se qué y no se cuanto, pero que no era nada serio, y quería verme al día siguiente para hacerme un fondo de ojo. Me dio la mano para que descendiera de la camilla, y cuando me iba a brochar el brasier, me tomó de los hombros y me dijo:
-Permítame Claudita-y me lo abrochó.
-Viejo bandido, oíste, porque cuando le pregunté a qué hora debía llegar me respondió con otra pregunta.
-¿Cómo le gusta que le diga, Claudia, Berenice, o Claudia Berenice? Bajemos-dijo, mientras cierra la puerta-. La voy a llevar a su casa.
-Al llegar al carro otro apantallón, vos, porque era un Mercedes Benz color crema, pero divino, oíste. Abrió la puerta de mi lado y me ayudó a subir. Ya adentro preguntó si me molestaba el aire acondicionado. ¿Cuándo, niña, decíme, cuando uno de los que andan detrás de nosotras se comportan como caballeros? ‘ ¿Ah? Lo más que saludan es ¿quiúbole, mana? ¿Te das cuenta? Así que luego sentís la diferencia. ¿O no es cierto? Y nos fuimos oyendo música mientras nos dirigíamos a mi casa en la colonia Santa Eduviges. Al pasar por un drive inn me preguntó si quería comer algo, o si me regañaba mi mami, pero la verdad es que mi pobre mami, por estar haciendo doble turno en el hospital para mandarle dinero a mi hermano que se ganó una beca en Brasil, ni cuenta se da a qué horas me aparezco. Y es que mi mami prefirió que mi hermana se fuera para Brasil y no que se metiera con los guerrilleros, porque lo podían matar.
Entonces fuimos, y él pidió una cerveza Llave y para mí, sangría y un sándwich de pavo. Comenzó a hablar de que mi mami baila bien bonito, que eran amigos desde que estaban cipotes y que mi mami era bien linda, igualita a ti-dijo, tomándome la barbilla-.
Viejo bandido, oíste, y se me acercó casi casi hasta toparme para cambiar el casete por uno de Roberto Ledesma, de esa música para viejos, pero que de tanto oírla después se oye bien chévere, y ya se quedó pegadito, pues. Te digo, que yo desde el principio le vi las intenciones, porque una lo nota en los ojos y ese viejo tiene una mirada de pícaro que vos vieras.
-Pero que bruta, vos, cómo te animás a una cosa así desde el primer día.
¿Y yo qué sabía cómo era? En la clínica lo vi bien serio. Bueno, oímos algunos casetes de os que le gustan a él y me fue a dejar a mi casa, pero al despedirnos no me soltaba la mano. Yo me dejé porque con que le agarren la mano no te están haciendo nada, además que el hombre me gustó desde el principio. Lo del tal fondo de ojo fue pura bandicencia, porque fijáte que me dijo que me iba a hacer hasta el viernes, que para evitar no sé qué y no se cuanto. Llegué temprano a la clínica, porque pedí permiso en clase, pero el muy sinvergüenza se encontraba solo. Había despachado al personal. Desde que entré me saludó con un pase adelante, princesa y, cuando nos dimos la mano, él la besó como en las películas. Estaba oyendo música, había una grabadora que de seguro la había llevado. Me invitó a tomar algo y sacó una gaseosa de la refrigeradora y él se sirvió un wiskey.
Ahí sí me dio miedo, niña, porque yo dije, si este viejo se embola me va a querer fregar y me puse toda nerviosa; pero él, con ese modito tan suave que tiene, me fue devolviendo la confianza, hasta que me llevó a la sala de exámenes.
-No tenga miedo, princesa-dijo-, porque el examen es con la luz apagada.
-Me acosté en la camilla, vestida, güechos, dije, hoy no me desvisto, si este viejo se pone abusivo salgo a la carrera. Pero no, fijáte que acercó la silla giratoria y apagó la luz.
Encendió un aparatito que se pegó al ojo y se fue acercando al mío. Se puso bien cerquita, así de pegaditos, que hasta sentí su bigote en mi mejilla. Cuando se pasó al otro ojo, yo capeando que quisiera besarme, pero me tenía pero bien cerquita, cuando hizo como que se le zafaba el aparato y aprovechó para rozarme los labios. Al encender la luz, yo ya estaba sentada. Güechos, dije, a mi no me friega así nomás. Se me acercó, siempre con el tal aparatito, y me dijo que lo viera al ojo. Me explicó como se manejaba y yo de curiosa me le voy acercando, el me bajó la mano con el chinche, y con la otra me tomó la barbilla y me besó. Yo me dejé, fijate, a saber qué estaba pensando.
-Sos abusiva de veras. ¡Acabando de conocer al hombre!
-Eso no es nada, porque de ahí me dijo que bailáramos y volvió con el cuento de que mi mami bailaba lindo y que no creía que yo bailara igual, y que empezamos a bailar y yo de bruta dejándome besar y besar pero no en la boca, güecho, solo en la oreja, la nuca y la mejilla. Hasta que me llevó a la pared y quiso besarme en serio. Púchica, dije, hoy si va de veras, así que dije que ya me iba, que yo había llegado al examen del ojo y el muy sinvergüenza me sorprendió que todo era parte del examen. Me fue a dejar a la casa y al despedirse se me declaró preguntándome si quería ser su novia.
-¿Y vos que le dijiste, loca?
-Le pregunté por su mujer y por su hija. ¿Y sabés qué me contestó? Que estaba separado de su esposa y que su hija andaba por los Estados Unidos. Lo de su mujer eran puras pajas, porque después averigüe que andaba por Europa con otras viejas sebonas, de esas fufurufas del Colegio Médico. Pero ese lío te lo cuento después, ya vas a ver. Entonces, como al siguiente día era sábado, me dijo que si quería aprender a manejar porque como yo ese año sacaba el bachillerato, y me vino con el cuento de que en la universidad debía tener carro, ya que a veces las clases son en la noche, y en el bus es muy peligroso andar. Yo le agarro la onda y de bruta le digo que me gustaría estudiar medicina, y empieza con que ¡qué felicidad, los dos, médicos, trabajando en la misma clínica!. Me explica que en medicina desde el primer año se sale noche y luego los turnos en el hospital y me puso el panorama negro, y que me iba a ayudar a ingresar porque en esa facultad la admisión en bien difícil, ya que prefieren hijos de ricos o hijos de médicos, y siguió hablándome de que, cuando estudiara, me iba a dar su biblioteca y no iba a gastar en libros. Me va entuturutando y de bruta le agarro la pila, le digo que de dónde carro si nosotras somos pobres y el viejo bandido me dice: -No se preocupe, princesa, siempre se hallan gangas, todavía andan Mecenas sueltos, usted ya encontró el suyo.
Yo sin saber que es eso de Mecenas, hasta que él me lo explicó. De veras que soy bien dunda. Le digo que empecemos las clases de manejo y me llevó a una de esas colonias nuevas que están construyendo. Me dio el timón, él, bien pegadito, me tomaba el brazo. Así, princesa. Hasta que me dijo que fuéramos a manejar a una zona donde no hay carros para nada, que nos podíamos dar una bañadita en el mar. Le digo, para zafarme, que no tengo calzoneta, y me dice el viejo zorro. –No tenía, amor.
-De la guantera sacó un bikini de dos piezas nuevecito, lindo, de esos talla universal y me entregó. Es suyo, princesa. Bueno, para qué te voy a engañar, yo me entusiasmé, nunca había tenido un bikini y menos uno tan lindo, y nos fuimos para el mar. Cuando llegamos, otro apantallón, porque era un rancho precioso con piscina y todo. Me dijo que entrara a cambiarme y él se metió a otro cuarto. Salimos los dos en calzoneta. Se me quedó viendo admirado: ¡Qué cosa más divina es usted, princesa!. Sacó del baúl del carro una hielera cargada de cervezas, vino, gaseosas.
-¡Viejo sinvergüenza, ya iba preparado!
¡Ah, no, pues! Y vos qué dijiste. Me dio un gorro de hule de su hija para que no me mojara el pelo, y nos montamos en el carro. Era animala el viejo, se las sabía todas. Anduvimos manejando un rato los las callecitas de Metalío y cuando estábamos bien sudados nos fuimos a bañar al mar, que estaba pero bien lindo, bien calmadito y entramos como una cuadra para que nos reventaran las olas: Nos salimos a dar un baño de sol y el viejo me enteró en la arena, cuando me cubrió el tórax, vieras como me sobaba los pechos, puesí, sobre la arena, pero de todas maneras.
Como estaba enterrada, no podía moverme, entonces me besó en la boca. Yo de bruta, como estaba emocionada por lo del bikini y éramos los únicos en toda aquella gran playa, pues me dejé, pero dije, güechos, de aquí no paso.
Nos fuimos a meter a la piscina, donde me estuvo enseñando a nadar. Fijate que me tendía en el aguay me detenía con sus brazos, así extendidos, me llevaba de un lado a otro y yo como braceando, y el viejo bien correcto sin querer tocarme nada. Te digo, niña, yo andaba feliz, que me dejaba besar con ganas y lo peor es que ya le había perdido el miedo.
-Dígame Charlie, princesa, ahora ya es mi novia.
-Pero güechos, dije, así va agarrando confianza, güechos, mejor no. Mirá, pasé una tarde divina. Lo que me admiró fue el comportamiento del viejo, deferente, gentil, qué hombre más gentil, cortés hasta decir quitá diay. Cuando veníamos de regreso yo pensaba que quizá me estaba enamorando, no como con el Paulino que nunca sentí nada parecido, porque imaginate que te digan ¡hola mana! o ¡quiubole, mana! ¿Cómo no se va a sentir la diferencia?
-Pero sos abusiva, vos, Claudia, fijate donde te fuiste a meter.
-Puesí, reconozco que soy bruta, pero fijate, un viejo apantallador, una sin experiencia, con el mundo futuro que me dibujaba cómo no iba a caminar, si parecía que con pita me iba jalando. Me dijo que no nos íbamos a ver por una semana, porque tenía que ir a México a un congreso de cardiología. Mirá, yo creo que lo hizo por fregar, por puro cálculo, porque toda la semana pasé pensando en él, soñando con él, me hacía una gran falta, oíste, y sin apetito, que hasta mi mami se afligió y me dejaba preparada sustancia de hígado y yo en la noche que hasta cuestiones eróticas que ni sabía como se hacían, pero en el sueño vieras que una como que aprende.
Así que cuando me fue a recoger el lunes, yo estaba radiante de felicidad y me pegó una besuquiada que no pasó a más porque no quiso. Estaba como dormida de la dundera.
Hoy viene lo mejor, agarrate. Me va sacando una blusa bordada, pero que es un sueño, cualquier día te la voy a enseñar, mirá, bien escotada, con una manga bombacha, pero linda, ralita, de ésas como para el calor, porque son cortitas, fruncidas con elástico abajo y que dejan parte de la pancita descubierta, di-vi-na, oiste. Después un par de aretes, una cadena, un anillo, todos de filigrana de plata, carísimos, y un encanto, vieras Yo, deslumbrada, porque nunca había tenido nada parecido y el corazón que me hacía polongón, polongón que se me quería salir del pecho. Entonces me le abalanzo para besarlo, me besa y me dice: Espérece, tiernita, que falta.
De la bolsa del saco extrae un frasco de perfume madame Rochars y otro más grande de loción Anaïs, que me explicó que eran franceses y creeme que casi me desmayo, pero de felicidad, con decirte que si ahí me propone a saber que cosas, yo le digo que sí, porque imaginate con tanta cosa soñada y el hombre sin pedir nada.
-Claudia, no hablés así, niña.
-¿Y que no es cierto, pues? Me estuvo hablando de México, contándome cosas lindas, que algún día íbamos a hacer el viaje, pero por tierra, para ir conociendo, porque el paisaje es como el de nosotros, pero más bonito, que íbamos a pasar por Veracruz, bueno, yo entusiasmadísima. Entonces le digo que me quiero poner la blusa y el muy taimado me dice que dónde quiero ir, y yo de bruta, que donde usted quiera. Entonces sale aquel hombre zumbado a la Troncal del Norte; no fregués, que ya estaba apunto de decirle que nos regresáramos, pero como yo había sido la bocona, de bruta que soy que no me fijo lo que hablo. Cuando siento, estamos entrando a una cabañita, bien linda, eso sí, pero yo afligida, y el corazón me hacia otra vez polongón, polongón, pero de miedo. Es que mi mami me pasaba aconsejando. Cuídese, hija, yo no diga que no tenga novio, pero no vaya a dar su caída antes de tiempo, mire que los hombres son abusivos; así que yo me cuidaba mi cosita, vos vieras.
-¿Y entraste, pues?
-¿Y para donde me hacía? Pero ya adentro dije solo a besarnos, porque con besarte no te están haciendo nada, así que mientras él encendía un aparato de radio que estaba empotrado en la pared y pedía por el parlante, ya ni me acuerdo qué, me probé la blusa y me quedaba que era un sueño. Viéndome estaba en un espejote cuando se me acerca por detrás, me abraza, comienza a besarme en la nuca, y claro, vos te vas excitando, si no sos de palo. Como no me había abrochado la blusa, en lo que me estaba besando, mete la mano en el brasier y me saca un pecho. Me lo está tocando, acariciando como hacían los ginecólogos, pero no s, de otra manera, y yo bien excitada. Se me prende de la chichita, entonces dije güechos, de aquí no paso, y me acordé de mi mami. Pero imaginate, vos encerrada en un cuarto con un hombre que te gusta, con la chiche de fuera y bien excitada, si es que solo faltaba un pelito. El viejo seguía besándome, pero vieras con qué pasión, niña, que también estaba excitadísimo, porque voy sintiendo su cosa entre mis piernas, no, niña, si no se había desvestido, así con el pantalón, pero siempre, una que nunca ha sentido aquello tan templado, pues se aflige, porque con Paulino, ay niña, si ni besar puede y las manos las mantiene como que son chintas de palo. Este hombre las sube, las baja, te toca una orejita, te toca el busto, te mete una pierna, te coge la cara, bueno ya te imaginás.
Como estaba sonando un bolero decimos a bailar, pero besándonos, bien pegaditos, que te digo, yo ya me sentía mojadita y si el hombre me hace una fuercecita, ¿quién sabe?
Así bailando me fue llevando a la orilla de la cama y me acostó. Al principio resistí, pero no tanto porque ya no tenía fuerzas para nada, más bien hasta creo que estaba deseando hacer el amor para salir de eso de una vez, pero cuando me acordaba de mi mami, cerraba las piernas y decía güechos, de aquí no paso.
Como él no se había quitado el pantalón, pues pensaba que no había peligro, aunque ya me había metido la mano, puesí, niña, ¿y adonde pues?
Me tocaba toda, hasta en la propia cosita, así por encimita, suavecito, besándome ya encima. Yo me le zafaba. Entonces sacaba la mano y solo me besaba los pechos, porque a estas alturas, te digo, ya estaba con las dos chiches de fuera, calientes las bandidas, como cuando me viene la regla, pero ahí era por otra cosa.
Aquel hombre era una culebrilla tocándome por todas partes, besándome por todos lados. Se comenzó a quitar el pantalón y lo paro en seco porque le pregunto que qué va a hacer y me dice que vamos a hacer el amor. Le digo que yo no, que se acuerde que estoy niña.
No le va a doler, princesa. Me dice. Yo no, le respondo y me siento en la cama. Comienzo a abrocharme el brasier. El viejo insistiendo que solo por encimita, amor, le juro que no le hago daño. Como lo veo que está así suplicando, vaya pues, le digo de bruta, pero solo por encimita.
Se saca el cuento y me lo va poniendo y pego tamaño brinco, oíste; pero como no me había quitado el blumer digo, bueno, así no hay peligro, pero de aquí no paso, güechos.
Lo dejé que se me subiera, pero solo por encimita.
-¡púchica Claudia! ¡Vos si que de veras!
Me dijo que nos bañáramos juntos, ya te imaginás, pelados los dos, como va creer, le dije, ni que fuera su mujer; báñese usted primero y después me baño yo. Pero el hombre,
Venga, amor, si no le voy a hacer nada. Güechos, dije, para mis adentros, hoy caminamos demasiado. Comencé a vestirme, acordándome de mi mami. No lo vi. durante toda la semana. Yo afligida que a saber si se enojó porque no me dejé, pensando esas cosas, que por qué no me buscaba, que qué bruta que soy, que a lo mejor lo pierdo, porque la verdad es que me hacía una falta horrible, ya ni estudiaba por estar pensando en él. Desvelándome toda la noche, vueltas y vueltas en la cama, hasta con ganas de llamarlo por teléfono para pedirle perdón, fijate cómo se vuelve una de bruta, para pedirle perdón, como si lo hubiera ofendido La cabeza se le vacía dialtiro a una cuando está enamorada. Y aquel hombre ya me había fregado, porque te digo, no me importaba nada, ni lo que dijera mi mami, que fuera casado, ni nada. Te cuento esto para que vos tengas cuidado, oíste. El viernes se fue a meter al instituto. Habló con la directora, sí, niña, abusivo el viejo bandido. Me dijo que me necesitaba a las cinco y media en las Clínicas Galénicas, que lo esperara en el cafetín mientras se desocupaba con otro paciente. La directora me llamó afligida, para preguntarme que qué cosa me había encontrado y que qué bueno el doctor cómo se preocupaba por sus pacientes, llegando él mismo hasta el instituto, y la vieja bien enganchada. Yo, con la carita afligida, pero llena de felicidad esperando que dieran las cinco para salir a la carrera a encontrarme con él.
Si es que una se vuelve bruta dialtiro, y ahí me tenés en el cafetín esperándolo hasta que llegó por mí y nos fuimos para su clínica. Apenas entramos, me pegó la primera amontonada. Yo te digo, estaba feliz, sin preocuparme de nada.
-Princesa-dijo-, abra la gaveta del escritorio y saque unas cositas que son suyas-y se fue a servir un trago.
-Abro la gaveta y voy encontrando una sombra de ojos Maybelline y una cajita con seis lápices de labios de diferentes tonos marca Christian Dior, ¿te das cuenta? Bueno, yo no cabía del gusto, cuando llega y se sienta en el brazo del sillón, me besa y me dice que lo saque todo, que todo era para mí. Encuentro un perfume que es para ponerse a llorar, soñado, que en tu vida has pensado llegar a tener uno Diorísimo. Y otro en una cajita encantadora era de Fidji. Perfumes delicados, inalcanzables para una. Me dice que también hay unas cremas de mano, que son para mí, y eran nada menos que Orlean de París y Lórel, que te digo, ni me imaginaba que existían. Me di cuenta que era un hombre espléndido, generoso, que no sólo buscaba burlarse de mí, porque todas esas cosas valen un platal. Hasta creí que a lo mejor era cierto que se quería casar conmigo, por un ratito pensé cómo me iba a ver siendo madrastra de la Cecilia. Hasta soñé con hacerme fufurufa
cómo las del Colegio Médico. Después estuvimos bailando, besándonos. Él, tomando wiskey. Me volvió a sacar los pechos. Te digo, lo bien que me dejé que no le opuse nadita de resistencia, se ve que me había ido trabajando bien suavecito que ya ni pena me daba. Hasta me parecía natural, ¡fijate que fresca! Se me prendió de la chichita y fue bajando la mano hasta vos ya sabés donde, hablándome al oído, Suavecito, amor, no se aflija. Yo, excitadísima otra vez. Él, metiendo la mano debajo del blumer. Yo, ¡date cuenta!, dejándome como si tal cosa, como si estuviera acostumbrada, hasta que me tocó algo que me dolió bastante y me levanté del canapé. Pero así, con su modito, me volvió a acostar, a decirme que solo así, por encimita. Yo, de bruta, dejándome, igual que la vez que te conté, pero ahora debajo del blumer, ¡fijate, que bruta!
-¡Pero que bárbara sos , Claudia, si casi te le estabas entregando!
Puesí, pero para entonces yo estaba segura que se iba a casar conmigo, así que me seguí dejando pero sólo por encimita, si no era tan tonta que digamos, porque yo sabía que así por encimita no me estaba haciendo nada. Todo pasó igual, no me hizo nada, solo tocarme, jugarme y eso. Me fue a dejar a la casa. Te digo que yo esa noche no pude dormir, porque a veces pensaba que qué bruto era, que no me hacía nada. Porque apenas le pegaba un brinco, él se conformaba y ahí quedábamos. Sin darme cuenta de que me llevaba poquito a poco, suavecito, como quien no quiebra un plato, para que no hubiera hemorragia que me asustara y en la aflicción le fuera a decir a mi mami. Era bandido el viejo, porque bien sabía lo que estaba haciendo, puesto que eso mismo que te cuento pasó como cinco veces, solo que cada vez me hacía más duro y a mí me dolía menos. Hasta que un sábado salimos bien tempranito para Metalío. Después de bañarnos en el mar nos estuvimos besando en la playa, hasta que nos fuimos a meter a la piscina comenzó a acariciarme los pechos y a tocarme hasta que sintió que quemaba. Me llevó al dormitorio, me desnudó del todo, y él hizo lo mismo. Mirá, fijate que a saber como estaba de excitada que ni sentí, más bien sentí un bolado bien rico y aquello de la hemorragia que le cuentan a una, mentiras, niña, porque yo apenas vi unas gotitas de sangre, ni dolor, ni nada, más bien, galán.
-Púchica, vos, ¿y no te dolió de veras?
-No, te digo que no, porque el viejo había preparado todo. Después del asunto nos fuimos a bañar juntos, ya sin pena. Vieras que quizás una se vuelve sinvergüenza, porque nadita de pena. Al momentito volvimos a la cama y lo hicimos ¡a saber cuantas veces!
Bueno, fue una luna de miel, niña, por que salíamos dos y hasta tres veces por semana. Conocí los mejores moteles de la capital, lindos, niña, alfombrados, con aire acondicionado, restaurante, música de fondo. Yo, loca por ese hombre, pensando que también él me quería, aunque quizá solo me quería para aquello. Después decidimos salir solo los sábados, para que yo pudiera sacar el bachillerato, porque por andar de loca, ni tocaba los libros.
Por fin salí de bachiller, aunque me aplazaron en los exámenes ordinarios. Salí en febrero, bien raspadita y me lo celebró que vos vieras. Fijate que me llevó al Sheraton, pero me hizo pedir permiso para dormir afuera, fue aquella vez que te dije que le hablaras a mi mami diciéndole que me iba a quedar a dormir en tu casa, ¿te acordás?
Bailamos toda la noche, me dio serenata con guitarra ahi en la mesa. Yo veía feliz al viejo, enseñándome, por que yo andaba bien chula con un vestido largo que me había regalado, unos zapatos plateados liadísimos, tacón doce centímetros, un peinado punk que me quedaba requetebién. Al viejo le valía riata que lo vieran conmigo, hasta pienso que se daba el taco de tener una querida bonita, jovencita, porque en esos días estaba bien bonita, ¿te acordás? Por ahí guardo unas fotos de esa fiesta, cualquier rato te las enseño, oíste.
Me presentaba como su princesa, me llamaba cariño, tiernita, muñeca, bueno, vos sabes como son los hombres. Pasé una noche, niña, pero feliz, porque dormimos juntos toda la noche como marido y mujer, ¿te das cuenta?, y no como en los moteles que era sólo un rato.
-Así sí vale la pena entregarse, ¿verdad, Claudia?
-No niña, no seas bruta, porque después te dejan enamorada, panzona y bien fregada.
-¿Quiere decir que ya te dejó el viejo, vos?
-Puesí, niña, si es que lo que pasó es que vino la vieja y se armó el gran lío, que hasta mi mami se dio cuenta. La vieja me fue a insultar a la casa, estaba histérica, Vieras visto que escándalo, porque al principio yo calladita, sólo oyéndola, hasta que me quiso pegar y no me dejé, pero sin hacerle nada, vos sabés que no soy malcriada. La vieja me empezó a decir puta, a grandes gritos, y no sé ni de donde saqué fuerzas y le digo que si de putas se trata, vamos a ver quién es más puta, si ella, la Cecilia o yo. Mirá, como que la había fulminado un rayo, porque la vieja se calló. Se fue chipusteada en su carro.
-¿Y que le sabés algo a la vieja, vos?
-A ella no, pero a la Cecilia sí, porque la expulsaron de la Asunción por mariguanera y vos sabés que esas todas son peperechas.
-Ajá, ¿y entonces?
-Que como a la semana le hablé por teléfono a él diciéndole que lo quería ver y el viejo sinvergüenza me dice que se hizo un gran lío, que yo fui malcriada con su esposa y hasta hablé mal de su hija, que mejor terminara todo como estaba, que ya no nos íbamos a ver, que él me había dado vida de reina, que me conformara y todo eso. Entonces le dije lo de mi embarazo. Vieras visto, niña, el grito por el teléfono.
-¿Qué qué?-me dijo y me dio una cita para esa misma tarde, para hablar del asunto.
-Vieras qué viejo más odioso, oíste. Desde que llegó, con los ojos brillantes de la cólera y echando espuma como los sapos, me dijo:
-Mire Claudia, tiene que abortar, ese niño no debe nacer.
Me habló de un doctor amigo suyo y de una clínica que queda allá por el Central de Señoritas. Yo llorando, fijate. Lo dejé hablar lo que quiso y le dije que yo no era criminal, que mi hijo nacería aunque se acabara el mundo. Por dicha, ya le había contado a mi mami y ella estaba conforme. Vos sabés como son las mamás. Entonces el viejo me quiso pegar, me jaló del pelo y me pegó dos cachetadas. Comencé a gritar, porque estábamos en su carro. La gente se nos fue acercando y el viejo furioso me dijo que me bajara, que íbamos a volver a hablar.
-¿Y entonces?
-Pues, yo ese día del carro, de bruta, si es que una es bruta del todo, me había puesto un vestido de maternidad para darle la sorpresa y ver si lo conmovía y volvía conmigo, pero que diablos. No deja a la vieja, porque parece que ella es la del pisto.
-¿Y qué pensás hacer?
-Nada, que nazca el niño
-¿Y después?
-Vos si que sos bruta, criarlo, niña, ¿qué no es mi hijo, pues?
-Si, bueno, ¿pero no lo pensás llevar a la Procuraduría para que te pase una pensión para el niño?
-Ve, niña, fijate que no había pensado en eso, pero me has dado una gran idéa.


Melitón Barba (1925-2001)
De su libro: Puta vieja

miércoles, 22 de abril de 2009

lunes, 20 de abril de 2009

Los muchachos de ayer y de hoy.

Los muchachos de hace tiempos
Les gustaba mucho estudiar.
Los muchachos de éste tiempo
Les gusta mucho huevonear.

Las muchachas de hace tiempos
No se dejaban tocar de los varones.
Las muchachas de éste tiempo
Ellas les compran los condones.

Los muchachos de hace tiempos
Veneraban a sus progenitores.
Los muchachos de éste tiempo
Ya no respetan a los mayores.

Las muchachas de hace tiempos
Sabían coser, lavar y planchar.
Las muchachas de éste tiempo
No saben ni un huevo cocinar.

Los muchachos de hace tiempos
Jugaban beisbol y futbol
Los muchachos de éste tiempo
Son campeones para el jaibol.

Las muchachas de hace tiempos
Todos los domingos iban a misa.
Las muchachas de éste tiempo
Pensar ir a la iglesia les da risa.

Los muchachos de hace tiempos
Querían convertirse en caballeros.
Los muchachos de éste tiempo
Ambicionan hacerse pandilleros.

Las muchachas de hace tiempos
Usaban largas blusas y faldas.
Las muchachas de éste tiempo
Enseñan la raya de las nalgas.

Los muchachos de hace tiempos
Usaban almidonados los calzones.
Los muchachos de éste tiempo
Se les andan cayendo los pantalones.

Las muchachas de hace tiempos.
Usaban fustanes y combinaciones
Las muchachas de éste tiempo
Enseñan todo, hasta los pezones.

Los muchachos de hace tiempo
Sabían las tablas de multiplicar.
Los muchachos de éste tiempo
Sin calculadora no saben sumar.

Las muchachas de hace tiempos
Escribían cartas a sus enamorados.
Las muchachas de éste tiempo
No pueden escribir sin un teclado.

Los muchachos de hace tiempos
Se esmeraban en sacar buena nota.
Los muchachos de éste tiempo
Les encanta ponerle a la mota.

Las muchachas de hace tiempos
Les gustaba chuparse el dedo.
Las muchachas de éste tiempo
Les encanta meterse…al internet.
Memo R. Díaz












jueves, 16 de abril de 2009

Recordando a un maestro de la escultura.

Don Valentín Estrada es considerado “el escultor nacional”, porque, a diferencia de otros, la mayoría de sus obras fueron erigidas en sitios populares accesibles a la gente y es el único que ha hecho de la escultura una forma de preservar la idiosincrasia y el costumbrismo.

Valentín Estrada nació en 1902 y sus últimos días los vivió en una humilde champa de lámina en Soyapango prácticamente olvidado y en la miseria. Murió en 1987. Sus padres fueron Olivia Domínguez y Cosme Estrada. Con su esposa Rosario procrearon un hijo, Rodolfo, quien se dedica a fundir bronce y elaborar artesanía. Entre 1918 y 1920 realiza estudios de escultura en la Academia San Fernando en Madrid, España. De 1920 a 1928 fue aprendiz de escultura y fundición de bronce en el taller “La Guindalera” de Madrid. En 1972 la alcaldía de San Salvador le otorga el premio “Diego de Holguín” por sus méritos de escultor sobresaliente.
Entre sus obras más importantes se encuentran:
-(1940-1950) Siete bustos en piedra y bronce de personalidades salvadoreñas.
-La Diosa Minerva
-(1950-1959) Obelisco y medallón del Parque balboa, Planes de Renderos. Rotonda de los próceres. Dios del fuego. Estatua serpiente. Diós Sapo, balneario Atecozol, Sonsonate; Tlaloc, dios de la lluvia; Cuyancúa.
-1960 Atonal.
-Monumento a la madre, parque Cuscatlán, San Salvador. Otras esculturas del maestro se encuentran en la iglesia El Calvario de San Salvador y en el Seminario San José de la montaña, en Zacatecoluca, La Paz y en Usulután.

Su más importante obra, sin duda alguna, es “Atlacatl” escultura fundida en bronce que mide 2.20 mts. y fue hecha en España en 1928. Fue traída desde la madre patria por gestiones del gobierno salvadoreño y a petición del mismo artista.
La escultura fue bautizada con el nombre de Atlacatl, en honor del supuesto caudillo que lideró los ejércitos indígenas contra la invasión española en el país; pero en realidad el monumento es el auto retrato de Valentín Estrada. Muchos intelectuales de la época se negaban a aceptar un indígena salvadoreño en el atuendo en el que Estrada había esculpido su “Atlacatl”. Razón por la cual, el mismo Estrada se disfrazaba de esa forma en desfiles para convencer a la gente de la existencia de la figura. Debate que continúa hasta la fecha. Durante muchos años, la estatua estuvo en la Avenida Independencia hasta que a fines de los años 70 fue trasladada a la Colonia Atlacatl, donde permanece todavía en el parque del centro de la comunidad. Una réplica esculpida en piedra también se encuentra en Antiguo Cuscatlán. Ambas tienen la misma posición como guardianes, de espalda al sol. Valentín Estrada fue un genio incomprendido de la escuela clásica, cuyas esculturas humanas y religiosas lo convirtieron en el primer salvadoreño en darle validez a la escultura, pero fue marginado. Las decoraciones en gran parte de los sitios turísticos fueron hechas por Valentín Estrada por encargo del escritor Raúl Contreras, amigo del escultor desde que se conocieron en España. En Los Planes de Renderos, al sur de San Salvador, también dejó su huella. En el bosque, bautizado con su nombre, destacan el dios de Fuego, el monumento a los próceres y Tlaloc, dios de la lluvia.

martes, 14 de abril de 2009

miércoles, 8 de abril de 2009

MEMOrias de una Semana Santa

Allá, a mediados de los 60s, cuando era niño, cada vez que se acercaba la Semana Santa muchas de las actividades diarias cambiaban su rutina.

Uno no se podía bañar, tampoco escupir al suelo, había que caminar calladito, sin hacer ruido, no se podía correr, mucho menos jugar fútbol, ni escuchar música en la radio. La explicación que nos daban era que “ofendía al Altísimo y que la Cruz estaba en el suelo”. El Viernes Santo no se comía carne, solo pescado seco envuelto en huevo, y torrejas en miel con café amargo. Todas las radios del país se conectaban en “cadena nacional” y ponían solo música sacra o clásica.

Los mayores, especialmente los hombres, trataban de no decir malas palabras; y las mujeres vestían de luto o medio luto, y se ponían mantillas en la cabeza en señal de respeto al Cristo. El que una mujer usara pantalones era “mal visto”. Los hombres sacaban del ropero el único saco azul marino que tenían, se ponían corbata y acompañaban a sus parejas a las procesiones.

Cuando un cipote se portaba mal en esos días, los adultos no los castigaban ni les pegaban, sino que a buen seis de la mañana del Sábado de Gloria los agarraban a chilillazos por las maldades que habían cometido, y los tatas nos decían que era “para que creciéramos”.

Había mucho fervor religioso. Las iglesias y procesiones se llenaban a reventar. Los que nunca iban a la iglesia todo el año, asistían en Semana Santa.

En San Salvador, el Jueves Santo era de ir a visitar los “Monumentos”, que era ir a visitar algunas iglesias para admirar los arreglos florales de los altares. A medianoche del jueves salía la “Procesión del Silencio” de la Iglesia de Concepción, donde asistían solo hombres. Se cantaba el “yo pecador” y el “perdón, Oh Dios mío” como formas de arrepentimiento y perdón por todos los pecados cometidos durante todo el año.

El viernes al mediodía salía el “Vía Crucis” de la iglesia de San Esteban rumbo a la iglesia El Calvario, y en su recorrido hacía las doce estaciones sobre las tradicionales alfombras de aserrín. Ya por la tarde salía la procesión del Santo Entierro, con rumbo a la Catedral Metropolitana, que era la culminación de las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa. Un dato curioso y folclórico era que la procesión del Santo Entierro eran precedida por el loco “Te pica”, famoso en San Salvador. El siempre iba adelante de la procesión, antes que la banda de la Policía Nacional, adelante que Monseñor, que el alcalde o cualquier dignatario público. Nadie le decía nada porque todo mundo lo conocía que era loquito.

Pero una vez pasado el Viernes Santo, todo mundo agarraba camino a la playa. Ya fuera en carro, en bus, a pata, de jalón, de paracaidista o de gorrón. No importaba. La cuestión era que había que ir al mar a que lo revolcaran los tumbos a uno.

Pero lo que en verdad les quería contar era una pasadita que nos pasó, a mi familia y a mí, una vacación de Semana Santa. Resulta ser que un amigo de mi papá le dijo que nos invitaba a su rancho en la playa, que quedaba en Shalpa, unos cinco o seis kilómetros después del Puerto de La Libertad, rumbo a Sonsonate, sobre el Litoral, pero le dijo que llegáramos el Miércoles Santo porque el viernes iba a llegar su familia, y no íbamos a caber todos en el rancho.

Preparamos todos los maritales y tambaches, toallas, calzonetas, comida, cobijas, hamacas, neumáticos, etcétera, etcétera. Mi papá arregló el perol que tenía. Una camioneta Dodge, que, sin mentirles, cabían como 13 o 14 personas, con todo y tanates.

Pues agarramos camino para el mar bien tempranito, toda mi familia junto con mis tíos y primos el Miércoles Santo. En esos tiempos, la carretera para la Libertad era de un solo carril, y para que pasaran dos carros tenían que pegarse mucho a los bordes del camino. Cuando venía un bus cuesta arriba había que salirse del camino para que el bus pasara, porque no cabían dos carros.

Cuando llegamos a Zaragoza (antes la carretera vieja atravesaba el pueblo), nos topamos con que los habitantes habían colocados piedras enormes en medio de la carretera para que los carros no circularan. Nos salimos del carro para apartarlas y las gentes nos gritaban “herejes”, “ateos”, “no tienen respeto de Dios”. Yo le pregunté a mi papá por qué nos decían eso y me dijo que ponían las piedras para que la gente asistiera a las iglesias y a las procesiones en vez de ir a la playa, porque, para ellos, se tenían que guardar los días de la pasión de Cristo.

Mi abuelita Tina, que era una viejita beata y que iba con nosotros a regañadientes, y que se quería quedar a ir a las procesiones nos dijo:
-“Tienen razón, debemos primero de cumplir con los mandamientos del Señor y después salir de vacaciones, porque El Señor nos puede castigar y algo nos puede pasar”.
-“Nada nos va a pasar suegrita, no tenga miedo
”,- le respondió mi papá.
-“Usté no sabe. Hay que tener temor de Dios”-, le contesto mi abuelita.
-“Si Neto, deberíamos mejor de regresarnos para la casa y esperar hasta el Sábado de Gloria para salir”. Decía mi mamá.
Pero él siguió manejando camino al mar.

Pues llegamos a Shalpa y empezamos a preguntar adonde quedaba el rancho del amigo de mi papá. Y nacas pilos. Le preguntamos a varios cuidanderos de por allí por el nombre del señor que nos había invitado y nadie conocía al tal Don Tilo, mucho menos que fuera dueño de un rancho.

Resulta ser que el tal Don Tilo era un mentiroso de siete suelas, que se daba ínfulas de rico y que tenía mucha plata, y se enganchó a mi tata diciéndole que era dueño de un rancho, y que lo invitaba. Mi tata se tragó la paja, y nos fuimos en la de choto.

Mi mamá estaba que se la llevaba la región de putas por la enganchada. Pero como mi papá era de arranque, tenía espíritu aventurero y nunca se dejó vencer de la adversidad nos dijo: “Aquí estamos, y aquí nos quedamos”.

En esos días, todavía uno podía hacer su champita en la playa, pues eran públicas, no como ahora que todo el litoral está cercado y el mar ya tiene dueño. Empezamos a buscar unos palos para hacer una enramada. Sacamos lazos, colgamos las colchas para protegernos del sol, juntamos piedras para hacer una cocina improvisada, pusimos las toallas sobre la arena y listo, ya teníamos rancho en la playa.

-“El que llegue por último a la playa es maricón”, gritó mi primo Roberto. Y salimos chaqueteados todos los bichos a meternos al mar.
Mi mamá junto con mis tías y tíos se quedaron encendiendo la leña para calentar la olla de frijoles, friendo los huevos y calentando el café para el desayuno. Mi papá acercó más el carro para estarle volando lente, no fuera a ser que alguien se quisiera guebiar las carteras, porque adentro del carro habíamos dejado toda la ropa.

Así pasó toda la mañana, entre chapuzones, revolcadas de tumbos, futbolito en la playa y castillos de arena. Todo mundo disfrutando de las delicias del mar. Mis tíos empezaron a jalarle a la botella de Espíritu de Caña que habían llevado, sacaron la guitarra y empezaron a cantar. Mi mamá y mis tías ya se habían puesto sus calzonetas y se estaban bañando en la orilla del mar, y con un huacalito de morro se echaban, mitad agua y mitad arena.

-“Vengan a comer, ya está el almuerzo” nos gritó mi abuelita. Nos salimos del agua y nos fuimos a comer. Habían preparado arroz con camarones, frijolitos y tortillita tostada.

-“Te esperás unas dos horas antes de meterte otra vez al agua o te va a dar una congestión”, me dijo mi mamá, pues ya me podía que me moría por volverme a meter al agua.

Pues pasamos bien galán todo el día, hasta que empezó a caer la oscuridad. Un vientecito empezó soplar y a amenazar destruir aquella enramada improvisada que habíamos construido. Pero de repente se aplacó.

Mi mamá empezó a protestar que mejor nos fuéramos de regreso para San Salvador porque podría llover fuerte más tarde, pero mi papá le convenció de que nos quedáramos a dormir allí, pero que si empezaba a llover nos íbamos a ir de regreso.

Cuando cayó la noche, nos alumbró la luna llena de Semana Santa y no había necesidad de candelas o linternas. El cielo estaba completamente despejado por el viento, y miles y miles de estrellas y luceros empezaron a aparecer en el firmamento. Nunca había visto el cielo tan estrellado como esa ocasión.

Mi papá, nos dijo: “Vengan, vamos a caminar por la playa, a ver que agarramos”. Y todos los cipotes agarramos una lámpara de mano y lo seguimos.
Empezamos a caminar…cuando de repente veo delante de mí como que la playa se movía, y no entendía por qué. Cuando nos acercamos, vamos viendo que toda la playa estaba invadida de miles y miles y miles de cangrejos que se estaban apareando. Como andaba descalzo, tenía miedo que alguno me fuera a morder los dedos.
No recuerdo cuantos cangrejos agarramos, la cosa es que esa misma noche disfruté la sopa de cangrejos más exquisita que jamás haya probado porque yo mismo ayudé a cogerlos.

A la hora de dormir, cada quién agarró el mejor espacio que pudo. Yo me dormí rapidito porque estaba cansado de todas las aventuras que habían pasado ese día.
Pero algo inesperado iba a ocurrir esa misma noche que iba a perturbar la alegría de la vacación del verano de 1963…

Resulta ser que el viento empezó de nuevo a soplar. Al principio suavemente, pero poco a poco aumentó su fuerza, y negras nubes de lluvia se empezaron a formar en el horizonte.
-“Neto, está empezando a llover”, le gritaba mi mamá desde el interior del carro a mi papá, que se había quedado acostado en la arena.
-“No te aflijás Alicia, solo es pasada de nube”, le decía mi papá.
-“Te digo que está lloviendo, vámonos de regreso para la casa”.
Y mi papá seguía roncando sin ponerle mucho cuidado a la situación.
Mi mamá, al ver que mi papá no le hacía caso, decidió también tratar de dormir.

De repente, en medio de la noche, sin aviso previo, una enorme ola marina invadió nuestro improvisado campamento destruyéndolo en segundos, y llevándonos prisioneros a las profundidades del mar.
Nos despertamos aterrorizados pues un segundo antes estábamos es brazos de Morfeo y el siguiente en medio del Océano Pacífico. Los gritos de auxilio de mis primos eran apagados por el ruido de los retumbos del mar que se había vuelto violento y mortal.

Los mayores, como pudieron, empezaron tratar de salvar a niños y mujeres. Hasta que al fin pudieron salvar a todos. Yo logré salirme del agua por mi propia cuenta y ayudé a mi abuelita que estaba agarrada a unas piedras.

En eso, volteo a ver a donde estaba el carro donde mi mamá estaba dormida y el vehículo había quedado semi-enterrado en la arena por la fuerza con que lo golpeó la ola marina.
Corrimos hacia el carro donde dormía mi madre, pero ella no estaba adentro. “Se la llevó el tumbo” fue nuestro primer pensamiento.

Y empiezo a llorar por mi mamá. ¡Mamita, mamita!, ¿Dónde estás mamita?
Y mi papá empieza a gritar “¡ALICIA, ALICIA!”
Todos mis tíos y primos empezaron a buscarla en la playa para ver si el mar se la había llevado.
En eso se oye la voz de mi madre: ¡Te lo dije Neto, te dije que nos fuéramos de regreso,
pero sos necio, por la gran puta
! ¡Y hoy como le hacemos para irnos de regreso!- le recriminaba a mi padre.

Le preguntamos a mi madre que como había hecho para salirse del carro y nos dijo que antes de que la ola llegara, a ella le habían dado ganas de orinar, y que se había ido a hacer pipí detrás de unos árboles en el preciso momento que el mar se salió, pero que hasta allí no llegó la correntada.

Por el susto no nos dimos cuenta que el mar se había tragado completamente todo. La ropa, la comida, el guaro, la guitarra, las hamacas, todo. Hasta el carro.
Nos fuimos a sentar a una piedras que habían cerca de allí y nos abrazamos para calentarnos y aguantar el frío de la madrugada y guarecernos de la lluvia que había empezado a caer.

Cuando al fin amaneció, mi papá, -que siempre tuvo una solución para cualquier problema- dijo: “ahorita vengo. Voy a ir a buscar ayuda”.

Como a las dos horas regresó con dos pescadores y una yunta de bueyes para ver si sacaban el carro de la playa. Y entre jalones y empujones de bueyes, pescadores, tíos, primos y otro par de “turistas” recién llegados a la playa, empezamos a sacar el perol del atascadero de arena, hasta que logramos sacarlo de allí.
Pero como al carro se le había metido agua del mar, no arrancaba.
Mi papá le pidió al dueño de la yunta de bueyes que jalara nuestro carro hasta la carretera pavimentada, y de allí pedir ayuda a algún camión que nos llevara jalados hasta la capital
Dicho y hecho. Así como estábamos, medio chulones y encalzonetados, empezamos a pedir jalón, hasta que nos paró un camión que se ofreció llevarnos hasta la capital.
Mi papá amarró el carro al bumper trasero del camión, y todos nos subimos a la cama del camión.

Llegamos de regreso a San Salvador el Jueves Santo ya pasados las tres de la tarde, con hambre, todos llenos de arena y ardorosos de la espalda por la gran asoleada que nos habíamos dado. Mi mamá y mi abuelita hicieron que fuéramos todos a misa a dar gracias a Dios por habernos salvado de morir ahogados y a pedir perdón por habernos ido de vacaciones antes de haber cumplido con asistir a los eventos religiosos de Semana Santa, como buenos cristianos.

Al año siguiente, volvimos a ir de vacaciones al mar, pero hasta después del Viernes Santo porque, aunque mi papá se reía de la aventura que nos había pasado un año antes, y decía que “eso de andar creyendo en castigos del cielo eran babosadas”, nos dijo a todos: “por si las moscas, mejor nos vamos a la playa hasta el sábado”.

Y se acabuche, cara de cuche.

Memo R. Díaz:

domingo, 5 de abril de 2009

La matraca


La matraca era un objeto rudimentario construido de un pedazo de madera con argollas de hierro a ambos lados. En la parte superior tenia una abertura para tomarla con la mano derecha y con un movimiento circular de la muñeca se hacia sonar en días de Semana Santa.
Esa tradición religiosa parece que se perdió con el tiempo. Incluso los mismos grillos y chicharras (cigarras) cada vez se escuchan menos.

En los pueblos las costumbres son ley. En Semana Santa, por ejemplo, no se podía comer carne de cerdo ni de res el miércoles, jueves y viernes santo. El pescado, la torta y la sopa de esta misma especie marina o de río sustituían otros alimentos.

Los cipotes, jóvenes o adultos que hacían de apóstoles eran vestidos rigurosamente de morado. El cura párroco lavaba y besaba los pies de los “discípulos”de Jesús, como una muestra de humildad que el mayor de los revolucionarios del moralismo llegó a la humanidad.
La matraca, recorriendo con su eco las calles pueblerinas, los vía crucis, las misas, el tañir de las campanas, eran señal de recogimiento, de reflexión, sobre lo que siglos atrás ocurrió en el Cercano Oriente. A tantos años de esa festividad el corazón se oprime y los recuerdos van de personas a hechos, de la iglesia al calvario, de la soberbia a la humildad.

Y no es para menos; aquellos fueron tiempos pacíficos donde el llamado de atención de un padre era sinónimo de castigo. “…Jueves y Viernes santo no se corre, no se come carne, guarden la hondilla, cuidado con montar a caballo, no pronuncien malas palabras…”. Nadie osaba desobedecer.

El bañado de la cruz el viernes por la mañana previo al víacrucis revestía una gran solemnidad. Y que decir de la procesión del silencio los jueves por la noche donde participaban sólo mujeres. El ruido de las cadenas se confundía con el canto de las chicharras, mientras las señoras con mantos negros sobre la cabeza recorrían las calles empedradas.

Las casas que eran favorecidas con una estación del vía crucis se las ingeniaban arreglando preciosos altares con la infaltable rama de aceituno, así como hermosas alfombras de aserrín, usando varios colores. Años después, caminando por los Campos Elíseos, en París, producto de la nostalgia, recordaba las típicas alfombras al ver cómo millares de hojas amarillas, en la estación de otoño, cubrían esta amplia alameda de la capital francesa. Digo cuestión de nostalgia y de un apego irresistible a las tradiciones de las que se ha formado parte en los mejores años de la vida.

Los altares-donde se colocaba la imagen de Jesucristo cargando la cruz-eran adornados con palma, ramas con hojas de aceituno, papel celofán, alfombras y el cojín para que el sacerdote se hincara. Uno de ellos, el padre Carlos Guillén, quien pereció en un accidente aéreo, no lo ocupaba y sus rodillas hacían contacto directo con la dura piedra.

Los padres y los hijos, con la ayuda de vecinos-en un hermoso gesto cristiano de solidaridad y unidad- trabajaban varias horas preparando el altar. Los habían vistosos folclóricos y otros humildemente arreglados. Lo importante era que esos hogares quedaban bendecidos por mucho tiempo.
¿Qué recordaba la matraca? El silencio que rompía con ese ruido característico: trac trac trac; pero, al mismo tiempo, era el aviso previo al vía crucis y también del Santo Entierro. La matraca era más que un pedazo de madera con argollas, pues representaba un cierto misticismo, un acto de redención y un recogimiento espiritual.

Para los habitantes de los pueblos del norte de Morazán, la matraca era más que un instrumento rudimentario; el símbolo de la humildad y la fe. Así nos fue enseñado y pese a que la civilización ha introducido aparatos ultramodernos, nosotros nos resistimos a dejar morir esas tradiciones que nos llenaron de felicidad, amor filial y respeto hacia nuestros mayores.
Por lo demás ¡¡¡en cada adulto hay un corazón de niño!!!


San Salvador, martes 16 de septiembre de 1986. Enrique S. Castro
De su libro: Trapiche